Holanda había ido a dos mundiales: 1934 y 1938. En el primero fue eliminada por Suiza y en el segundo por Checoslovaquia.
El fútbol del centro de Europa era fuerte y Holanda, una Cenicienta del balompié del viejo continente. Después de la Segunda Guerra mundial no se inscribió en las eliminatorias para 1950 y 1954, y sólo reanudó en 1958.
Terminó eliminada cuatro veces consecutivas por equipos que fueron simples comparsas en esas copas: Austria (1958), Hungría (1962), Suiza (1966) y Bulgaria (1970). Pero de la noche a la mañana, Holanda se convirtió en una máquina de jugar fútbol. Se presentó a Alemania 1974 como gran candidato a la corona. Para ese certamen, el técnico holandés Rinus Michells hizo una jugada maestra dentro de su selección: se llevó a las esposas o novias de los jugadores para que estuvieran con ellos en la concentración.
Se dijeron y se oyeron mil cosas sobre el estado físico de los jugadores por el sexo y demás. Michells sabía del valor familiar que llevaría a una máxima concentración de sus futbolistas y que éstos estarían blindados contra tentaciones externas.
En lo futbolístico, Holanda perdió con tanto fútbol y convenció a todo el mundo que es considerado un campeón sin corona.
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