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La víctima y el exguerrillero que son socios

Un finquero secuestrado y arruinado por la guerrilla que ayudó a un desmovilizado a reintegrarse protagonizan historia de reconciliación.

  • La víctima y el exguerrillero que son socios | César Augusto Montealegre (derecha), víctima de secuestro y Luis Moreno, exguerrillero, trabajan en la finca. FOTO CORTESÍA SEMANA
    La víctima y el exguerrillero que son socios | César Augusto Montealegre (derecha), víctima de secuestro y Luis Moreno, exguerrillero, trabajan en la finca. FOTO CORTESÍA SEMANA
15 de febrero de 2014
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Ese instante de soledad y miedo en la selva cambió su vida, aunque no lo supo ese día. Los 7 mil millones de pesos que exigían por su liberación no llegaban y apuntándole con los fusiles los guerrilleros le ordenaron cavar su propia tumba.

"Necesitamos ese hueco rápido porque lo vamos a matar", le dijo el jefe guerrillero a César Augusto Montealegre. Meses antes estaba en su finca y era un próspero comerciante en Florencia (Caquetá). Ahora, arrodillado y humillado, lloraba dentro de una fosa que amplió a palazos porque no cabía acostado.

En medio de la crueldad recuerda que vio algo de humanidad "cuando yo estaba llorando ahí metido con la pala en las manos... al tipo se le vinieron las lágrimas".

Ocurrió de nuevo en otra ocasión cuando fue a bañarse a un río y cuatro guerrilleros que fueron con él para vigilarlo le advirtieron que su jefe les ordenó "matarlo si ese hp. trata de volarse".

La depresión volvió a apoderarse de él, ahí desnudo frente a sus captores. Mientras se bañaba sintió tristeza y volvió a derramar lágrimas. Pero relata que no lo hizo solo, "porque cuando levanté la mirada vi que algunos de ellos también lloraban". Entonces, el secuestrado oró por los secuestradores: "Señor, perdónalos por hacerle tanto daño a una familia y a este país".

Fueron los episodios más duros durante los ocho meses que estuvo cautivo, después de que miembros del frente tercero de las Farc lo sacaron en enero de 1999 de su casa en Florencia (Caquetá), junto a su esposa, por negarse a pagar más extorsiones a la guerrilla. También lo acusaron de ser aliado de paramilitares.

A ella la liberaron días después para que consiguiera el dinero que exigían para liberarlo y, entonces, vendió fincas y todo lo que pudo para recoger dinero. Los guerrilleros entendieron que la cifra era imposible de completar y que su víctima no tenía nexos con la autodefensas.

A César le duele recordar que su esposa "durmió a la intemperie, debajo de un carro en zonas de presencia guerrillera intentando obtener una prueba de vida mía".

Pero la pesadilla no terminó porque tras ser liberado se dio cuenta de que su mujer estaba secuestrada y que era libre por un canje para que él consiguiera más dinero. Así logró que la guerrilla la liberara, pero la familia se arruinó.

Toda la vida cambió en ese hogar con la realidad de tener que comenzar de nuevo, lo que trajo consecuencias como menos comodidades y, en el caso de los hijos del matrimonio, dejar de estudiar en los mejores colegios.

La reconciliación con lucho
Cesar Augusto se declara un hombre trabajador y cuenta que comenzó de nuevo con un restaurante. Para su sorpresa fue allí donde comenzó a gestarse su historia de reconciliación con sus victimarios, que no solo lo secuestraron, lo torturaron con amenazas de enterrarlo en la fosa que él mismo cavó, sino que lo arruinaron.

A tres meses de ser liberado un hombre apareció en su negocio y, entonces, César lo identificó al instante.

Relata el encuentro nervioso, como si lo tuviera de nuevo en frente sin camuflado ni un fusil terciado apuntándole como en la selva: "No podía creerlo, era el mismo jefe guerrillero que me obligó a hacer mi tumba... sentí mucho miedo y sentimientos encontrados y rabia".

El guerrillero se había desmovilizado de las Farc tras más de 15 años de militancia, según le confesó ahí mismo. Entonces, César escuchó las palabras de arrepentimiento.

"Vine a pedirle perdón, perdóneme por favor... me dieron una orden y en la guerrilla me tocaba cumplirla, pero no soy tan malo", le dijo.

Cesar le dio la mano, le dijo que lo perdonaba y lo abrazó. Admite que en ese momento fue consciente por primera vez de que, tal vez, podía perdonar a sus victimarios, los mismos que lo maltrataron durante ocho peses de cautiverio, que lo amenazaban con sus fusiles durante las extensas caminatas de toda la noche entre campamentos.

Pero la verdadera prueba de que podía perdonar y reconciliarse sin odios y seguir adelante llegó un par de años después, en su propia finca.

En 2005 llegó Luis Moreno, un hombre trigueño y de mediana estatura. "Un jornalero que busca trabajo", pensó César Augusto, que para entonces comenzaba con la cría de cerdos y galpones.

Había regresado a Florencia porque en Bogotá no encontró las oportunidades que esperaba. Sabía que no las había tenido por ser un desmovilizado de la guerrilla.

"Cuando uno llega a cualquier parte y se enteran que uno fue guerrillero comienza la discriminación y se niegan las oportunidades o un trabajo", sostiene Lucho, como lo llaman ahora. Por eso, cuando recibió la buena noticia de que podía comenzar a trabajar en la finca prefirió no decir nada y ocultar ese pasado.

Esa realidad la ratifica Alejandro Eder, director de la Agencia Colombiana para la Reintegración, al explicar que el principal obstáculo para la reintegración de los desmovilizados de las autodefensas y las guerrillas que abandonaron las armas es "la estigmatización".

Como prueba señala que "son muchos los que tras pasar los tres componentes del proceso de atención sicosocial, formación académica y capacitación laboral - como lucho- consiguieron emplearse sin revelar que eran desmovilizados. Pero cuando se descubrió esa condición fueron despedidos".

A pesar de ese temor, por el buen trato y la oportunidad de ganarse el sustento de su familia con el trabajo de sus manos, Luis terminó confesándole a César que había sido guerrillero. Y no solo eso, sino que hizo parte del tercer frente de las Farc, el mismo que secuestró a César y luego a su esposa.

La noticia no solo sorprendió a César, sino que le hizo recordar su secuestro y sintió el temor de tener en su propia tierra a un exguerrillero. "Sentí mucho miedo y lo primero que pensé fue en echarlo de la finca. Me enojé y ese día no decidí nada".

La oportunidad esperada
En los meses que había trabajado allí, Lucho se ganó la confianza de César Augusto porque "trabajaba mucho, con honestidad desde muy temprano en la mañana y a veces hasta llegar la noche, a pesar de que yo solo podía pagarle 400 mil pesos porque apenas estaba levantando la finca".

De nuevo el finquero sintió que podía perdonar y lucho se quedó junto a su familia. "Me demostró que no era un hombre malo, que es trabajador y que podía confiar en él".

Desde aquel momento de reconciliación han pasado ocho años. Durante ese tiempo el finquero y el exguerrillero, convertido hoy en el mayordomo de la finca, continuaron trabajando hombro a hombro. En el predio también trabaja un exparamilitar.

Además se asociaron para un proyecto de cría de cerdos y de peces. Lucho, agradecido, repite que lo que necesitan los desmovilizados son oportunidades para su reintegración y así reconciliarse".

La historia de César Augusto Montealegre y Luis Moreno es considerada un ejemplo vivo de que la reconciliación es posible. "Colombia necesita reconciliarse y este es nuestro aporte para conseguir la paz, porque no se consigue en el proceso de paz de La Habana sino aquí en nuestra casa".

Y no solo espantó los rencores hacia la guerrilla. Aún le duele recordar que tras perderlo todo por el secuestro instituciones estatales como la Dian lo persiguieron para cobrarle los impuestos que dejó de pagar durante los ochos meses de secuestro. "Espero que el Estado me repare, pero también lo perdoné".

Su experiencia lo ha llevado por varias ciudades de Colombia para compartir su historia y promover la reintegración de desmovilizados y la reconciliación entre víctimas del conflicto.

Con su mensaje vino a Medellín la semana pasada para participar en el primer encuentro del proyecto Reconciliación Colombia, una iniciativa civil que promueve alianzas sociales para lograr la pacificación del país y ayudar a resolver el conflicto armado.

César Augusto sigue trabajando para recuperar lo que el secuestro de la guerrilla le quitó. Tiene la ayuda de un desmovilizado para conseguirlo.

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