"Nuestros sueños no caben en sus urnas": este cartel del M-15 en la Puerta del Sol madrileña recoge en el viento lo que piensan hoy los estudiantes colombianos.
Hay tantas cosas del nuevo ímpetu, imposibles de traducir a lenguajes decimonónicos de nuestros modernos políticos de derecha e izquierda.
Antiguamente, las consignas eran sonsonetes coreados por borregos de innumerables líneas ortodoxas, fuera de cada una de las cuales todo era asunto de renegados.
En nuestros días, internet actúa como disparador perpetuo del ingenio que de modo instantáneo estimula la imaginación de miles.
Y estos miles producen frases, dibujos, animaciones, músicas en los que las ideas son venablos.
Los sueños callejeros nada tienen que ver con discursos veintejulieros ni con arengas biliosas. Símbolos díscolos, llenos de humor, nombran una realidad tantísimas veces maquillada, traicionada, utilizada para multiplicar ataúdes.
De ahí que pocos comprendan la lógica emergente.
Los muchachos se encierran a discutir con frases frescas, y la sociedad tiembla sin encajar en las hormas de sus propios hijos. Policías de negro interponen escudos translúcidos para que los abrazos femeninos no les derriben la moral. Ni palabras ni gestos ni opiniones sobre esta vida y la otra encajan en el miedo de clases medias narcotizadas por siglos de mentiras y trampas.
Un país extranjero desfila pintando colores, por calles y plazas de países petrificados.
Comerciantes se blindan de rejas, transeúntes sacan pañuelos húmedos porque llegan los bárbaros. Y estos aparecen en forma de niñas casuales que reparten claveles y besan a sus hombres.
¿De dónde viene la semántica que estremece el aire? Seguramente de humoristas, poetas, filósofos, dementes, maestros, desdeñados desde siempre por los bandidos del poder.
Esta juventud no pretende fusilar ricos para acabar con pobres. Eso ya se hizo en otras partes y el resultado sumó sangre a las sangres, depredación a las corrupciones. Los muchachos quieren cosas simples, se basan en argumentos elementales, a la demagogia responden con cifras.
Una sociedad aguarda expectante, también desconfía porque sus oídos han soportado muchas bombas.
Pero los niños formulan lenguas inusuales y sería estúpido desaprovechar esta primavera, forzándola a caber en las urnas.
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