Desde los ámbitos de la educación y de la pedagogía, muchos maestros piensan su oficio, reflexionan su práctica cotidiana y social, se asumen y se saben responsables de la formación de las generaciones jóvenes. Por ello, así como en su momento, ante el Decreto 230 de 2002 se pronunciaron muchas voces, de la misma manera el Decreto 1290 de 2009 ha hecho entrar en diálogo esas y otras más, para dar cuenta del lugar de la evaluación en la formación de ciudadanos responsables y éticos.
Los interrogantes que actualmente surgen y generan debate, son: ¿nos ayudó la evaluación cualitativa?, ¿debemos volver a la cuantitativa para ser más precisos, más objetivos?, ¿lo que se ha hecho hasta ahora, con valiosas y estupendas excepciones, ha contribuido a que cada uno descubra sus propias formas de aprender y supere sus dificultades? Quedan muchos más interrogantes abiertos, pero los generados en circunstancias anteriores y éstos, se constituyen en el marco de discusión de los maestros y de las Facultades de Educación, y en un reto para superar, desde las prácticas institucionales, los vacíos que el decreto pueda tener.
Las prácticas evaluativas referidas en el Decreto 1290 tienen la virtud de proponer un modo colegiado de construir criterios y de definir formas y modos de evaluar, lo cual supone una transformación de las visiones precedentes. Actualmente están dadas las condiciones para la búsqueda y la concertación de espacios académicos de reflexión sobre la vida escolar, que permiten tejer los acuerdos para hacer de la evaluación un dispositivo de saber que produce formas de encuentro, prácticas de conocimiento, políticas de reconocimiento de los otros y medios para convertir el aprendizaje en una voluntad de saber.
Ahora bien: la enseñanza, el aprendizaje y la evaluación no se reducen a resultados tangibles y cuantificables exclusivamente. La forma como estas nociones se conciben desde la pedagogía y el discurso ético y político, determina las técnicas y los procedimientos empleados en ella. Pensar la evaluación implica resignificar la escuela, lo cual se traduce en generar otros modos de enseñar, de aprender, de evaluar. Este direccionamiento es complejo, abarca cambios profundos orientados a rehacer las prácticas escolares y a ser capaces de mirarnos y de escucharnos de otras maneras posibles.
Dado que la evaluación escolar es sobre todo un asunto ético, no técnico, no puede ser reglamentada desde afuera, más allá de los marcos generales dados por la Constitución Política y la Ley General de Educación. Los maestros, por la autoridad que les concede su saber pedagógico, han ganado autonomía, entendida como un ejercicio continuado de autorregulación, que invita a la creación, a las propuestas, a las nuevas maneras de construir, de ver, de leer, de pensarse. La finalidad primordial de la evaluación es la autorregulación, el gobierno de sí mismo, la capacidad para que cada cual vaya aprendiendo a leer el estado de su proceso.
En este nuevo contexto creado por el Decreto 1290, las Facultades de Educación se compromenten a hacer más visible su apuesta de formación por un maestro intelectual de la educación y la pedagogía, en consonancia con la tradición del oficio y las demandas actuales; a documentar experiencias evaluativas en diversos contextos educativos para compartir a través de redes docentes, sobre lo que es posible hacer. Igualmente, el compromiso es con la construcción de propuestas acordes con las lecturas de contexto local, regional y nacional.
El Decreto 1290 es más un legado que recupera la tradición crítica de la educación, y menos una imposición o un regalo del Estado. Como recuperación de la tradición, implica que debemos volver los ojos a la historia de las experiencias, de la legislación de la instrucción pública, para reconocer los pilares que sustentan esta autonomía de los maestros, en reconocimiento a su estatuto intelectual.
Tal construcción será posible a partir de la historia, pues no se trata sólo de inventar nuevas formas, sino de recuperar lo que ha sido constitutivo del oficio de maestro: pensar las experiencias del aula para convertirlas en saber pedagógico.
* Presidenta Ascofade
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