El acuerdo logrado para que el Metro de Medellín asuma la operación del sistema integrado de transporte de mediana capacidad, Metroplús, bajo la condición de separar las cajas y blindar así las finanzas de ambos, es una decisión en la dirección correcta y fundamental, pero que no despeja totalmente los obstáculos que aún tiene la movilidad en el área metropolitana.
La puesta en marcha del Sistema Integrado de Transporte del Valle de Aburrá (SIT), del que el Metro y Metroplús son una parte importante, pero no la totalidad, todavía demanda del compromiso y el cumplimiento de unos cronogramas de ejecución de obras y racionalización del parque automotor que hasta ahora no se han hecho efectivos.
El nudo, por ejemplo, en el tema de chatarrización es algo que debe preocuparnos, pues es insuficiente el avance que se tiene en el plan de sacar de circulación vehículos de transporte público que ya cumplieron su vida útil y hoy son sólo chimeneas rodantes. Los atrasos en la entrega de las obras del Metroplús tampoco son un invento y ojalá el desembolso de los recursos que deben aportar la Nación, el Departamento, Medellín y el resto de alcaldes metropolitanos que hacen parte del sistema integrado sea a la misma velocidad con que se logró convencer al Metro de operar Metroplús.
Este acuerdo debe generar confianza y tranquilidad para todos, pues la experiencia, el conocimiento y la trayectoria que ha demostrado la empresa Metro es parte de los activos no tangibles, pero tan valiosos, con los que cuenta ahora Metroplús. Tal como lo dijimos en reciente editorial sobre el mismo tema, la integración de las dos empresas debe ser una operación gana-gana, en la que prime el interés general sobre el particular.
Hay muchas tuercas todavía por apretar, pero consideramos que el objetivo de proteger la viabilidad financiera, no sólo del Metro, sino del propio Metroplús, al separar sus cajas, es el cambio en el engranaje que se necesitaba para recuperar la velocidad de un proyecto que, sin duda, aliviará uno de los problemas más graves de cualquier ciudad como es la movilidad y todo lo que se desprende de ella, en términos de calidad de vida y competitividad.
Valoramos el diálogo que se tuvo para llegar a esta nueva instancia y consideramos que fue vital la posición firme y por el bien común del gerente del Metro, Ramiro Márquez, al advertir los riesgos que se corrían, al pretender una integración sin reglas de juego claras que propiciaran, incluso, líos jurídicos tan largos y costosos como los que ha tenido que enfrentar el Metro y, por ende, los antioqueños.
Ahora, como diría el propio Presidente Uribe, a trabajar, trabajar y trabajar... para que todo, ojalá pronto, marche sobre ruedas y rieles.
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