La calificación da vergüenza. Sí, esta semana quedamos de nuevo mal en el Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes -Pisa-, una serie de pruebas realizadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En diciembre pasado Colombia había ocupado, en comprensión de lectura y matemáticas, el puesto 62 entre los 65 países que participan. Esta semana, los resultados correspondían a un test para resolver problemas de la vida real. La prueba fue aplicada a un total de 85.000 estudiantes de 15 años, 9.000 de ellos colombianos.
El país ocupó el último lugar, el 44, dejando nuevamente en entredicho la capacidad lectora de los adolescentes. Los estratos bajos son los que mejor saben leer y, pese a ello, los que tienen menos posibilidades de ingreso a las universidades públicas. Desde luego, mucho menos a las privadas, excepto aquellas mentes brillantes que clasifican para una beca. A eso súmenle el impacto de esos avivatos que procrean universidades de garaje con pésima calidad académica.
Hace 40 años, Singapur y Corea eran similares a la Colombia de hoy. Su nivel educativo era muy regular y tomaron la drástica decisión de transformar sus economías a través de la educación; una de las claves fue mejorar la calidad de los docentes, garantizándoles mejores salarios y definiendo exigentes requisitos para ejercer esa labor.
El elemento más eficaz en la lucha contra la pobreza es el conocimiento. Esa lucha no se puede reducir a garantizar una vivienda con paredes de cemento, como se ha propuesto el presidente Santos. Esa es la locomotora de su administración. La apuesta por una educación de calidad debe ser una de las vigas con que se están construyendo esas viviendas dignas.
La crisis de la locomotora educativa se debe a la falta de ese combustible necesario para un buen despegue: una ley impulsada en el Congreso por la Unidad Nacional, que transformara este sector. Sin ello, estamos muy lejanos de ser la "Más educada", como lo señaló el presidente Santos.
Pero los resultados de la gestión de la Ministra de Educación, María Fernanda Campo, también se rajan. Se rajó una reforma participativa de la educación superior. Se raja ahora de nuevo con las pruebas Pisa. Se raja con una cobertura afectada por la deserción escolar, que en el área rural sobrepasa el 70 por ciento en algunos colegios.
Cuando le preguntaron a la Ministra sobre los recientes resultados de Pisa, respondió que no la sorprendían, que se veían venir. No concuerda esto con lo que dijo en diciembre, cuando se publicaron los primeros resultados, al señalar que eran un "campanazo de alerta" para la educación en el país.
Pero al parecer estamos lejos de poder salirnos de esos últimos lugares. Si nuestros alumnos no saben leer una pregunta, tampoco podrán entenderla y mucho menos responderla. De otra parte, las matemáticas, en las que estamos muy mal, son la base para el desarrollo del pensamiento abstracto y lógico. El campanazo no le sirvió a la Ministra para entrar del recreo. ¿Debería renunciar? A mi juicio, sí, en cualquier país con carácter y estrategia política, ya hubiese ocurrido.
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