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Olvido e impunidad perpetúan dolor de El Salado

DIEZ AÑOS DESPUÉS de la masacre de El Salado, la más cruenta de los paramilitares, este corregimiento de Carmen de Bolívar sigue sumido en el abandono y la pobreza.

  • Olvido e impunidad perpetúan dolor de El Salado | Julio Cesar Herrera, El Salado-Bolívar | Las fotografías de sus familiares en pancartas y cientos de velas acompañaron a familiares de las 61 víctimas durante una marcha que conmemoró diez años.
    Olvido e impunidad perpetúan dolor de El Salado | Julio Cesar Herrera, El Salado-Bolívar | Las fotografías de sus familiares en pancartas y cientos de velas acompañaron a familiares de las 61 víctimas durante una marcha que conmemoró diez años.
21 de febrero de 2010
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Francisco Froilán Redondo hoy ríe con facilidad, así a quienes escuchemos su historia, la de sus hermanos, sobrinos, primos, amigos y vecinos, nos cueste creer esa sonrisa en el rostro de alguien que sufrió lo que él y su gente de El Salado, en los Montes de María, vivieron durante cuatro días hace diez años: el infierno.

"Aquí pasó lo que no tenía que pasar", dice Redondo refiriéndose a la masacre llena de la sevicia de 450 paramilitares, quienes hicieron una fiesta de la muerte. Tocaban tambores mientras mataban saladeños una vez rifaban su suerte. Violaron mujeres, empalaron a una con tres meses de embarazo, desmembraron y estrangularon víctimas delante de todo el pueblo, sin permitirles llorar ni enterrar a sus muertos.

Mucho ha escuchado ya el país sobre lo macabro y lo inhumano de esta masacre, pero hoy quienes vivieron esa historia no quieren contarla más. Se han cansado de que visiten su pueblo solo para conocer su desgracia, su dolor, pero pocos vengan a darles la mano.

"Todos los años por esta época, cuando vuelven a preguntarnos, y salen cosas sobre lo que pasó, es como si nos metieran el dedo en la llaga, duele como en esos días", dice Redondo.

Diez años después, recorrer El Salado es devolverse en el tiempo porque la pobreza y el abandono siguen habitando sus calles polvorientas, y el calor muy cercano a los 40 grados, sin una gota de lluvia en los últimos siete meses, hacen más árido y desolador su paisaje.

Lo que regresó a este pueblo junto con los retornados, dos años después de la masacre, fue su fe por reconstruir el pueblo.

Luis Torres abanderó ese retorno. Su voluntad inquebrantable y su deseo de ver El Salado renacer, lo motivaron a liderar el regreso de los saladeños en 2002, cuando en 14 carros se devolvieron a reconstruir su pueblo. Aún con la escena fresca en la memoria de las atrocidades de las que fueron víctimas, como parte de sus recuerdos. Pero el amor por su tierra y el anhelo de regresar fueron más fuertes que el miedo a lo que podrían encontrar.

Con Luis Torres a la cabeza levantaron el pueblo a punta de machete, desmontaron las casas, limpiaron maleza, y poco a poco fueron exorcizando los recuerdos para continuar. Pero Luis debió irse y dejar ese pueblo por el que luchó. Se fue porque con el retorno a El Salado llegaron las amenazas contra su vida.

El sábado pasado Luis regresó de su exilio en España para ver sus amigos, y conmemorar junto a ellos el retorno a El Salado, recordar sus muertos y seguir pidiendo justicia. "La voz del pueblo es soberana, la voz del pueblo se respeta", gritó a su llegada, rodeado de aplausos y abrazos, pero sabe que debe irse de nuevo. Porque su vida acá no vale nada para quienes lo prefieren muerto, aunque él sea el alma de El Salado.

Cansados de esperar
La complicidad de un dolor compartido en el alma ha convertido a los saladeños en más que hermanos. El afecto entre unos y otros y la soledad en la que han estado durante los últimos diez años, ha sido igual a la que sintieron durante los cuatro días en que los paramilitares acabaron con ellos.

Pero el desamparo de un país los ha unido y los ha mantenido con fe. Les construyeron un centro de salud que no tiene médico ni medicamentos, y todo lo que han escuchado del Estado son promesas, solo algunas organizaciones internacionales y no gubernamentales han mirado a El Salado y la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación les ha ayudado con su duelo a través de Memoria Histórica, que contó su historia en un informe escalofriante y desgarrador. Los escuchó y plasmó sus testimonios, pero la justicia y la reparación aún no llega.

"Aquí hay un problema de coordinación, lo que falta en El Salado es una verdadera ruta de reconstrucción", indica Gonzalo Sánchez, director de Memoria Histórica.

Los sobrevivientes tratan de resurgir de las cenizas de su tragedia. "Hoy tiene que ser el día del recuerdo, pero también el día de la despedida. Todos los años es lo mismo, vienen a conmemorar esta fecha con nosotros, y no pasa nada. Ya bastante nos han tocado esta llaga, ya bastantes veces hemos revivido este dolor. Ya no más", dice la vieja Carmen Celia Medina, de 79 años.

Ella estuvo escondida bajo su cama mientras los "paras" acababan con su pueblo y mataban a su hermano Enrique. Pero Carmen Celia no perdió uno, sino dos hermanos en la masacre de El Salado. Héctor Medina murió viendo a su pueblo sufrir por televisión. "La hija lo llamó y le dijo, ven papá mira como sufre tu Colombia". La imagen de El Salado destruido le provocó un infarto. Lejos de su pueblo, Héctor murió en Venezuela, de dolor en el alma.

El regreso
"Para venir aquí, tengo que pasar por donde mataron a mi hijo", cuenta José de Jesús Torres, quien cargó él solo el cadáver de su hijo Euclídes, de 23 años, luego de encontrarlo amarrado en un árbol y muerto, cerca a Santa Clara.

A Neivis Judith Arrieta de 21 años nadie la olvida. Menos la forma cómo murió. Tenía tres meses de embarazo cuando fue asesinada en la cancha de su pueblo delante de todos los saladeños. Antes de matarla a tiros la torturaron empalándola.

Su pequeña hermana de siete años murió en los montes cuando corrió de la mano de una vecina a esconderse de los paramilitares. La niña murió de hambre y de sed. "Yo las cargué a las dos y yo misma las enterré", dice Gloria Esther Martínez, su mamá, a quien su pueblo reconoce por su valentía y tesón. "A mi hija la torturaron y mataron delante de mí, y un paramilitar me puso un arma en la cabeza y me dijo: si lloras te morís también".

Camino de luz por la memoria
El sábado pasado en El Salado no había una gota de licor y la música estaba prohibida. Esta decisión la tomaron los habitantes de este corregimiento, porque el día y la noche estarían dedicados a recordar y honrar a sus muertos.

El informe de Memoria Histórica de la CNRR habla de 61 víctimas mortales, entre el 16 y el 21 de febrero de 2000. Mientras la cifra que maneja la Comisión Colombiana de Juristas asciende a 93 campesinos muertos.

La noche del sábado con velas y fotografías de quienes cayeron a manos de los paramilitares, fueron recordados por sus coterráneos. Uno a uno fueron nombrados y el pueblo caminó sus calles parando en cada esquina, cada portón, cada sitio por donde pasó el horror y se llevó a sus amigos y parientes.

Quiénes eran, qué les gustaba comer, con qué música vibraban y cómo cada uno era inocente y no debió morir, así los saladeños recordaron que hace una década vivieron tres días en el infierno. Sus niños, la nueva generación que ha crecido escuchando esa historia de terror, formaron con velas la frase: El Salado vive. Y vive, a pesar de las promesas no cumplidas, del riesgo que es habitar en los montes de María, terreno que se disputan los grupos armados ilegales.

A pesar de la violencia, de la pobreza y del abandono en que el Estado los tiene, los saladeños quieren vivir.

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