Aunque sienta mucha rabia, no estoy de acuerdo con que se acuse a la señora Piedad Córdoba de transgredir la ley por las frases agresivas que pronunció en Miranda, Cauca, registradas en un video. En una democracia no debe haber delitos de opinión, a menos que se calumnie, se injurie o de modo claro e inequívoco se atente contra los intereses vitales de la sociedad y el Estado.
Un ejemplo muy representativo y casi extremo de tolerancia en una sociedad abierta es el del polémico profesor Noam Chomsky. Se ha opuesto al establecimiento norteamericano con ardentía y virulencia. Cuando el atentado de las Torres Gemelas, se lanzó de frente contra el gobierno de Bush. Es el crítico de críticos. Al leer sus artículos, a veces he llegado a presumir que oscila entre la temeridad y la barrabasada. Pero ahí sigue publicando, opinando en contravía, como pensador radical, así medio mundo le caiga encima. Allá él.
En el ejercicio de la libertad de opinión hay una línea de sombra entre lo legal y lo ético. Una opinión puede encuadrarse dentro del marco de la legalidad. Pero puede al mismo tiempo estar en conflicto con valores y normas éticos. Aunque no deba haber delitos de opinión, para opinar no basta con ajustarse a las leyes positivas, codificadas. Debería tenerse muy presente el contenido ético, estimable de acuerdo con la sindéresis, con la capacidad del comentarista de discernir sobre lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo prudente y lo imprudente, lo conveniente y lo perjudicial.
Se leen y se oyen con frecuencia las apreciaciones atrevidas, desmesuradas, insolentes, impertinentes, de algunos columnistas de diversos medios y de líderes de opinión que expresan en público sus puntos de vista. No por eso están delinquiendo, aunque dejen la impresión de que hacen maromas en la cuerda floja, en un sí es no es anfibológico del que podría inferirse que están a punto de ponerse al margen de la ley. Abusan de la libertad de opinión. Pero hay que tolerarlos, aguantárselos y defender sus derechos. Qué tal si no. En regímenes totalitarios los amordazan o los meten a la cárcel. En cambio, en una democracia la paciencia infinita es una cualidad máxima.
Mejor que sentido de la legalidad y conciencia jurídica, para opinar se necesita criterio ético. Sin él, se esfumaría la responsabilidad como facultad de asumir las consecuencias por lo dicho o lo callado y de medir los efectos de las palabras, de las actuaciones imprudentes en circunstancias y escenarios conflictivos, del riesgo de provocar graves acciones violentas al azuzar a ciudadanos enardecidos y lanzarlos contra la fuerza pública. Opinar sin responsabilidad es como tirar la piedra y esconder la mano.
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