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Regreso a la herejía

  • Ernesto Ochoa Moreno | Ernesto Ochoa Moreno
    Ernesto Ochoa Moreno | Ernesto Ochoa Moreno
13 de mayo de 2011
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" El hereje ", de Morris West, es una obra de teatro en la que el autor, encarnado en la figura de Giordano Bruno, defiende una de las pocas libertades que aún nos quedan: la libertad de disentir.

Alguna vez visité en Roma el Campo dei Fiori, donde fue quemado Bruno. Fue en un otoño romano, con esos ocasos de luz diluida que más que verse se siente y se pega a la piel. Ocasos con aroma de fugacidad que no hacen pensar en el eterno sino que hacen renacer sangre pagana. Pero allí donde había ardido la hoguera y el cuerpo del hereje, no olía a chamusquina. Un olor a rosas, que se vendían en la plazoleta, lo invadía todo. Se sentía la presencia del monje que tuvo el valor de decir la verdad, su verdad, y de no retractarse por presiones mezquinas o interesadas. Desde entonces Giordano Bruno se convirtió en mi hereje de cabecera.

En un mundo como el de hoy, en una sociedad como la nuestra, hacen falta herejes. La palabra herejía, noble en su origen, ha adquirido un matiz negativo y repudiable por el contexto religioso que la asumió y le redujo el campo de significado. El diccionario la define: "Error en materia de fe, sostenido con pertinacia", con dos acepciones en sentido figurado: "sentencia errónea contra una ciencia o arte" y "opinión no aceptada por la autoridad establecida".

El vocablo griego de donde procede tiene varias acepciones que enumero en orden: 1) toma, conquista, acción de tomar; 2) elección, opción; 3) inclinación, preferencia; 4) proyecto, designio, propósito; 5) principio, parecer, partido, secta.

La "hairesis", la herejía, era, pues, para el espíritu griego, una alta cualidad intelectual. La capacidad de escoger, de no tragar entero, de asumir posiciones propias. Todo lo contrario del dogmatismo. Aunque la palabra dogma simplemente significaba opinión o parecer y ya en el lenguaje teológico, al referirse a puntos fundamentales de la fe, adquirió el carácter de irrefutable.

A veces es fructuoso navegar aguas arriba del lenguaje. La etimología esclarece matices de significación. Del interés por la verdad ("aletheia", el vocablo griego que significa verdad también se refiere a franqueza, a sinceridad), caímos en una tendencia inquisitorial por el error. Caza de brujas. Maniqueísmo. Herejes a la hoguera.

La figura de Giordano Bruno, y entre los pliegues de su hábito blanco estas apreciaciones etimológicas, nos ayudan a reforzar la idea de que hay que volver a la disensión, a la libertad de pensar y de opinar, a la herejía. A tener el valor de decir cada uno lo que siente y piensa. La rebeldía. Osar poner en tela de juicio dogmatismos y verdades. Atreverse a desmontar mitos y aventurarse contra corriente. Ser iconoclastas. Herejes.

Por lo demás, el hereje es profeta. Porque denuncia y mira hacia el futuro por encima de su época y su contorno vital. Es rechazado, evitado y vitando, anatematizado por sus coetáneos. Sólo el tiempo se encarga de restaurar su imagen y valorar su mensaje. Detrás de todo invento, detrás del progreso y de todo paso adelante hay alguien que se atrevió a dudar, a disentir, a pensar lo contrario.

Cuando se dice que falta valor civil para denunciar las injusticias y los desmanes, provengan de donde provengan, se está constatando la debilidad humana e intelectual de un pueblo que no sabe disentir, que está acorralado en su miedo y en su conformismo.

Ocaso de personalidades.

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