Al lugar del encuentro fueron apareciendo, bien puntuales, cargando con los morrales en la mano, bien uniformados, riendo, y escoltados por padres, madres, amigos, profesores y "hasta el perro y el gato".
Los seis muchachos miraban para todos lados. Uno que otro habitante del sector aledaño a la cancha principal del barrio Antonio Nariño, donde fueron citados para reunirse y despedirse de sus familiares, apenas sí se preguntaban ¿y estos para dónde van tan elegantes?
¿Felices?... ¡Nooo, que va! Y no se sabía quien más, si los hijos o los padres de familia, que todavía no creían que, después de tanto sufrimiento y esfuerzo, se veían realizados sus sueños.
Durante los últimos cuatro meses 21 familias se dedicaron a hacer realidad el proyecto de un viaje a Estados Unidos, al que, por azar, les apareció en una carta de invitación que hablaba de participar en un torneo llamado Bicentenario Sol de América.
"Nos tocó hacer de todo", fue la expresión que más se escuchó entre los padres, mientras se despedían de los chicos, dándoles fuertes y largos abrazos, porque, entre otras cosas, era la primera vez que se iban de casa a cumplir un viaje tan largo como éste. Y al exterior.
Bailes, bingos, rifas, y la que más resultados dio: la venta de postres, casa a casa.
Así reunieron el dinero apenas suficiente para hacer las vueltas del visado, viajar a Bogotá a la Embajada de E.U., comprar uniformes, asegurar los tiquetes aéreos y darles unos "pesitos" para la estadía en el país del Tío Sam a los muchachos.
Pero los postres, los bingos y las rifas, a falta del respaldo estatal, no alcanzaron para cubrir todo. Tocó, entonces, endeudarse, para no frustrar el deseo de viajar a ese país y, más que todo, jugar el torneo en Fort Lauderdale, donde la mayoría de ellos esperan conocer el castillo de coral, la jungla de monos y los jardines de frutas tropicales, así como las playas de las que han visto por la televisión o, incluso, pegarse la rodadita a Disney World.
Por eso la alegría reflejada en cada uno de los rostros de esos niños de estratos 1 y 2 era como cumplir parte de un gran sueño. El otro, el que todos quieren y por el que, igualmente, pidieron ayer, es el más importante: que haya paz en esta comuna 13.
"La emoción me provoca un taco en la garganta", dijo Viviana Pava, una de las orgullosas madres, que ayer derramaron lágrimas, de felicidad, al ver a sus hijos subiendo a la buseta que los trasladaba al aeropuerto de Rionegro. Y de saber que en ese puñado de muchachos, el resto de los 18 que viajaron, entre martes y ayer, son parte buena y el fiel reflejo de la mayoría de los 134.716 habitantes de los 22 barrios que conforman la comuna 13 tan golpeada por una violencia, que nadie quiere, en los últimos días.
"Acá somos más los buenos. Unos pocos quieren hacernos ver como no es la realidad, la de violentos", alcanza a decir María Cecelia Usma, mientras se despedía, entre sollozos, diciendo "ese es mi hijo".
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