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Sensación de naufragio

15 de mayo de 2009
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-Esto es un naufragio- le dije al padre Nicanor, sin ni siquiera haberlo saludado. Se me quedó mirando y el azul, ya desteñido por los años, de su mirada, se me fue diluyendo en el alma. Me escudriñaba y al mismo tiempo me interpelaba en silencio.

-Sí, tío, me siento como un náufrago en esta realidad que estamos viviendo en Colombia.

-¿No será simple pesimismo, hijo?

-No, padre, no es pesimismo. Es algo peor. Es la angustiosa sensación de estar perdidos. Puro naufragio. Con la aurora no amanece un nuevo día, sino que se prolonga la larga pesadilla de una sociedad acorralada por la violencia, por los escándalos, por la corrupción, por los fanatismos enfrentados. Una sociedad desencantada de todos y de todo.

-¿Sabes que son ya muchos los que vienen aquí a conversar conmigo que tienen esa misma sensación de estarse hundiendo en la arena movediza de la desesperanza?

-De la desesperanza y de la desconfianza. Hablan los gobernantes, pero no les creemos, no podemos creerles, porque no estamos seguros de que estén diciendo la verdad o porque su discurso está viciado en la raíz por intereses recónditos que hacen perder credibilidad.

-Tendrías que echar mano a una tabla de salvación. Lo hacen todos los náufragos.

-¿De quién se pega uno, tío? Sentimos lejanos a los pastores, a los dirigentes, a los políticos, a los profetas, a los periodistas, a los que alardean de imposibles taumaturgias desde cualquier frontera espiritualista, o a los que desde el promeserismo electoral o reelectoral pintan paraísos mentirosos. Tampoco nos atraen los culebreros de la felicidad. Estamos solos. Hundidos. No confiamos en el vecino, en el transeúnte que nos topamos en el camino. Lo peor, desconfiamos hasta de las instituciones que nos estructuran como pueblo y como nación.

-Muy preocupante, para serte sincero, tu confesión de náufrago. ¿Y qué piensas hacer?

-A eso vine, a ver qué me aconseja usted, padre. Porque la tentación es desertar, huir, aislarse. No ver. No sentir.

-Y convertirte así en un eterno fugitivo de ti mismo, en un espectador lelo y paralelo de la asfixiante realidad. No. No es ese el camino.

-¿Y entonces?

-No es fácil, muchacho, aceptar estar metido en la noche oscura, y más aún en la noche oscura de la actualidad, de la historia. Pero de todas maneras, hay que afrontarla y enfrentarla. No en el anacoretismo de las evasiones, sino teniendo el valor de un gesto, por mínimo que sea, de compromiso con esa realidad circundante.

-Como quien dice, ser fieles a la esperanza, al futuro.

-Exactamente. El futuro empieza en el corazón de los sobrevivientes.

-Creo entender su consejo, tío: no somos náufragos, somos sobrevivientes.

-Convéncete de una cosa: la tabla de salvación de un náufrago es saber que sigue vivo, aferrarse a lo que le queda de vida. Enfrenta la angustia con la esperanza. No es un trueque mentiroso sino un choque de lanzas. Sobrevivir es luchar.

-Buenos consejos, tío, pero muy frágiles consuelos.

-Ni es mi intención darte consuelos. El peor remolino que puede hacerte naufragar es la autocompasión. Exorciza pesadumbres y lamentaciones. No se puede ser sobreviviente sin un mínimo de estoicismo. Y si uno es creyente, con un mucho de fe. Grábate esto: la mejor victoria es no rendirse. Y que Dios nos tenga de su mano.

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