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SOBRE EL MAL DE OJO

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24 de octubre de 2014
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Estación Maleficio, en la que se reúnen los que viven al revés, se levantan con el pie izquierdo, rezan como no es, piden y no dan, les voltean la ropa y no vale que claven agujas en la pared, son malagradecidos, ejercen con sevicia la envidia y la codicia, se saltan instrucciones, ven todo mal aun sin saber de qué se trata, quieren saber sin estudiar, se dan aires sabiendo que están desinflados, hablan mal de los otros, se envilecen fácil, en fin, cargan las condiciones del mufa, personaje lunfardo que atrae los males y hay que sacarle el cuerpo porque ojea fácil al que mira, lo que toca y no da abasto en maldiciones, mentiras en las que se autocompadece, alarga la cara y suelta un mal aliento que hace esconder serpientes. Y que aparece y desaparece como una mala yerba, como un yuyo, como una piedra que corta e infecta, misteriosamente, impidiendo que las cosas se lleven a cabo, pues siempre hay un problema. Estos mufas, conocidos también como elocuentes, son dañinos.

Un elocuente, personaje mufa que ejerce el mal de ojo, es el que tiene argumentos ambiguos para detener una acción aduciendo que no es tiempo; para un plan porque faltan elementos y hay que madurarlo, un proyecto porque carece de más profundidad, un ascenso debido a que la experiencia de la persona propuesta no sería suficiente. Y con estas palabras que no contienen nada adentro, pues son meros lugares comunes, crean la duda y nada se hace o se hace mal. Y claro, aparecen los aires de macumba, de santería (San Lázaro y Chango en acción), los talismanes, la detención, el prohibido estacionar y las decisiones exprés, tan de moda, que se toman según la mano que entre en el bolsillo y la soberbia del embrujado que, ensimismado en su propia contaminación, parece un personaje de Modiano.

América Latina (lo que hoy sea esto), desarrolla una mentalidad de maleficio que comienza en la ilegalidad y concluye en la destrucción desmesurada de recursos, en confundir el desarrollo con el crecimiento y así lo que se hace en un sentido se destruye en otro, que de nada vale la innovación, por ejemplo, si la gente que la habita no es moderna y moralmente dispuesta a la convivencia. Y este mal de ojo, la extensión de las malas decisiones, de una guerra contra el buen sentido, de una carrera por llegar primero al semáforo en rojo, nos marca y nos sitúa en el aquelarre, reunión de brujas que promueven amasijos, potajes con alas de murciélago, cremas maquilladoras, muñequitos para chuzar, abracadabras maliciosas, nueva clasificación de diablos y bueno, ahí vamos, encerrados en ensalmos.

Acotación: Creer en brujas y maleficios es fácil: basta que los planes anunciados no lleguen a su final, que la culpa sea ajena y evitemos la confrontación, que la propaganda esté por encima de la realidad, que se usen palabras que no entendemos y que habitemos el deseo y no la posibilidad. Y que nos eduquemos para ser importantes y no para aprender, que es la raíz de tanto mal de ojo.

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