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Tati, llenarás de sonrisas el cielo con tus bromas

LA HUELLA DE la odontóloga Tatiana Andrea Posada Jiménez, que murió luego de una cirugía estética, el miércoles 17, no se borra de la memoria de aquellos que la amaron, como Luz, su madre.

  • Tati, llenarás de sonrisas el cielo con tus bromas | Manuel Saldarriaga | Sobre el arreglo floral que adorna el altar de las novenas a Tatiana, en su casa, está la tarjeta que le dejó su novio Diego, en la que le jura amor eterno.
    Tati, llenarás de sonrisas el cielo con tus bromas | Manuel Saldarriaga | Sobre el arreglo floral que adorna el altar de las novenas a Tatiana, en su casa, está la tarjeta que le dejó su novio Diego, en la que le jura amor eterno.
24 de agosto de 2011
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Estando en la flor de su vida, cuando la felicidad parecía un vuelo sin fin y todo era sonrisas, la Tati partió a la eternidad el miércoles 17.

A su madre, Luz Jiménez, Dios le regaló una última noche de calor al lado de su "niña", como ella la llamaba muchas veces, sobre todo en esos instantes en los que la ternura de ambas se desbordaba en un abrazo, un beso.

El día antes de morir - cuando la joven llevaba tres días de incesante sufrimiento luego de un procedimiento estético que le practicaron en una prestigiosa clínica de Medellín- el destino pareció cuadrar todo para que Tatiana durmiera abrigada al calor de su madre.

-Su novio había estado con ella acompañándola todas las noches y ese último día ella le rogó que se fuera a descansar, que no se trasnochara más... él se fue y ella y yo dormimos juntas-, recuerda doña Luz, que carga en su rostro toda la melancolía que le dejó el prematuro deceso de su hija, de sólo 26 años.

Qué iba a pensar que ese martes 16 de agosto sería la última noche juntas. Si bien ella la había pasado mal desde el sábado 13, cuando le practicaron una cirugía estética llamada lipoplastia, que le trajo complicaciones, nadie imaginó que la situación la iba a conducir a la muerte.

Hundida en el dolor y evocando las mejores cosas de Tatiana, doña Luz resalta que invirtió mucho dinero en pagar la cirugía y que incluso adicional pagó una póliza postoperatoria que garantizaría que su niña iba a ser atendida con todo cuidado y esmero por cirujanos profesionales.

-Cuando ella me comentó de las ganas de hacerse la cirugía le dije que no la necesitaba, pero entendí que quería verse más linda y conseguí el dinero, le dije que no le podía dar regalito en diciembre, que era como el adelanto. La apoyé sin imaginar que eso iba a pasar-, comenta doña Luz, para quien su hija era un ángel de bondad que se pasó la vida saltando de alegría, haciéndoles bromas locas a los que la rodeaban y ayudando a cuanto ser humano necesitado se topaba en su camino.

Dice, incluso, que ya de odontóloga profesional Tatiana soñaba con crear una fundación para ayudar a niños pobres y especiales.

-Era tanta su bondad, que a veces yo le decía que si seguía regalando todo no iba a conseguir nada para ella-, apunta Germán Gómez, su anterior novio y con quien tuvo una relación de ocho años, en la que ella "fue leal, sincera, respetuosa, que me apoyó siempre y se alegró con mis triunfos".

Invasión de amor
La relación con Germán terminó en diciembre y esa separación trajo amarguras. Pero en los últimos meses a la vida de Tati llegó el ingeniero Diego Martínez.

Para doña Luz, un hombre que le cambió la vida y que le regaló a su hija sólo momentos de felicidad.

-Él la conoció en una foto en facebook por medio de una amiga y al verla dijo que esa iba a ser la mujer de su vida-, cuenta la adolorida mamá de la joven, que laboraba hace un año en la clínica dental Sonría.

Diego no sólo estuvo con ella cada minuto de sus últimos días, tal vez los más tristes de Tati por los fuertes dolores que la aquejaron, sino que desde que la conoció la colmó de amor y atenciones.

Él es otro de los que sufre y llora por la inesperada partida de Tatiana. La chiquilla loca que no se cansaba de hacer bromas "pesadas" a sus conocidos para luego morirse de la risa viéndolos con los ojos llorosos porque les llenó de ají una comida, les echó sal al tinto o les escondió los zapatos y los hizo ir hasta la casa descalzos.

-Eso lo hacía todo el tiempo en Sonría, donde siempre se llevaba los premios como la mejor, porque siempre sobrepasaba las metas-, cuenta Viviana Giraldo, una de sus compañeras de trabajo.

Pero la Tati ya no está. En su casa, llanto y silencio alternan las horas. En su mesa de noche está la tarjeta de odontóloga. En el clóset, un frasco lleno con las muelitas que les sacaba a sus pacientes, y en otro cajón, un pandequeso y una pera, de esas de bromas.

Es decir, la Tati pintada en la esencia de su ser. Por eso no suena el reggaetón. Ya no hay quién lo ponga...

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