Todo anda revuelto. La nación está tomada por nacionales. No como antes, cuando se les podía echar culpa a minorías armadas. Ahora es gente de ruana, mochila y sombrero sudado la que eleva voz en forma de puño. Personas que no tenían tiempo para separarse del surco, timón, tablero o socavón, hoy distienden brazos productivos y cortan troncos para salir en noticieros.
En La Habana, entre tanto, una de aquellas minorías con sesenta años de tiros ensaya a dar declaraciones como antes no había dado. Cada palabra suya origina ondas en la mente colectiva, que muy poco había recibido de esa fuente vibraciones diferentes a explosiones de cilindros disfrazados.
Tratados comerciales con los siete mares asoman su verdadera catadura de ley de embudo. Desde hace pocos años, meses, no únicamente ricos locales atesoran a costa de quienes con paciencia arrancan comida de la tierra. En el presente, son los cubiletes extranjeros los que aumentan brillo gracias a puertas abiertas a avaricia planetaria.
La coyuntura es propicia para multiplicar por mil los decibeles protestantes. Son inminentes las elecciones, y nadie es capaz de pronosticar con aproximación quién se va a quedar con el botín de licitaciones, presupuestos y cargos en donde medra la codicia nacional.
En este río revuelto nadie alumbra. No hay faro, pues las guías que por decenios operaron hoy son ruinas, provocan descreimiento. Ambiciosos de distintos pensamientos intentan obtener tajadas de pescado, cada cual más grande. El grueso de la población se orienta con base en consignas elementales. Colapsaron las doctrinas, murieron los líderes, se oxidaron los aparatos en que desde antiguo se organizaba al pueblo.
El gobierno titubea, como titubearía cualquier otro, con excepción de aquellos que no dudarían en contener protestas cercenando gargantas, ayudados por experimentados descuartizadores con sierras eléctricas. Quien no apoye a un bando es de inmediato clasificado como partidario del enemigo. Y todo el que piense diferente, muere en formas diferentes.
Todo está revuelto. Las ciudades, antes protegidas por frágil barrera de distancia, están sitiadas. Mercaderes no mercan, transportadores no transportan. Papa, leche, chocolate, cebolla, café, semillas, son viandas de museo. Se ignora hasta cuándo el sol salga para todos.
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