Justamente por estos días que corren, los de Amor y Amistad, se cumple un año de que Laura Rodríguez Aristizábal y Santiago López Tamayo acordaron no andar más como novios indecisos o como amigos con derechos, de besos aquí, sonrisas allá, caricias, pero sin certeza. Si se amaban tanto, se dijeron, el noviazgo debía quedar en firme.
Ya venían saliendo juntos, entrenando natación, conversando por Facebook, desde hacía casi un año, cuando se conocieron. Ese día, el primero de sus vidas en que se vieron, sucedió en octubre, el mes de las lluvias, de 2011. Ella llegó a la piscina olímpica de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot a someterse a pruebas de nado para optar por un cupo en la Selección Antioquia. Él estaba en el agua, pero ella apenas notó su presencia en el momento en que, por torcer su ruta nadando de espaldas, se chocó con él.
"Fíjese por dónde va". "Está bien, grosero", cuenta ella riendo, porque ríe por todo. Al cabo de unos momentos, Laura le pidió el favor de que le ayudara a ponerse las gafas. Él le dijo: "Usted puede sola. Porque aquí hay otra muchacha a la que también le falta una mano y ella se las pone sola".
Ella, de veinte años, perdió su brazo izquierdo por una mordida de serpiente, una mapaná, el primero de enero de 2006, en Nariño. Estaba de paseo con parientes y amigos en charcos de Puerto Venus. Pasaron dos horas desde la mordedura hasta que, en moto, con paradas porque el mareo y el sueño eran insoportables y le hacían difícil sostenerse, recibió atención médica. "Déjenme aquí durmiendo, al lado del camino", les decía a sus acompañantes. Pero ellos sabían que dejarla ahí sería la muerte. Llegaron al Hospital San Joaquín, tarde para salvarle el brazo; temprano para salvarle la vida.
Él, de veintiún años, perdió su pie izquierdo desde el nacimiento. Cuenta que su madre, ignorando su estado gestante, tomó fármacos para la psoriasis, que causaron malformación de la pierna y tuvieron que amputársela después del llanto con el cual saludó la vida.
Santiago cuenta que la primera vez que vio a Laura en la piscina, le gustó esa muchacha bonita de traje amarillo, risueña y bulliciosa, que tropezó con él. No se lo dijo.
Laura fue quien lo agregó en Facebook. En él había una actitud extraña, encantadora pero extraña. No le dejaba claro si ella le gustaba o no. Fue ella quien preguntó: "Y qué hay para hacer en Bello". Era su forma de invitarlo a salir.
Una de estas mañanas, vestidos en traje de baño, bajo un Sol picante pero diáfano, se sumergen en la piscina de tres metros de profundidad, la misma en que se conocieron. Por las ventanas de la planta baja se ven haciendo figuras, jugando, encontrándose para darse besos subacuáticos, dejando racimos de burbujas que les salen por nariz y boca. Ah, se ven los dientes de ella, quien también ríe bajo el agua.
Él estudia Sistemas; ella, Licenciatura en Ciencias Sociales. A ella no le gustaban los ingenieros, porque los creía "deshumanizados". Él no quería "enredarse" con alguien que también padeciera discapacidad. Ambas cosas llegaron a confesárselas un día.
Sin embargo, él le ha mostrado su "humanismo": la secunda en un proyecto de atención a los niños de los desplazados de Ituango, que desde hace seis meses ocupan el coliseo de la Universidad de Antioquia. Como están perdiendo escuela, ella, en compañía de 12 compañeros, les enseña a leer con juegos. Santiago le ayuda a conseguir mercados para esas familias que viven, comen, lavan la ropa y la tienden a secar frente a las canchas de la U.
Salir a la ciclovía, ir a teatro, jugar en los centros comerciales. "Ay, me sentí discriminada en un centro comercial. No me dejaron jugar en carritos. Dijeron que no podría agarrar bien el volante".
"Lo que más nos gusta es visitar restaurantes nuevos y comer... Comer platos diferentes". Y lo hacen, más que nada, en sus cumpleaños: el 7 de enero, el de ella; el 28 de marzo, el de él.
Él le contagió la pasión por la natación. Ella, la alegría. De pronto, deciden que desean hacer otro clavado simultáneo. Laura se lanza un segundo antes que él.
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