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Violencia y religión

01 de junio de 2011
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Decía Blaise Pascal que los hombres nunca cometen el mal más plena y alegremente que cuando lo hacen por convicciones religiosas. Podría a primera vista parecer este un tema pasado de moda, fuera de contexto o de otra época. Sin embargo, infortunadamente no es así.

Se habla hoy por todas partes y con frecuencia de guerra santa ("jihad"), de martirio, de ataques a los infieles, de fanatismo religioso; se queman iglesias, se asesinan cristianos, se inmolan musulmanes, etc. Situaciones estas que muchos creíamos ya superadas tiempo atrás, pero que en cambio se han convertido en el drama cotidiano de tantos.

Cabe entonces preguntarse por la causa profunda y originaria de todo esto. ¿Será acaso Dios mismo el responsable? ¿Es el Ser Supremo que todos dicen adorar el inspirador de estos males? O más bien ¿son las religiones en sí mismas las que incitan a los hombres y a los pueblos a la violencia y a la intolerancia?

Paradójicamente, y esto lo podemos afirmar con absoluta certeza, la concepción común a todos los hombres y todas las religiones es que el Ser Divino, principio y fin de todo, es justo y misericordioso (musulmanes), que pide el amor a Él y al prójimo como a sí mismos (cristianos), que prohíbe matar y hacer daño, que promete recompensa para quien hace el bien y castigo para quien cumple el mal (=).

De ahí que la religión, por su parte, considerada como la comunidad de fieles que comparten las mismas convicciones religiosas, si se halla fundamentada y sostenida por la fe en un Dios Bueno y misericordioso y que ordena hacer el bien a todos, no puede ni debe ser generadora de violencia sino, al contrario, fuente de paz y de fraternidad.

Pero entonces, ¿qué ha pasado? ¿Cómo se justifica la realidad de violencia, mal llamada "religiosa", que pulula en la actualidad? ¿Por qué Al Qaeda y otros asesinan "en nombre de Dios" pensando en dar gloria a Alá? O, en casos más familiares ¿Por qué el sicario al agredir a su víctima se atreve a invocar la ayuda de la Virgen para cumplir su perversa misión?

Cosas como estas son claramente contradictorias y casi grotescas, pero hasta el mismo Hitler se decía salvado por Dios al verse librado de un atentado que le permitió continuar con sus planes macabros. Y ni qué decir de Gbagbo, el destituido presidente de Costa de Marfil, quien provocó recientemente un desangre sin sentido en su país, movido por la convicción de haber sido puesto por Dios en el gobierno.

Sabemos, en fin de cuentas, que no ha sido Dios a crear la violencia ni sus auténticos seguidores a perpetrarla. Ha sido el "dios de bolsillo", la falsa imagen del Omnipotente, el ídolo hecho a la medida de cada cual la causa verdadera de tanta intolerancia y sufrimiento.

Por eso la situación de persecución e intolerancia que viven hoy las minorías cristianas en Medio Oriente nos debe preocupar a todos. La libertad religiosa, como derecho fundamental, está allí lejos de ser reconocida. Mientras tanto, pareciera que a las celosas y justicieras democracias de Occidente solo interesa la sangre oriental siempre que venga mezclada con petróleo.

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