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Yo tenía un amigo...

28 de octubre de 2009
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Campeón, un abrazo de amigo, un abrazo de hermano, donde quiera que estés. Hoy decidí escribirte sin saber si leerás esta carta, pero lo hago para decirte todo lo que se me está pudriendo en el corazón y que cuando tuve la oportunidad de hacerlo no lo hice pensando siempre en el mañana, sí, ese mañana que un día no llegó para ti. Siempre creí que nuestra amistad estaría más allá de todo, y lo sigo creyendo a pesar de que hay todo un universo de por medio entre nosotros.

Todo ha cambiado desde tu partida. En el pueblo amanece más temprano, ya no hay esas masas de arenas por las calles que sólo ese detalle las comparaba con el desierto, porque ahora están casi convertidas en desiertos de pocas arenas requemadas por el inmenso calor. Ya no se quieren ni se respetan los compadres con las comadres y a veces se dicen: "pongamos a un ladito por un ratico nuestro sacramento y hagamos lo que nos está pidiendo la pasión"; y falta poco para no saber cuál es el padre o cuál es el hijo entre quienes pelean a puño limpio o discuten en la cantina.

Si estuvieras aquí ya no nos tiraríamos en cualquier parte a dormir la siesta sagrada de las 2 de la tarde porque quizás no hay dónde. Yo prefería el pretil de la escuela y tú la arena de la calle.

Campeón, la luz en el pueblo ahora es artificial y no como aquella noche que me enamoré y canté al compás de una guitarra. Tú estabas ahí. Lo recuerdo bien. También tú te enamoraste, aunque en cuestiones de amores cuando yo apenas iba ya tú venías, y mi abuela te espantaba con la escoba a todas tus enamoradas hasta sacarlas de la casa inmensa de aquel patio grande.

Era la época de bailar lambada, vallenatos sabrosos con letra y melodía que se podían dedicar a la novia, la salsa del Joe Arroyo, y de Café con aroma de mujer; del cabello largo que tenía que recogerme con una cola de caballo cuando enfrentaba la batalla del amor. Sí, era una época loca, y triste, como cuando algún detalle me recordaba situaciones bonitas que pasé al lado de mi papá antes que su última huella dejara en la arena del pueblo. Tú viste nublar mis ojos de lágrimas saladas al volver a recordar.

Tú no le temías a los fines de semana ni a los días de fiesta en el pueblo, al contrario, creo que los añorabas para lucirte. En cambio yo no dormía pensando que los borrachos se fueran a robar una gallina en el patio para el sancocho. Recuerdo mi primera cita amorosa y estaba tan nervioso que esa vez olvidé hacer algo que todavía olvido y me lo recordaste: péinate, dijiste.

No has estado cuando me gradué de bachiller, tampoco cuando fui soldado de Colombia en la II Brigada del Ejército Nacional, ni en mis pininos en la Universidad. Me entristecí cuando me gané los concursos de cuentos en San Juan de Puerto Rico, Bucaramanga y Medellín, y tú no estabas para darte un abrazo y compartir mi regocijo. Cuánto me hubiera gustado decirte, por ejemplo, que Juan Rincón me contactó para decirme que quería una nota mía en la revista del festival, algo que me llena de orgullo. Alguna cosa debo estar haciendo bien porque a la gente le gusta mi estilo de escribir.

Pero sí estabas cuando tomé la primera comunión y la vez que me negué con todo y obispo a bordo a hacer el sacramento de la confirmación porque no le encontraba ningún sentido. Todos se resintieron conmigo. Menos tú, que siempre me comprendías. Sí, yo tenía un amigo? Creo que estuviste en los momentos especiales de mi vida como cuando nos bañábamos en la Cieneguita o en el campo de fútbol las veces que lo anegaba el caño viejo en épocas de crecientes. Íbamos mis hermanos, tú y yo. A veces, cierro los ojos y vuelvo a vivir la escena cruel y dantesca cuando el carro fantasma te pasó sus llantas por encima. Descansabas como era tu costumbre, tirado en la arena frente a la puerta de nuestra casa que en aquellos tiempos felices era de palma y bahareque. Agonizaste algunos días y luego te fuiste sin resentimientos, sin tus nueve noches de interminables rezos, sin una misa de caridad, sin nadie guardándote luto. ¡Qué falta haces, Campeón!

Lloré cuando alguien dijo "tu amigo se fue". Vagué por ahí con la cabeza gacha y las manos metidas en los bolsillos del pantalón buscando por todos los rincones razones a tu partida.

Nunca me gustó el nombre que llevabas, por eso no te llamé nunca por él, y menos el signo zodiacal bajo el cual naciste, ni el elemento cósmico regente de tu vida, entre otras cosas, porque me recordabas a un asesino alemán famoso por defender su raza aria a base de crímenes y no sé qué más bajezas.

Campeón, siempre recordaré tu nariz pegada al suelo buscándome sin consuelo. También llevaré por siempre en mi mente que cuando me encontrabas, brincabas, saltabas y sonreías contento. Te extraño, Káiser.

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