En Medellín no hay nada más indócil que el Centro. Y quienes se aventuraron a montar una sucursal de Provenza en Plaza Botero lo aprendieron de manera severa contando pérdidas por más de $180 millones.
La conocida como sucursal de Provenza, bautizada formalmente apostada en la llamada Callecita de Botero, fue una iniciativa que surgió a finales de 2023 cuando empresarios que ayudaron a erigir a Provenza como un reconocido sector de entretenimiento le apuntaron a asentarse en la emblemática plaza con restaurantes, cafés y bares. Parecía en ese entonces una apuesta segura, la decisión acertada de cualquier empresario con mínima visión no solo para apostarle a un buen negocio sino a un buen proyecto de ciudad.
Sobraban razones: 40.000 personas recorriendo la plaza al día, una ciudad destacada hasta la saciedad en revistas y listados turísticos, una plaza que es, tal vez, el único lugar verdaderamente de carácter único y de talla mundial de Medellín al concentrar las 23 esculturas del artista colombiano más universal, en fin. El gran anfitrión de la Callecita de Botero era La Tasca, una tradicional marca de comida española liderada por Juanita Cobollo y Mónica Manrique. También aterrizó gastronomía mexicana y coctelería. En paralelo, la marca El Social llegó para instalarse en el Museo de Antioquia para montar El Social Maestro.
La premisa inicial, según Cobollo, era que al encontrar espacios que normalmente buscarían en El Poblado, los turistas dejaran de ver Plaza Botero simplemente como un lugar para chulear una foto en medio del recorrido, y se convirtiera en un lugar de estancia para pasar el día entre arte, buena comida, música y bebidas distintas a las opciones de la zona repletas de cantinas, heladerías y almacenes.
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Todo marchó de manera prometedora al principio. Aunque los negocios abrieron cuando el polémico cerramiento ordenado por la alcaldía de Daniel Quintero estaba vigente (lo que los benefició pues su público eran los turistas), igual vieron con buenos ojos la decisión de la administración entrante de Federico Gutiérrez de tumbar las vallas y abrir de nuevo la plaza, pues la posesión misma de Gutiérrez fue allí, en una plaza lustrosa, con la promesa de transformarla en un símbolo de la ciudad recuperada y de urbe internacional.
Algunas grandes marcas en la industria del entretenimiento siguieron de cerca su desarrollo de la iniciativa a ver si se consolidaban una nueva oferta en el sector. Sin embargo, en apenas dos años, la realidad se impuso a los planes.
Fue una acumulación de razones, una inapelable combinación de adversidades que se exacerbaron con el fin del cerramiento, según cuentan Cobollo y Manrique. En esa lista aparecen episodios de competencia desleal de comerciantes de cantinas y bares que, literalmente, les ponían en las narices de los clientes sentados en las exclusivas mesas carteles con promociones de seis cervezas a $18.000, o hacían aburrir a los comensales con el ruido incesante de parlantes; o venteros ambulantes que invadían el espacio personal de los clientes. También sufrieron un intento de extorsión y padecieron la falta de personal, pues a medida que pasaron los meses situaciones como encontrar al abrir cada día el espacio repleto de heces y orines agotaron al personal, sumado a constantes intimidaciones a las meseras y la inseguridad latente.
Sus administradores aseguran que nunca se sintieron abandonadas por la policía y personal de Espacio Público. Pero sostienen que, sencillamente, estos no dan a abasto.
Al final La Tasca pasó de un movimiento de caja al principio de $2 millones al día en promedio a $50.000 pesos en ventas en todo un día, cuando mucho. La Tasca finalmente se fue para Envigado. El Social Maestro corrió con mejor suerte y cumplió dos años consolidado como punto de encuentro en esa zona del Centro, ayudado, en buena medida, por esa separación física que le permite al Museo hacer parte de la Plaza pero, a su vez, estar blindado de sus problemáticas.
“Adornar los problemas”
Aunque se trata en esencia del cierre de un negocio privado pensado mayoritariamente para turistas, el fracaso de la iniciativa de la sucursal de Provenza en Plaza Botero es un síntoma de algo mucho más grande que parece que sigue escapando de la comprensión de las administraciones.
El profesor de la Universidad de Antioquia, Ómar Urán, doctor en planeación urbana y regional, señala que el fracaso de esta iniciativa delata, por un lado, una desconexión, un desconocimiento del Centro por parte de quienes pensaron en replicar allí la experiencia de entretenimiento exitosa en El Poblado.
Explica, por ejemplo, que Plaza Botero hace parte de una especie de HUB de transporte que abarca un enorme perímetro que incluye Parque de Berrío. Históricamente, relata el profesor Urán, alrededor de las terminales de transporte en Medellín se ha creado casi que de manera simbiótica un comercio álgido y popular con plazas y comercio itinerante. De manera que esa concentración de rutas y modos de transporte crea una dinámica muy diferente al concepto real de las plazas y parques: la tranquilidad, el ritual del encuentro y conversación. Eso, justamente, es lo que no es existe ni es posible que ocurra en Plaza Botero bajo las circunstancias actuales.
Pero hay otro fenómeno todavía más complejo. Urán lo ilustra con la alegoría de un globo con agua aplastado. Todo cuanto está contenido sale expulsado en todas las direcciones con efectos impredecibles.
Es lo que pasó con los habitantes de calle y las trabajadoras sexuales. Su presencia allí en la Plaza y en otras zonas responde, recalca el experto, a procesos de expulsiones de estas poblaciones. Por ejemplo, la expulsión de las trabajadoras sexuales, que habitaron durante gran parte del siglo XX Guayaquil hasta que la construcción del Parque de las Luces las obligó a moverse; o la supresión de la zona de consumo de estupefacientes en la Avenida de Greiff, que no hizo más que diseminar el problema de consumo a zonas como la propia Plaza Botero y sus inmediaciones, (atrás del museo hay una de las pocas zonas de consumo de heroína al aire libre en la ciudad), así como en Parque de Berrío y, lo que hoy se conoce como el mayor epicentro de consumo de sustancias al aire libre: el llamado Bronx, dos calles enteras en el barrio Estación Villa tomada por habitantes de calle y consumidores.
Esa, para Urán, es la raíz verdadera del asunto. Las administraciones en Medellín han sido expertas en mover las problemáticas de un lugar a otro aplazando indefinidamente las soluciones.
Y ahí, entonces, Urán plantea la urgencia de emprender por fin medidas audaces, profundas, que verdaderamente se orienten a la recuperación de espacios públicos para el disfrute de la ciudadanía. Por ejemplo, apunta, es pertinente pensar en la posibilidad de establecer zonas de regulación para prácticas de consumo. El investigador recalca que el mismo Bronx es, de facto, una zona de regulación, por lo que hacen falta más programas y estrategas con enfoque en salud pública, urbanismo y política social que permita crear unas espacialidades para poblaciones como las personas que habitan la calle. Y con esto permitir que zonas como Plaza Botero sean realmente para el disfrute de la ciudadanía. Porque hoy –recalca– salvo para la foto del tour de turno, no lo es un lugar que ofrezca un ambiente sano.
Concluye Urán que cualquier otra medida que no tenga un enfoque ambicioso y transformador, no es más que un adorno al problema, como lo es instalar urbanismo táctico o montar negocios atractivos.
Justamente para conocer más a profundidad la visión que tiene esta administración sobre el Plaza Botero y el Centro, EL COLOMBIANO buscó a la gerente del Centro y Territorios Estratégicos, Juliana Coral. Sin embargo no fue posible el diálogo. En respuesta, dicha dependencia reseñó por escrito algunas acciones que han adelantado en la emblemática plaza.
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Aseguran que Plaza Botero es “una prioridad para el Distrito en su apuesta por la revitalización del Centro. Su valor artístico, patrimonial y urbano, y recordaron que desde enero de 2024 fue el protagonista de la posesión de Federico Gutiérrez y de la inauguración de Colombiamoda este año.
Indicaron que como parte del programa estratégico Tacita de Plata, el Distrito ha ejecutado 49 intervenciones integrales orientadas a recuperar y dignificar el espacio público de la Plaza Botero, así como un trabajo de gestión social y acompañamiento a los habitantes de calle que habitan la zona, para “orientar, ofrecer rutas de atención y promover el cuidado del espacio público, entendiendo que la recuperación del centro también implica una intervención humana, respetuosa y sostenida”.
Queda pendiente, sin embargo, la conversación sobre la política de transformación de fondo del Centro y sus sitios estratégicos.
Hace unos días se hizo viral el testimonio en redes sociales de una pareja extranjera que relató su desconcierto ante la inseguridad latente en Plaza Botero. La recomendación final a los viajeros fue que si tienen un alto interés en la obra del artista, vale la pena el recorrido que consideraron incómodo, pero la desaconsejaron como experiencia para viajeros con hijos.
Aunque cualquier iniciativa pensada en cualificar espacios es necesaria y por eso es triste que fracasen, más preocupante es el hecho de que las plazas públicas sean espacios hostiles para los niños, sean turistas o habitantes.