El cambio político que, en los últimos 5 años, tornó a la derecha las presidencias de Perú, Brasil, Argentina, Ecuador y Chile fue para muchos una declaración de un fracaso del llamado socialismo del siglo XXI, la corriente política liderada inicialmente por Hugo Chávez en Venezuela y que llegó a ser mayoritaria en esta parte del continente.
Sin embargo, dos candidaturas anunciadas este fin de semana contradicen ese patrón. Se trata de Evo Morales, en Bolivia, quien según las encuestas obtendría un cuarto mandato consecutivo en las elecciones de octubre; y la exmandataria Cristina Fernández de Kirchner, favorita para suceder al derechista Mauricio Macri en Argentina y la cual anunció que será fórmula vicepresidencial de Alberto Fernández.
Ambas posibilidades, el regreso de Kirchner tras cuatro años de su salida del poder y la permanencia de Morales pese a los señalamientos de ilegalidad de su candidatura por la oposición boliviana, demostrarían que el giro a la derecha no fue definitivo.
En opinión de Jorge Lazarte, analista y exvicepresidente de la Asamblea Nacional Constituyente de Bolivia, “lo que significan estas candidaturas es que, aunque herida, la ideología bolivariana no está del todo muerta en la región”.
Kirchner y la nostalgia
Cristina Fernández, la dirigente peronista respaldada por la izquierda argentina, dejó el poder en 2015, pero no desapareció como una opción a futuro. De hecho, mantenía entonces una imagen favorable del 50 %, según le dijo a BBC el director de la firma Isonomía Consultores, Juan Manuel Germano.
Ese potencial guardado, sumado a la crisis económica que ha debido afrontar su sucesor, Mauricio Macri, son para Mauricio Jaramillo Jassir, profesor de relaciones internacionales de la U. del Rosario, las principales causas que ubican a la exmandataria a la cabeza de la intención de voto.
Pese a esto, Fernández eligió estar en segunda línea. Para Jaramillo, es una estrategia que busca dar una idea de renovación al tiempo que aprovecha su caudal político.
La figura misma de Alberto Fernández como candidato, un exjefe de gabinete durante su gobierno quien la ha criticado abiertamente en los últimos años, refuerza esa opción entre la nostalgia del pasado y el cambio que, para los analistas, le devolverían el gobierno a la izquierda en Argentina.
El poder de la estabilidad
El caso de Bolivia, en cambio, escapa al péndulo político. Morales es el único de los antiguos líderes del socialismo del siglo XXI que se mantiene en el poder y, a diferencia de lo sucedido en Nicaragua y Venezuela, lo hace sin crisis económicas a la vista.
De hecho, Morales cuenta con cifras a favor como la reducción del porcentaje de población en la pobreza de 60 a 36 % desde su llegada a la presidencia, según el Instituto Nacional de Estadística.
Estos triunfos, de acuerdo con Lazarte, le han permitido prácticamente gobernar sin oposición, pues “la propia clase media que lo critica valora la estabilidad que ha traído su gobierno”.
La popularidad de Morales es tal que, pese a que su candidatura está cuestionada por desconocer un referendo de 2016 que le prohibe aspirar a un nuevo mandato, mantiene 38 % de la intención de voto –según la última encuesta del diario La Razón– e, incluso, el favor del secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien dijo que no permitirle participar en las elecciones sería “discriminatorio”.
Pese a las diferencias, el factor común de los sobrevivientes de la crisis de la izquierda en la región es económico. Lo que les permite sobreponerse al desgaste de sus gobiernos pasados es la promesa de estabilidad que supera colores políticos
45 %
de intención de voto tenía en abril Cristina Fernández, según la consultora Isonomía.