Han pasado 13 meses desde que un fallido golpe de Estado contra el régimen de Recep Tayyip Erdogan dejó a Turquía fracturada.
De un lado, el del Gobierno, están quienes alegan que el intento golpista del 15 de julio de 2016 fue ideado por Fethullah Gülen, teólogo exiliado en Estados Unidos y líder de un movimiento intelectual que lleva su nombre.
Del otro, se encuentran aquellos para quienes el golpe fue propiciado por el mismo Erdogan para justificar una purga en las instituciones.
Y en el medio, se ubican quienes consideran que el golpe resultó de una heterogénea mezcla de fuerzas opositoras en el Ejército.
Por desgracia, aún no hay evidencia clara para explicar lo sucedido. “El Gobierno y sus órganos de prensa lanzan muchas confesiones y declaraciones de sospechosos, pero está claro que ellos han sido torturados y no sabemos hasta qué punto estas personas transmiten la verdad”, destaca Petra de Brujin, investigadora experta en Turquía de la Universidad de Leiden (Países Bajos). Agrega que los gülenistas no son los únicos a los que Erdogan intenta silenciar.
“El presidente utiliza el golpe fracasado como coartada para perseguir a todos los opositores políticos, especialmente a profesores, académicos, kurdos y periodistas”, destaca. De hecho, pasan los meses y el listado de exiliados y prisioneros se engrosa (ver informe).
Nada más el jueves pasado, la Fiscalía de Estambul emitió una orden de detención contra 35 periodistas y empleados de medios a quienes acusa de formar parte de la “estructura mediática” de la “Organización Terrorista Fethullah”.
La misma semana, 7.563 funcionarios, la mayoría empleados del Ministerio de Interior, fueron despedidos con un nuevo decreto.
Golpe a la educación
La purga y las divisiones han llevado a un cambio en la sociedad turca. Con el estado de emergencia decretado por Erdogan tras el golpe, puede controlar todos los poderes y gobierna sin oposición.
“Turquía se convirtió en una auténtica dictadura, en que la separación de poderes y el Estado de Derecho han perdido todo sentido”, expresa Gottfried Hagen, profesor de Estudios Turcos de la Universidad de Míchigan.
Según el experto, el presidente puso en marcha una avalancha de persecuciones indiscriminada contra cualquiera sospechoso de oponerse a su Gobierno, y se ha convertido en un propósito en sí mismo, “para demostrar a sus seguidores que la nación está bajo amenaza y que él es el único que puede salvarlo”.
Si bien para Hagen es casi imposible hacer predicciones sobre los resultados a mediano o largo plazo del ambiente actual, lo cierto es que las purgas de Erdogan “vaciaron” el Estado y sus instituciones. Esto puede conducir a la parálisis de la administración, la vida pública, la economía y la educación.
A De Brujin le preocupa, por ejemplo, que el presidente ahora controla plenamente el nombramiento de rectores en las universidades. “Esto significa que las instituciones ya no pueden hacer investigación y enseñanza independiente”.
Además, al movimiento de Gülen le fueron cerradas cientos de instituciones educativas primarias, secundarias y superiores, “esto significa que mucha más gente tiene que usar el superpoblado y mediocre sistema educativo público, cuando una sociedad en desarrollo como Turquía necesita personas bien educadas”.
No obstante, hay quienes creen que los hechos del último año solo debilitaron a Erdogan. Ertan Ersoy, profesor visitante en el Instituto de Estudios Turcos Contemporáneos del London School of Economics considera que si bien esta purga masiva le ayudó al líder a construir su “régimen fascista”, no le permitirá continuar con el sistema durante mucho tiempo.
“La oposición política es muy fuerte y se fortalece. No creo que Erdogan sea elegido como presidente en 2019. Aunque probablemente no reconozca los resultados, puede pasar que la oposición lo derroque del poder por la fuerza”, advierte.
7.563
turcos fueron despedidos de cargos del Estado tras un nuevo decreto de Erdogan.