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Su primera gira internacional no le permitió ocultar
los señalamientos que involucran a Rusia, pero confirmó sus intereses: petróleo y frenar a Norcorea.
Si entre las intenciones de Donald Trump con su primera gira internacional estaba desviar la atención sobre su presunta cercanía con Rusia durante la campaña presidencial, pues parece no haberlo logrado.
Aunque en Riad, capital de Arabia Saudí, caminó sobre alfombras rojas con el rey Salmán bin Abdulaziz; en Jerusalén, Israel, se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar el muro de Los Lamentos (con la cabeza cubierta por un kipá), y en Europa sentó posiciones sobre Corea del Norte, el terrorismo y el cambio climático, en Washington todo parece jugar en su contra.
Durante sus nueve días de recorrido por cinco países (Arabia Saudí, Israel, el Vaticano, Bruselas e Italia), los medios estadounidenses entregaron nuevas pruebas que agudizan las dudas por sus vínculos con el Kremlin.
Primero fue el New York Times revelando que espías estadounidenses interceptaron hace un año comunicaciones en las que funcionarios rusos hablaban sobre cómo utilizar a los asesores del entonces candidato Trump, para influir en sus posturas. Y ahora es el Washington Post el que informa que el yerno del mandatario, Jared Kushner, propuso en diciembre la posibilidad de establecer un canal secreto y seguro de comunicación con el gobierno de Vladimir Putin.
Lo anterior resquebraja aún más la imagen del líder, que aunque intentó resarcirse con sus encuentros con los líderes del Golfo Pérsico, el Papa y el G7, no lo logró del todo. Aquí los analistas detallan por qué.