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Latinoamérica ha tenido nueve mujeres mandatarias. La primera elegida mediante el voto popular fue Violeta Chamorro, en Nicaragua, quien estuvo en el poder entre 1990 y 1997.
Asimismo, en Bolivia Lidia Gueiler tuvo la jefatura de Estado, aunque esta fue de manera interina y tras ser designada por el Congreso, no por sufragios.
Entonces, la llegada de Chamorro al poder fue el primer paso para que otras ocuparan el cargo de jefas de Estado o de Gobierno de sus países. No obstante, las que le siguieron no fueron elegidas mediante el voto.
En Ecuador Rosalía Arteaga tuvo un mandato de dos días en 1997, que se dio en medio de una crisis política; en Guayana, Janet Jagan, quien era primera ministra, ocupó la silla presidencial tras la muerte de su esposo.
Geraldine Bustos, profesora del programa de Ciencias Políticas de la Universidad de la Sabana, considera que el ambiente para las mujeres en la política de la Latinoamérica ha mejorado en las dos últimas décadas. Sin embargo, “el avance sigue siendo lento y no hay una tendencia generalizada en toda la región”.
Las mujeres regresaron a los tarjetones con Mireya Moscoso en Panamá, en 1999. Su esposo, Arnulfo Arias Madrid, había sido mandatario en tres ocasiones y le acompañó como vicepresidente en ese periodo constitucional.
Latinoamérica elige a sus mujeres
A Moscoso le siguió Michelle Bachelet en Chile con sus dos mandatos en el Palacio de la Moneda. La hoy Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos heredó la política de su padre, el militar Alberto Bachelet, quien se opuso al golpe de Estado contra Salvador Allende y falleció tras ser detenido por las fuerzas del dictador Augusto Pinochet.
Como Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner también tuvo dos mandatos y ahora es vicepresidenta de la nación. Sus primeros pasos en la vida pública ocurrieron de la mano de su exesposo Néstor Kirchner, que también fue inquilino de la Casa Rosada. Igualmente, en esa lista están Laura Chinchilla en Costa Rica y Dilma Rousseff, la ahijada política de Lula da Silva.
“Una de mis preocupaciones frente a esa evolución del poder de la mujer en Latinoamérica es que pocas están haciendo carrera, sino que se mantiene una tendencia de padrinos políticos o de relaciones familiares que empujan sus aspiraciones. Entonces, no es una llegada independiente, sino de relaciones con los hombres clientelares tradicionales”, asegura Bustos.
Aunque la representación política en el ámbito mundial se ha duplicado en los últimos 25 años, Naciones Unidas considera que están siendo “subrepresentadas”. En lo que a las vicepresidencias se refiere, solo cinco de la región están ocupadas por mujeres: Colombia, Costa Rica, Uruguay, Nicaragua y Venezuela. Estas dos últimas, Rosario Murillo y Delcy Rodríguez, están acusadas de pertenecer a gobiernos ilegítimos por los partidos opositores de sus países.
Ramírez, la primera vicepresidenta en la historia del país, ha trabajo por las mujeres, lideró la Conversación Nacional a comienzos de año y recientemente encabezó la radicación de un proyecto de ley anticorrupción ante el Congreso.
Buscando más representación
Para enero de 1997 solo el 11,7 % de los escaños parlamentarios del mundo estaban ocupados por mujeres; el resto, por hombres. Poco más de trece años después, esa proporción es del 24,9 %, de acuerdo con la Unión Interparlamentaria (IPU). Esas cifras evidencian cómo intentan abrirse paso en los gobiernos.
En América esa estadística crece por encima de la proporción mundial. Para 1997 estaba en 12,7 % y ahora se ubica en 32 %, al revisar los datos de la IPU, por lo que se trata del continente con los mejores índices de participación. No obstante, si de subregiones se trata, el liderazgo lo tienen países nórdicos, Australia y Nueva Zelanda (ver gráfico).
Hay iniciativas en curso para fomentar la representación femenina. En Colombia la paridad en las listas es uno de los puntos que ha discutido el Congreso para la reforma al Código electoral y el pasado domingo la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez envió una carta a los partidos pidiendo que apoyen la vinculación y participación política de las mujeres.
Argentina desde 2017 promulgó la Ley de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política. En ese mismo año, en Uruguay fue aprobada una iniciativa legislativa similar. Entre tanto, Brasil tiene una norma que exige que mínimo el 5 % de los fondos para las campañas de los partidos sea destinado a candidatas. Pero, dicen las expertas, ese es solo el primer paso.
Sandra Botero, politóloga y profesora de la Universidad del Rosario, considera que “la paridad en las listas ayuda en tanto genera mecanismos que obligan a partidos y movimientos a impulsar a las candidatas que deseen participar. Pero el problema de la representación de las mujeres en la política es estructural, es el resultado de barreras profundas, a veces institucionales, fomentadas desde una cultura machista”.
Más allá de la obligatoriedad de la paridad, Botero considera que es pertinente inyectar recursos en las campañas de las mujeres, capacitarlas desde la juventud y fomentar sus carreras porque “no habrá más oficiales electas mientras no haya más candidatas”.
En 2018 la Registraduría y ONU Mujeres publicaron el informe El camino hacia la paridad en el Congreso colombiano para examinar la representación política de las después de las elecciones legislativas de ese año y encontraron que la proporción es del 19,7 %, diez puntos atrás del promedio de la región, cifrado en 29,7 %.