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Luz Elena López, a sus 54 años, por primera vez pudo cultivar sin la angustia de que el intermediario o comercializador le comprara sus pequeñas cosechas al precio que le diera la gana.
Y su esposo, Antonio Castro, a los 61 años, se dio cuenta de que las verduras no tienen que crecer en la tierra, también brotan de entre piedras o arena, y sin echarles ninguno de esos químicos costosos que antes tenía que usar.
Estos sencillos y amables campesinos habitantes de la vereda Fátima, en La Ceja (Oriente antioqueño), tuvieron que llegar a viejos para trabajar con “burro amarrao”: desde la siembra saben a cuánto les van a pagar por lo que cosechan.
—Eso sí es negocio. Antes con la mora nos llegaron a comprar a 500 pesos el kilo y echábamos cuentas y producir nos había costado 600 pesos—, reprocha Luz Elena.
—A precio fijo la cosa es muy distinta y dan ganas de trabajar —, añade Antonio.
Y eso es posible por SiembraViva, una naciente empresa antioqueña que creó un modelo de negocio que va camino a ser una pequeña revolución agraria en Antioquia, departamento que solo produce una tercera parte de lo que se come.
Desde su página de internet (siembraviva.com), el comprador del Valle de Aburrá selecciona entre una variedad de 40 hortalizas y frutas (cultivadas sin uso de fungicidas y otros químicos); luego se cosecha el pedido, con base en la oferta de 25 cultivadores; y en menos de 48 horas, usualmente antes de un día, se está entregando el domicilio. Literalmente, de la huerta a la casa (ver recuadro).
De esa forma los clientes no pierden tiempo yendo a mercar y en filas y se les asegura frescura y salud en sus alimentos. Pero, de paso, están apoyando a pequeños agricultores de La Ceja, Abejorral, Concordia y los corregimientos de Santa Elena y San Antonio de Prado (Medellín).
En el acuerdo con SiembraViva, a ellos se les entrega semillas, insumos, ofrece capacitación en el modo particular de cultivo y sostiene un precio por su cosecha, más allá de las fluctuaciones diarias de los precios mayoristas.
“La diferencia está en que les aseguramos que ganan la mitad del costo final, mientras que solo es una cuarta parte (en promedio) si fuera por una cadena tradicional de abastecimiento y con varios intermediarios”, explica Diego Benítez Valencia, fundador y gerente de SiembraViva, un emprendimiento en que lo acompaña su esposa Ana Sofía Salazar.
Por ejemplo, en los días que cualquier mayorista estaba pagando a 700 pesos el kilo de tomate, SiembraViva lo hacía a 1.200 pesos, tarifa que se mantiene en tiempos de escasez o abundancia. “Sabemos que puede ser un poco más costoso para los clientes en algunos momentos, pero también hay ahorros en otros de baja producción”.
Este negocio nutrido de responsabilidad social no fue un capricho. Nació de la frustración juvenil de Diego por exportar. De un retiro espiritual que llevó a este administrador de negocios a renunciar a su cómodo trabajo en Bancolombia. De la tesis en innovación de una maestría en Francia en negocios internacionales. Del fracaso de un emprendimiento tecnológico con socios de Silicon Valley (E.U.), pero que fue germen del modelo operativo.
Pero también surgió de aprender de las mañas del campesino que no prueba lo que cultiva porque sabe qué “químicos” le echa. De conocer los vicios de comercializadores mayoristas y supermercados a la hora de presionar precios bajos en lo que compran.
Con poca plata, pero una clara idea de negocio, Diego arrancó en enero de 2012 SiembraViva, aprendiendo, entre tropiezos, de cultivos orgánicos, de bichos y de los coletazos del clima, de preservar la cadena de frío, de transporte. Pero con la firme idea de que el campesino no es el que menos rentabilidad debe tener por lo que cultiva.
Para septiembre de 2013 comenzaron los primeros despachos con 84 clientes pioneros en Medellín. “Los productos no llegaban en el mejor estado y los pedidos tenían que hacerse con una semana de antelación, era angustiante, nos daba pena, pero lo superamos”, recuerda Diego, quien tuvo el apoyo de dos exjefes banqueros como ángeles inversionistas.
Pues a esa aventura épica de Diego y su esposa, se vincularon Luz Elena y Antonio desde agosto del año pasado. No lo pensaron dos veces luego de vivir las duras y las maduras tras padecer un proyecto público-privado de exportaciones en que debían sembrar puerros y brócolis, pero por falta de asesoría, no dieron la calidad requerida.
“Sobrevivimos de la poquita mora que saliera, nos fue muy mal con eso”, recuerda Luz Elena, para quien no se aplica eso de que todo tiempo pasado fue mejor.
Sentada con Antonio en la entrada de la casa donde han vivido por 25 años, rodeados de las verduras frescas que cosecharon esa mañana, esperaban a que llegara el carro de SiembraViva.
Sus lechugas, tomates, apios, espinacas, brócolis, cebollas bien lavadas y empacadas hacen parte de las 42 variedades de hortalizas cultivadas bajo el sistema de acuaponía, una mixtura entre acuacultura y cultivos hidropónicos en que SiembreaViva los capacitó y ya aplican 15 de sus productores.
Dentro unos túneles hechos de plástico, a modo de invernadero, comparten espacio un tanque con 35 tilapias y unas camas de siembra debidamente marcadas, todas conectadas por un tubo, que las riega con agua abonada por los nitratos resultantes de las heces y restos de alimentos de los peces. Esos nutrientes los capturan las plantas como abono. Con filtros y temporizadores se reutiliza el agua en un ciclo cerrado.
De esa forma se permite ahorrar hasta un 80 por ciento el consumo de agua frente a un cultivo tradicional, comenta Diego. Y con una temperatura controlada, el apio que a cielo abierto tarda en crecer cuatro meses, ahora se cosecha en la mitad del tiempo, añade Luz Elena.
Con un modelo operativo afianzado, una técnica de cultivo eficiente y amigable con el ambiente, y un esquema de pagos que da más estabilidad en los ingresos de los cultivadores, SiembraViva moviliza en la actualidad unas cinco toneladas de productos con que se han atendido a 1.200 compradores en Medellín, 300 de ellos son habituales. Pero tienen que ser muchos más para sostenibilidad del modelo.
“En el último año multiplicamos por cinco las ventas, ya estamos en 320 canastas (pedidos) al mes, pero el punto de equilibrio son mil y debemos alcanzarlo para septiembre”, explica Diego. Él sabe el enorme reto que tiene y el compromiso con los inversionistas de escalar el negocio y con los productores de comprarles lo pactado.
—Doña Luz Elena, ¿cómo se ve en el futuro?
—Me veo como empresaria, vendiéndole más a don Diego, sin intermediarios —, responde entusiasta antes de volver a su cultivo.
Escanee el código QR y vea el video sobre la experiencia de SiembraViva en www.elcolombiano.com.