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La libertad es eso: un proceso de descubrimiento constante, de trascender, de disfrutar y de encontrar equilibrio. Y es, al final del día, el placer de vivir plenamente desde lo más esencial de uno mismo.
Por Aldo Civico - @acivico
Eran las tres de la mañana cuando me desvelé. Me fue imposible volver a dormir. Decidí encender el teléfono y escribir algunas notas. “Aldo, ¿qué es para ti la libertad?”, escribí. Empecé a responder a la pregunta, reflexionando sobre una definición de libertad que no surge de los libros, sino de mi propia experiencia. La libertad es saber que somos seres ilimitados y descubrirlo cada vez que superamos nuestros propios límites – comencé a escribir. Es algo que se vive en los pequeños momentos, en los cambios sutiles del día a día, y también en las decisiones más grandes que tomamos. He sentido esa libertad desde que era niño.
Recuerdo cómo comencé a experimentarlo desde mi infancia. Nací en Italia, y mi madre es austriaca. Este simple hecho me llevó a cruzar múltiples veces al año la frontera entre ambos países, viajando a Innsbruck para visitar a mi abuela. Pero no solo cruzaba una línea en el mapa, también navegaba entre dos idiomas, culturas, historias. Esas experiencias tempranas me enseñaron que la verdadera libertad no se trata solo de moverse físicamente, sino de integrar lo que parece diferente. Con el tiempo, entendí que la libertad es un devenir constante, un movimiento continuo. El nomadismo existencial no es solo un movimiento físico, es un estado del ser, donde cada momento es una oportunidad para descubrir algo nuevo sobre uno mismo, para imaginar nuevas posibilidades. Para mí, esa es la esencia del movimiento: la apertura hacia lo desconocido, la oportunidad de permitir que lo posible se haga realidad, aunque sea por un instante.
Sin embargo, también he aprendido que la libertad requiere conocerse a uno mismo. A lo largo de los años, he visto cómo mis propios miedos, inseguridades y creencias limitantes se interponen en mi camino. Enfrentarlos no siempre es fácil, pero es esencial para seguir creciendo en libertad. Hoy, sigo descubriendo esos límites, en pequeños hábitos o en las creencias que me han acompañado durante años. Pero cada vez que me libero de uno, siento que expando un poco más mi capacidad para ser verdaderamente libre. La libertad no es un destino; es un viaje continuo hacia adentro, una invitación a conocernos más profundamente.
A lo largo de este camino, también he descubierto que la libertad implica despojarse de lo innecesario. En una vida donde todo parece acelerado, he encontrado paz en simplificar, en reducir lo superfluo, para llegar a lo esencial. Todo eso refleja un deseo de vivir desde lo más puro, lo más auténtico. Por último, he aprendido que la libertad no es caos, sino que requiere disciplina. He encontrado libertad en cultivar hábitos que me ayuden a crecer. La virtud y la libertad, como decía Aristóteles, van de la mano. La disciplina me ha enseñado que, al final, la libertad suprema es poder disfrutar plenamente de lo que se ha cultivado con esfuerzo y dedicación. La libertad es eso: un proceso de descubrimiento constante, de trascender, de disfrutar y de encontrar equilibrio. Y es, al final del día, el placer de vivir plenamente desde lo más esencial de uno mismo.