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Por Francisco Piedrahita Echeverri - opinion@elcolombiano.com.co
La prensa está llena de afirmaciones alusivas a la ausencia total del estado, a propósito de las inseguridades y abandonos en que se encuentran muchas regiones y comunidades a lo largo y ancho del país. Me pregunto: ¿pero si el estado somos nosotros, entonces por qué nos quejamos?
El estado tiene tres elementos esenciales: la población, el territorio y el reconocimiento como estado por parte de autoridad competente. El elemento esencial es la gente. Esa población, urgida por lograr los objetivos del estado, define una forma de organización social y un rumbo, o sea lo que quiere ser hoy y en el futuro y lo plasma en un documento que se llama Constitución. Para hacer que ella se haga realidad la población elige un grupo de personas que ejecute la materialización de sus sueños (gobierno); otro grupo que estructure las leyes necesarias para lograrlo y otro que se encargue de hacerlas cumplir. El único criterio válido y objetivo para medirlos es el logro real de lo que quedó plasmado en la constitución. El gobierno forma parte del estado en la medida en que es el agente de la sociedad. Me pregunto: ¿estará siendo así? ¿Lo que hoy hace el gobierno es lo que quiere la sociedad, que es su mandante? Todo indica que no.
El totalitarismo y la democracia son muy distintos. En el totalitarismo se parte del principio de que el que gobierna es infalible y por ello los medios de autocorrección son débiles o inexistentes, o se busca destruirlos. En la democracia, por el contrario, se parte del principio de que puede equivocarse y por eso los medios de autocorrección deben ser sólidos. La sociedad puede equivocarse y elegir mal al grupo del gobierno, y, por ello deben existir medios muy claros y concretos, legítimos y legales, para corregir efectivamente los errores.
En estas circunstancias la sociedad debe reaccionar y con decisión. Los organismos jurídicos, los de vigilancia, las fuerzas armadas y la policía son para la defensa de la sociedad y no del gobierno. En estos momentos todas las esperanzas de la sociedad están puestas en el congreso que hace las leyes, en las cortes que las hacen cumplir como debe ser y en los ciudadanos que tienen la capacidad y el poder de sustituir el mandato. Aquí surge inevitablemente la pregunta: ¿Dónde están los líderes alternativos de esa sociedad?
Estamos casi terminando el período de un gobierno elegido democráticamente. Se propuso cambiar prácticamente todo. Pero el cambio hay que saberlo hacer. Entendió por cambio la destrucción de todo lo que existe y no la transformación lógica que identifica bien lo que hay que cambiar, por qué y hacia donde se va a cambiar y como se va a cambiar. Enceguecido por una ideología absurda y trasnochada quiso imponer los cambios a la fuerza, sin admitir mayores discusiones y amenazando a la sociedad con el advenimiento de una revolución. El resultado medible ha sido un gigantesco deterioro patrimonial que alguien debe pagar. Hizo todo esto ubicándose en la absurda posición de quien ha caído en la trampa del discurso bonito, una especie de inercia, fruto de la propensión humana a creer que la palabra sustituye a la acción. Preocupa que el gobierno no entienda que su papel no es otro que lograr los fines de la sociedad, que la sociedad no entienda que su papel es exigir al gobierno que cumpla el mandato que ella le dio, que la sociedad se haya equivocado en la elección de ese gobierno guiada o aconsejada por personas de mucho ascendiente moral o intelectual, que quienes aspiran a ser elegidos no muestren realmente sus verdaderas intenciones y programas a pesar de que juran cumplir estrictamente la constitución. Mucha gente esperaba un gobierno de izquierda serio como el de Ricardo Lagos en Chile, pero quedó frustrada y hasta arrepentida. El daño quedó hecho y con consecuencias graves para el largo plazo.