Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
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Diego Londoño
Detrás de un escenario dispuesto para el acto maravilloso de la música encontramos magia inimaginada, todo un galimatías para los espectadores desprevenidos y ansiosos de sonido.
De parlantes hacia adentro, donde pocos tienen acceso y donde el arte de la rapidez, la eficacia y la milimetría hacen juegos virtuosos, hay metros y metros de cable y líneas de conexión, energía encerrada esperando el conteo inicial, amplificadores de guitarra, bajo, bombo, platos, charles, toms y baquetas, luces encendidas de todos los colores mirando hacia todos lados esperando el show. Cajones herméticos llenos de circuitos, plugs y accesorios eléctricos, una consola gigante con muchos bombillos encendidos titilando, perillas, rollos de cinta y unos personajes vestidos de negro que siempre están atentos a todo lo que pueda pasar.
Micrófonos por todos lados, de piso, aéreos, de base y de solapa, radio comunicadores, un par de cámaras a esquina y esquina. Pedales para guitarras y bajo, atriles, papeles con la lista de canciones pegada en el suelo. Algunos de los hombres de negro están colgados en las alturas, otros, afinan instrumentos en la afinación universal LA440, los músicos atrás, descansan, calientan y se preparan para lo que pronto vivirán.
Detrás del escenario, los trajes listos, la ansiedad rondando cada espacio, las llamadas, los deseos y la suerte. Detrás del escenario horas de ensayo y práctica individual, dinero gastado, invertido en la vida de la pasión y el deseo por tocar.
Allí, en la tras escena, la magia del afán, de los cronómetros precisos, del sonido encapsulado, de las quejas y los gritos, del arte de hacer que suene como debe sonar. Los conciertos son todo eso, más que música son orden, rapidez y conocimiento. Son la técnica, la producción, el transporte, el montaje, desmontaje, esfuerzo y aplauso para el cerebro, además del corazón.
Detrás del escenario hay familias enteras que viven, comen y sueñan de cuenta del sonido y la música. Detrás del escenario, donde nadie ve lo que pasa, está la magia de muchas personas cargando, conectando, aceitando, afinando, ecualizando y dándole vida a al silencio que pronto terminará.
Por eso, como cábala, costumbre y acto de alimento al espíritu, hay que ir a más conciertos este año nuevo que empieza, no solo por los músicos, no solo por las canciones que se convierten en nuestra banda sonora para vivir, no solo por esos instrumentos que ya reconocemos, sino por cada movimiento dentro y fuera de una tarima, por el esfuerzo de los que invisibles están en la música y hacen que suene, duro y bien, como debe sonar.
El templo sagrado de la música son los escenarios, pequeños o grandes, con 25 mil personas o con cuatro corazones latiendo con fuerza. Así que a latir que música hay para todos
¿Ya escogieron a qué conciertos ir en 2020?