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Diego Londoño | Periodista musical
La música es un patrimonio que no excluye, que siempre nos acompaña sea cual sea nuestra condición, nuestra etnia, nuestro nivel académico y económico. La música siempre está. Pienso en eso, en silencio, sin canciones en el ambiente, mientras navego bajo el atardecer rojizo sobre una lancha llamada Lilianita comandada por Álex, un peruano que ama Colombia y que conoce más que nadie esta serpiente viva, este, el río más grande y caudaloso del mundo, el Amazonas.
A mi lado está Jhonny, un indígena de Mocagua que acompañó el viaje. Jhonny tiene ojos apagados y manos fuertes manchadas de negro por el huito, con apellido Del Águila y el carisma en su sonrisa. Él ahora es mi amigo. Me habla, me cuenta historias y me interna en el misticismo de la selva y sus secretos. Hablamos de delfines, mitos, comida, bebidas y de los Tikuna, un resguardo de Macedonia, en la selva amazónica.
Los Tikuna están conformados por unas cuarenta mil personas, distribuidas en diversos lugares del Trapecio amazónico de Colombia, Brasil y Perú, siendo una de las etnias más numerosas de la Amazonía. También están divididos por clanes, aéreos y terrestres, que se nombran con personalidad y nombres de animales, como el colibrí, tapir, paujil, arul, guacamaya, jaguar, garza, entre otros.
Jhony me habla de un ritual de los Tikuna llamado la pelazón, que ha tenido evolución a través del tiempo y que básicamente consiste en eliminar de raíz y con fuerza, el cabello de las niñas de la comunidad que llegaron a su primer periodo de menstruación y se están convirtiendo en mujeres. Este ritual tiene varias etapas, que suelen ser tortuosas para las niñas, pues las aíslan en una habitación por varios meses, les dan consejos de vida para ser buenas madres, y preparan con ungüentos de la tierra su cabello, para luego ser arrancado de raíz, hasta quedar en carne vida.
La música forma parte fundamental de este ritual, sin ella no podría existir nada. El sonido de los cascabeles, la percusión, las flautas y la misma música de la selva, se conjuga de manera perfecta con la comida, las bebidas, los colores, las máscaras y la ansiedad por darle la bienvenida a una nueva vida a la homenajeada.
Las diversas danzas, músicas y costumbres que se viven en este ritual, son acompañadas por más de cien instrumentos tradicionales de la selva, tambores como el manguaré (troncos huecos percutidos con mazos recubiertos de caucho), el palo multiplicador, flautas de pan hechas de caña y flautas de hueso y caña. También el caparazón de tortuga, las trompetas tubulares de caña, la quena y los cantos de iniciación femenina, que en la pelazón son liderados por las abuelas, mientras los abuelos cuentan historias de manera prodigiosa.
Cuando la música suena, la gente está llamada a participar, a danzar, a compartir bebidas como el masato y comida como el cerrillo de monte y pescado ahumado. Cuando la música suena, la fiesta del ritual empezó.
En este contexto de fiesta y dolor, la música sirve para armonizar, para tranquilizar y para ayudar a que todos los asistentes, y sobre todo la niña, entre en la concentración necesaria para la pelazón.
Esta ceremonia exclusiva y definitiva para todas las mujeres de la comunidad, se convierte en un ritual extraño y hermoso que define la identidad familiar y generacional de este pueblo indígena. Y en este caso, la música sigue siendo banda sonora, ADN y celebración de la vida en soledad y en comunidad. La música siempre está.
Y acá, para terminar la historia, parte de una canción que las abuelas usan en esta fiesta, para desarrollar el paso de la niñez a la vida adulta.
“Muchacha, hermana, es aquí con sangre donde ha crecido ese que fue Kuiyane. Es ahí no más dónde dieta encerrada, como el tronco del árbol-venado va a quedar creciendo. Tu eres como el sapo de caparazón que en las hojas del canangucho está dietando en el tronco del árbol de venado. Muchacha, hermana”.