Pico y Placa Medellín
viernes
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Samuel castro
Crítico de cine
“No se gana una carrera con un comité”, dice Carroll Shelby, el diseñador de carros, en una escena de Contra lo imposible, tratando de hacerle entender a los directivos de Ford que es su burocracia corporativa la que impide, a punta de peros y sugerencias y consejos, que hay que acatar “por el bien de la compañía”, que sus vehículos hagan lo que todos desean: ganar carreras. Es la escena que explica el corazón profundo de esta película, basada en sucesos reales, que cuenta la apasionante historia detrás del triunfo de Ford sobre Ferrarri en 1966, en la mítica carrera de “Las 24 horas de Le Mans”. El conflicto que se nos plantea es el del hombre excepcional, el individuo con sus ideas únicas e innovadoras, con su forma particular de hacer las cosas, contra el colectivo que quiere que se adapte, que sea más “normal”. Más como el resto.
Toda la cinta gira en torno a esta idea. Por eso nos muestran al comienzo a Henry Ford II (en una rotunda interpretación del actor y dramaturgo Tracy Letts) recordándoles a los hombres de su fábrica cómo su abuelo había transformado al mundo con la creación del Ford Model T y obligándolos a que pensaran una idea original si querían conservar su puesto. Por eso el guion se preocupa por presentarnos a Shelby y Ken Miles en escenas en que se destaca su actitud ante la adversidad (uno frente a un diagnóstico médico, otro lidiando con un cliente difícil) y en distintos momentos nos recuerda que ambos tuvieron oficios destacados durante la Segunda Guerra.
Lo más paradójico es que esta magnífica cinta sobre individuos obsesionados con sus metas (entre los que hay que incluir también al viejo Enzo Ferrari que encarna Remo Girone) está dirigida por uno de esos directores a los que la teoría del autor -la que destaca a los directores cuyas obsesiones e ideas construyen su filmografía- trata mal, pues pertenece al gremio de los artesanos inspirados, como Henry Hathaway o Sidney Lumet. James Mangold demuestra una vez más que es capaz de competir con altura en cualquier terreno (de él son obras tan disímiles y bien ejecutadas como Walk the line, 3:10 to Yuma o Logan), creando secuencias de alta intensidad para recrear las carreras históricas sin que los efectos especiales sean explícitos, que contrastan con otras casi íntimas, pensadas para acercarnos a los sentimientos de los personajes, como aquella en que la esposa de Miles lo visita mientras él escucha una carrera en la que no pudo competir.
A un público como el nuestro, cada vez más acostumbrado a los protagonistas con poderes y las hazañas imposibles, a lo mejor le resultará raro ver una película “a la antigua”, con dos actores como Christian Bale y Matt Damon encarnando a tipos que dan lo mejor, que se esfuerzan y luchan contra el mundo, pierden y se vuelven a levantar. Lo raro no será que logren acariciar la gloria, sino que incluso en la cúspide, siguen preguntándose quiénes son, la pregunta que distingue a esos que tanto necesitamos: héroes que no siempre hagan caso a los comités.