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Samuel Castro
Editor Ochoymedio.info, Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescritor
Solemos burlarnos de los niños cuando se tapan los ojos para hacer “desaparecer” aquello que los asusta. Lo paradójico es que ya de adultos actuamos igual, sólo que de formas más sofisticadas: intentamos no leer nada que parezca contradecir nuestras ideas, pasamos de canal cuando hay alguna noticia que podría removernos la conciencia. Hasta los Estados siguen el ejemplo, y en lugar de asumir las discusiones difíciles sobre ciertos problemas, prefieren borrarlas de los titulares, cambiar “la narrativa”, hacerse los pendejos. Claro, porque es más fácil eso que aceptar que no todo es en blanco y negro, y que habría que asumir una discusión llena de grises, en la que nuestras certezas se desvanecen, si queremos hallar soluciones.
Con “El mauritano” la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos asumió este año esa misma actitud de mirar a otro lado. Era preferible eso a darle espacio en la temporada de premios a una película que evidentemente tenía los méritos para estar nominada en varias categorías, pero que complejizaba en demasía la discusión poniendo en el mismo lado de la balanza a George Bush y a Barack Obama. ¡Y Dios nos libre de las personas que se ponen en primera línea para complejizar las cosas! De allí que la soberbia actuación de Tahar Rahim como Mohamedou Ould Slahi, un hombre que fue detenido de forma irregular en los operativos posteriores al 11 de septiembre y que estuvo más de 14 años encarcelado en Guantánamo, no haya tenido el despliegue publicitario que merecía. Si cualquiera de ustedes quiere verla, puede hacerlo a través de Apple TV, donde está disponible desde hace unos días.
Valdrá la pena la búsqueda porque se encontrarán con una historia intensa, perfectamente construida desde lo visual por Kevin Macdonald, quien recupera aquí el pulso de cintas como “The last King of Scotland” y lo mezcla con ese ojo selectivo del documentalista que también es, dando como resultado una cinta que en lugar de exaltar el trabajo de las abogadas que defendieron a Slahi (con una enorme Jodie Foster como Nancy Hollander) o de ponderar al fiscal militar que pretendía acusarlo hasta que descubrió que las confesiones y las pruebas con las que contaba habían sido obtenidas bajo tortura (virtudes de una magnífica edición y de un guion que alterna cuidadosamente los pocos espacios que se muestran), prefiere centrarse en la víctima, en sus recuerdos (la película viajará a distintos momentos de su vida que le ayudan y nos ayudan a entender ciertas decisiones) y en sus intentos por permanecer cuerdo en una cárcel que se hizo para derrotar voluntades a como diera lugar.
Pero no todo vale para ganar, nos recuerda “El mauritano”. Porque cuando un gobierno se escuda en las “buenas razones” que tiene para actuar sin ética y sin respeto por los derechos humanos, termina por igualarse con el enemigo que dice combatir. Entonces sólo queda la voluntad del inocente que, como verán al final de la película, en una de las pocas secuencias “con los personajes de la vida real” que vale la pena, suele ser más indestructible que invisible.