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Samuel Castro. Miembro de la Online Films Critics Society @samuelescritor
Con el dinero que consiguió Gilbert Edmund Kaplan trabajando en la Bolsa de Nueva York y con la venta de la revista Institutional Investor, que había fundado en 1967, les pagó muchas veces a algunas de las mejores orquestas del mundo para que lo dejaran dirigir la Segunda Sinfonía de Mahler, su compositor favorito. Los pagos eran lo suficientemente generosos para que a nadie le importara su nivel musical. El personaje que encarna Mark Strong en “Tár”, la película escrita y dirigida por Todd Field que cuenta con seis nominaciones al Óscar, se llama Eliot Kaplan. Y aunque viendo la película uno alcanza a pensar que Kaplan es un director mediocre, que posee además una fundación que financia estudios y grabaciones sobre el compositor alemán (como la tuvo Gilbert), la conexión innegable con el personaje real completa el sentido de las conversaciones que tiene con Lydia Tár, la enérgica y deslumbrante directora de la Filarmónica de Berlín, personaje principal de esta historia.
Este vínculo con el mundo real es una constante en el guion que firma Todd Field, que siembra esas referencias a lo largo de la trama como una muestra de conocimiento del mundo que retrata. Sin embargo, si un espectador no entiende las conexiones igual disfruta la película, porque en realidad todos esos nombres y datos son apenas adornos y arreglos armónicos escritos sobre la melodía principal: la reflexión compleja y nada complaciente que hace Field sobre el poder. Sobre lo que significa tenerlo; sobre lo que implica usarlo, incluso cuando se hace con fines positivos (como defender a una niña pequeña del acoso escolar); sobre el esfuerzo que requiere conseguirlo e incluso sobre las transacciones de poder que involucran muchos de nuestros actos cotidianos en una amistad, un matrimonio o una relación laboral.
La dirección de Field, sobria y sutil, con la ayuda de la magnífica edición de Monika Willi, logra mostrarnos el ejercicio del poder de Lydia Tár, ya sea desarmando con argumentos brillantes las tontas razones que esgrime un alumno de Juilliard para no tocar a Bach, o dando respuestas profundísimas acerca de lo que implica que una orquesta toque al ritmo que su director le marque, que no es otro que el que él o ella crea el correcto. El guion va permitiendo que una inquietud, un ruido (que incluso se alcanza a percibir en el sonido de la cinta a partir de cierto momento), se introduzca en esta vida exitosa. Y no hay manera de que lo sintamos como un castigo merecido, porque Field no se permite maniqueísmos fáciles. Estamos de parte de Tár muchas veces. No porque intente ser humilde o pretenda caernos bien, sino porque tiene la razón. Y otras no. Pero parte de la poderosa, magistral e inolvidable actuación de Cate Blanchett, que será premiada con un Óscar, radica en ser capaz de mostrárnosla como una profesional brillante, una buena madre, un talento excepcional. Y al mismo tiempo una figura que usa a los demás como mejor le conviene. Probablemente merezca lo que le pasa. Pero quién se atrevería a decir, después de verla, que siendo ella no actuaría de la misma manera. ¿Quién?