Pico y Placa Medellín
viernes
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Diego Londoño
@Elfanfatal
Las canciones son como las imágenes de un álbum fotográfico, se convierten en los recuerdos sonoros de la vida y si la cosa de verdad funciona así, pues soy un gran coleccionista de recuerdos sonoros.
Por estos días, revisando mis discos, eligiendo qué sonar para iniciar el día, se aparecieron ante mis ojos algunos viejos discos de la superbanda que me cambió la vida: Sonic Youth. Goo, Daydream Nation, Dirty, Washing Machine, Sister, Confusión is sex, Rather Ripped son algunos de ellos. Traté de pasar de uno en uno por algunas canciones que hicieron cicatriz en ese joven ruidoso, soñador y tomador de vino.
Esa banda llegó a mi vida por las amistades aceleradas que eran compañía nocturna, de fiesta, de locuras, en el parque rocanrolero que vio cómo todos crecíamos y nos alejábamos de a poco, el Parque Obrero de Itagüí.
Allí, conocí a un ser mítico, El Pollo, que en realidad se llamaba Sergio González, un adolescente larguirucho, con el cabello en su rostro y toda la pinta grunge al mejor estilo de Seattle.
Éramos un gran grupo de amigos que dedicábamos mucho tiempo a tomar licor y escuchar música, bandas raras que nadie conocía. El Pollo era quien obtenía de otros amigos y de su propia conexión internacional todos los discos y casetes de esas bandas que acá no teníamos. Babes in Toyland, Hüsker Dü, Hole, Alice in Chains, L7, Mudhoney, Bikini Kill, Meat Puppets, Pavement y por supuesto, Sonic Youth, la banda que nos voló la tapa de los sesos.
Sergio me contó historias maravillosas de Sonic Youth, de cuando pudo verlos en Milán, de cuando estrechó su mano con la de Thurston Moore, cuando saltó emocionado frente a ellos, apretujado a la baranda que lo separaba del escenario en otras ciudades europeas, cuando se hizo el tatuaje de la carátula de Goo en su espalda y pudo mostrárselo a Lee Ranaldo en Medellín. Tantas cosas, que hoy me duele escuchar esta banda, recordando las hazañas de El Pollo, el frenético joven que daba la vida por ese noise poético y sónico.
Aún sigo frente a mi equipo de sonido, revisando los librillos de estos discos que había olvidado por un tiempo. Recuerdo con el pasar de las canciones, las fiestas, los regaños y prohibiciones de papá y mamá, y los sueños que se esfumaron con el tiempo y las ocupaciones. En alguna oportunidad, nos reunimos con El Pollo y con Jorge Esteban, otro amigo de infancia, a querer imitar el sueño del rock de tener una banda. Así que sin saber mucho de instrumentos y de hacer canciones, nos fuimos para Ensamble, un ensayadero que existió a inicios de 2000. Yo tomé la batería, Esteban la guitarra y Sergio, El Pollo, el bajo, pero apenas se lo estaba colgando en sus hombros, estalló sin querer la lámpara que iluminaba la pequeña sala musical, hasta ahí llegaron las canciones, nos sacaron de inmediato. Esa banda que nunca fue se llamó The Dionisius.
Y ¿a qué voy con todo esto?, pues sencillamente al poder evocador de la música, a la construcción de vida que uno hace sin darse cuenta al lado de las canciones. Hoy El Pollo, Sergio González, ya no está, murió en su ley de rocanrol, de bandas, discos y rarezas. Hace falta, pero siempre estará acá, en estos discos de Sonic Youth que nunca van a morir.