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CRÍTICO Samuel Castro
Cargos Editor Ochoymedio.info, Miembro de la Online Film Critics Society
Uno de los efectos positivos que ha tenido sobre la industria cultural el movimiento #MeToo, es que ha permitido que se desarrollen series y películas sobre hechos reales que en otros tiempos habrían sido mirados con desdén por los posibles productores. Sin dejar de ser una película optimista británica, con lo que eso implica a la hora de manejar un tono ligero para reflexionar sobre cosas importantes, cosa que desespera a los estadounidenses, tan dados a confundir lo solemne con lo trascendental, “Miss Revolución” (una traducción inadecuada para el mordaz y más medido “Misbehaviour” original) presenta una anécdota que muchos no teníamos en cuenta cuando recapitulábamos los hechos importantes del movimiento de liberación femenina: la protesta televisada que un grupo feminista británico llevó a cabo mientras se transmitía en vivo para más de 100 países en todo el mundo, la edición de Miss Mundo de 1970.
Las dos guionistas, Rebecca Frayn y Gaby Chiappe, deciden crear un retrato coral, en lugar de escoger a un solo personaje desde el cual narrar la historia. Esa decisión tiene un efecto positivo: podemos conocer el hecho tanto desde la perspectiva de las mujeres de la época, comprometidas con el movimiento de liberación aunque fueran muy distintas entre sí, (Sally Alexander y Jo Robinson son las dos caras más visibles de esas diferencias) que veían con razón en los concursos de belleza a aparatosas formas de cumplir los deseos del patriarcado, como desde el lugar de las concursantes, para las cuales el evento sí representaba una oportunidad de ampliar sus horizontes, o de trascender las barreras culturales y raciales de sus propios países (por eso es tan importante Jennifer Hosten, la representante de Granada). Esto es lo mejor de “Miss Revolución”, pues nos recuerda que las cosas sí cambian según el cristal con el que se las mire. Lo que para unas es algo parecido a una feria ganadera, para otras es lo más cercano que han vivido a ser tratadas con respeto o a ser escuchadas.
Sin embargo, esa misma perspectiva múltiple les juega una mala pasada a las guionistas y a la tres veces ganadora del Bafta (los premios más importantes del cine y la televisión británicas) como mejor directora, Philippa Lowthorpe, pues por querer ser incluyentes (y a lo mejor por obligaciones de la coproducción) le dan una importancia excesiva a las figuras del matrimonio Morley, los creadores de Miss Mundo y dueños de la franquicia televisiva, y a Bob Hope y su esposan Dolores, quienes asistieron al evento porque el cómico estadounidense era el presentador. Las escenas para explicar por qué Hope era un personaje que lucía inevitablemente anacrónico le quitan el ritmo a una película que habría necesitado ese tiempo para explorar más en la dualidad entre las protestantes y las concursantes, que es lo más interesante de la historia.
Nos quedamos deseando más diálogos como los que sostienen Keira Knightley y Gugu Mbatha-Raw en un baño. Por fortuna faltan por conocer muchas pequeñas historias como ésta, sobre la revolución más importante en la historia de la Humanidad.