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diego londoño
Crítico de música
¿Qué sería de diciembre sin música? Esta es una pregunta hermosa, que revela sin duda, la importancia del sonido y de las canciones en la humanidad. No solo diciembre, la vida sin música no sería nada, sería un error imperdonable. Es por eso que cuando hay música, nada falta, y más si es en el mes esperado y aclamado, el mes de las luces, la comida, las reuniones familiares, la fiesta y la resaca. Llegó diciembre, con su dinámica propia que cambia los días y las noches, por la fiesta feliz o melancólica. Este mes tiene banda sonora propia, no hay discusión. Hay muchos artistas que desfilan como Pedro por su casa por cada uno de los 31 días de este rimbombante y bullicioso periodo, personajes como Los Corraleros de Majagual, Rodolfo Aicardi, Gustavo “El Loco” Quintero, Pastor López, El Combo de las Estrellas, Los Hispanos, Fruko y sus Tesos, Afrosound, Guillermo Buitrago, Los Melódicos, Los Graduados, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, La Sonora Dinamita, entre muchísimos otros. Pero, a su lado, como un rey con la corona bien puesta y el sonido sosteniendo sus pisadas, está el güiro, uno de los instrumentos que describe con fidelidad ese sonido característico del mes más bailado y festejado del año.
El rey de los diciembres
El güiro suena como una onomatopeya graciosa, como pidiéndole silencio en repetidas ocasiones a alguien, como el sonido que genera una locomotora a toda velocidad o como el carraspeo que ocasiona bailar arrastrando los pies en las baldosas. Todos pueden interpretar este sonido juntando los labios, cerrando la cavidad bucal y sacando aire con fuerza, con el ritmo de la fiesta y del baile frenético, que pide que sea hasta las seis de la mañana.
Si prestan atención, ese sonido que aparece siempre como fondo detrás del acordeón, las trompetas y trombones, las congas, la guitarra y el bajo, los coros y la voz, está presente no solo como columna vertebral que lleva el tiempo y el ritmo, sino como ADN que dice cómo se baila y cuánto debe aguantar el cuerpo, es decir, el corazón de la fiesta.
Más allá de un artista, una canción, o una historia que genere odios y amores, el sonido de este instrumento reafirma que nuestra semilla es africana, que nos mueve lo percutivo y que la danza, es sinónimo de alegría y fiesta.
Y si hablamos de esta música, de la cumbia tropical y el sonido para bailar, podríamos decir que tiene raíces fuertes y afincadas en las culturas indígenas y africanas, y en una medida más corta, de la cultura blanca española, que da como fruto el largo e intenso mestizaje que surgió del proceso de la Conquista y la Colonia.
Pero al hablar del güiro o güira como también es llamado, hay que decir que la sola palabra tiene una procedencia taína que designa un instrumento de la música popular americana y que está construido con un calabazo, guayo o güícharo, que se obtiene de una especie de calabaza grande.
Es un instrumento versátil, tanto que puede ser construido por un niño e imitado por un adolescente con un cuaderno argollado. El güiro es percutivo, frotativo o idiófono, y al estar formado por la corteza del fruto tiene una resistencia de años de fiestas y parrandas hasta el amanecer.
Se sostiene con la mano izquierda y se frota contra una serie de incisiones, con una o varias varillas duras agrupadas a modo de peine. El personaje que se atreva a interpretarlo, debe tener la resistencia necesaria para no dejar que los demás pierdan el ritmo y las ganas de bailar.
El güiro es el corazón, el alma y la vida de diciembre, porque siempre está, porque requiere de valentía aceptar el reto de tocarlo y hacerle el camino más fácil a los demás instrumentos. Ahora, la pregunta inicial cambia ¿Qué sería de diciembre sin el güiro? Nada, no sería nada. Sería una fiesta sin sabor y sin la tradición ancestral de una calabaza que pone a bailar a todo el mundo.