Pico y Placa Medellín
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Francisco López tomo su lápiz amarillo y lo hundió en el sacapuntas a manivela ubicado en el extremo izquierdo del escritorio del profesor. Con la parsimonia del decorador, comenzó a dar vueltas a la palanca con su mano derecha, mientras que con la izquierda sostenía la mina que vibraba con cada giro que le imprimía a la manilla. Pacho, uno de los dos alias que portó en su vida, se dirigió a su asiento, mientras los demás chicos respondían al llamado a lista del maestro. No es diáfano el momento histórico en que el joven se empachó su segundo apodo ni la razón, pero quedó para la posteridad y hoy en día su prole carga con ese otro remoquete, que los distingue, que ya no molesta, no indigesta.
Por el azar o como lo manifiesta Lönnrot en el cuento...
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