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Que el humor sea lo más difícil de hacer en las artes narrativas no es una verdad nueva. Pero tal vez lo que sí sea nuevo es la dificultad adicional que tienen los humoristas en estos tiempos insensatos de corrección política, pues además de hacer reír, ahora nuestra sociedad, que vive en una especie de indignación colectiva y continua, les exige que el chiste sea gracioso pero no ofenda a nadie.
Que no se burle ni de las mujeres ni de los negros (ya deben estar alistando la carta de protesta algunos lectores) ni de los políticos, ni de las causas benéficas, ni de las personas con alergia a las frutas (como pasó recientemente en Inglaterra ante un chiste en una película infantil), ni de nadie, porque de lo contrario una caterva de ceños fruncidos,...
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