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Samuel Castro
Miembro de la Online Film Critics Society. Twitter: @samuelescritor
Una de las marcas de estilo más personales que tiene un director de cine es la selección de música que hace para algunas escenas, pues una canción de fondo puede cambiar completamente el carácter o la sensación que transmiten las imágenes. En “La hija oscura”, de Maggie Gyllenhaal, estrenada el 31 de diciembre en Netflix, hay un buen ejemplo de ello: Leda, profesora de literatura comparada, está disfrutando de la playa semi escondida de la isla griega innombrada a la que ha llegado a pasar vacaciones. Vemos que se acerca un yate lleno de pasajeros ruidosos, que parecen ser parientes de la familia a la que Leda ha estado espiando durante los últimos días mientras toman el sol. Una canción de fiesta interrumpiendo sus pensamientos habría fijado nuestra atención en la tripulación que llega, o algún tema musical estruendoso nos dejaría clara la alteración de su espíritu que produce este percance. Pero lo que suena es la voz de Sofia Loren cantando en griego “Ti ein afto pou to lene agapi”, preguntándose con un melancólico acompañamiento de guitarra, qué es esto que llamamos amor. Y entonces, toda la secuencia adquiere otra dimensión. Se convierte en la puerta a ciertas memorias que a lo mejor la misma Leda no sabía que vivían todavía en su interior.
Si la nostalgia, como dicen algunos, es añorar un mundo que nunca existió, lo de Leda es más bien una sombra que se cruza en su ánimo, alguna clase de culpa reprimida o de arrepentimiento por alguna decisión que sabremos a su debido tiempo. En todo caso una emoción compleja que, por fortuna, puede traducirse en el rostro de la extraordinaria actriz que es Olivia Colman, de quien Gyllenhaal exprime todas sus posibilidades, y también de la versión más joven de Leda, Jessie Buckley, que sabe ponernos de su parte a pesar de representar un papel que suele ser para Hollywood más tabú incluso que el sexo: la madre imperfecta, la madre que reniega de su maternidad. Tal vez la forma menos popular del empoderamiento femenino, si mencionamos uno de los grandes temas de los que se ocupan las directoras de cine contemporáneas.
Los que hayan leído la novela de Elena Ferrante en que se basa la película podrán decir qué tan fiel es la película al espíritu del libro, pero teniendo claro que una adaptación es una creación por sí misma, hay que aplaudir la coherencia en el tono que consigue Gyllenhaal, con un elenco donde nadie exagera y todos suman a esa atmósfera de pasmosa inquietud que va apoderándose del público, quien no olvida la primera escena en que vemos a Leda caer en la playa, probablemente herida. ¿Cuándo ocurrirá la desgracia? ¿Quién será su causante?
Leda dice en algún momento que las mayores cualidades de sus hijas no son heredadas. Podría ser una declaración cualquiera, pero sabemos, gracias a la construcción dramática y sensorial que hace la directora de “La hija oscura” que hay mucho más detrás de esas palabras. Que una melodía amarga y en tono menor, suena en el fondo.