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Samuel Castro
Editor Ochoymedio.info, Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescritor
Tal vez la marca para reconocer a un autor cinematográfico no sea necesariamente el apego a unas obsesiones y a unos temas y a unas formas, como solemos escribir los críticos, sino más bien la voluntad expresa, película tras película, de tener una conversación con su audiencia. Como los hombres somos más básicos (que es una forma bonita de decir que somos más brutos), esa charla en los autores masculinos tiende a ser monocorde. Pero la complejidad de las mujeres, capaces desde los comienzos de la civilización de hacer más de una cosa a la vez, implica que las autoras asumen esa conversación con sus espectadores como algo que cambia al mismo tiempo que varían sus intereses o su propia vida.
Y arriesgo esta definición tras ver “On the rocks”, la última película de Sofia Coppola, estrenada hace un par de semanas en la plataforma de contenidos de Apple, porque quien la vea reconocerá casi de inmediato la mirada melancólica sobre las relaciones humanas afectuosas, que tanto llamó la atención en “Lost in translation” o la misma habilidad para que los detalles expresen hondas emociones, como en la reciente “El seductor”. Sólo que esta vez Coppola ha decido que hablemos, más en serio de lo que sugiere la sinopsis, pero menos de lo que lo habría requerido para que la película fuera el gran drama que pudo ser (y que probablemente no deseaba ser), sobre la relación entre un padre mayor y su hija ya adulta. Una de esas relaciones a las que el cine no suele prestar demasiada atención.
La elección de Rashida Jones para protagonizar esta historia que también escribe Coppola es completamente deliberada. Rashida es hija de Quincy Jones, una personalidad en la música y la cultura popular de Estados Unidos tan imprescindible como lo fue Francis Ford Coppola en el cine de los setentas y los ochenta y compañera de clases de actuación de la directora cuando ambas eran más jóvenes. A lo mejor sólo alguien con esos antecedentes podía encarnar a Laura, la hija de mediana edad, la que mejor se lleva con su padre, Felix (un papel que Bill Murray conduce con los ojos cerrados), un marchante de arte de gran éxito, al que todos le reconocen su amor desmedido por “la buena vida”. Cuando Laura cree que su marido, Dean, pudiera estar teniendo un affaire con una compañera de trabajo, se lo cuenta a Felix y éste la convence de que seguramente su sospecha está bien fundada, porque “debes pensar como un hombre”.
Como antes en su cine nos habló de lo que significaba ser parte de una gran familia, de la soledad del artista, o de lo banal que puede ser la riqueza que se obtiene sin esfuerzo, Sofia Coppola parece invitarnos a hablar de ese momento en que debes convencer a tus padres de que sus errores no serán los mismos que tú cometas. Aunque eso implique una ruptura y, de cierta forma, una decepción. Porque a veces también nos entristece que el otro, sea tu hijo o tu mujer, no se equivoque igual que tú.
Sofía sigue hablándonos al oído, y el gran tema es ella, lo que implica, a su manera, decir que el tema somos todos nosotros. Como lo hacen los verdaderos autores.