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TRASCENDENCIA ARTIFICIAL. “Resistencia”, de Gareth Edwards

02 de octubre de 2023
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Por Samuel Castro

Un signo de cuánto ha cambiado la industria audiovisual en los últimos años es que nadie piensa hoy que es un disparate decir de una película que tal vez tendría que haber sido una serie. O al revés. Justo ese es el primer pensamiento que a muchos se nos habrá ocurrido después de ver las dos horas y cuarto de “Resistencia”, de Gareth Edwards, estrenada el jueves pasado en Colombia. ¿Por qué tratar de contar mil cosas a la carrera, cuando habrías podido convencer a algún servicio de streaming, de llenar con esa misma historia (el conflicto militar y político entre Estados Unidos y un bloque continental asiático dentro de casi cuarenta años, por la diferencia de criterios a la hora de incorporar a la sociedad a seres con inteligencia artificial) ocho o diez capítulos que te permitieran crear al menos un personaje con todas sus dimensiones?

Tal vez esa sea la razón: que el vértigo te protege de la necesidad de la trascendencia. Poniendo a correr a tu protagonista a toda mecha durante la película, como hace este pobre Joshua encarnado apenas correctamente por John David Washington, no necesitas escribirle algún diálogo memorable jamás. Para fingir cierta profundidad literaria, Edwards y Chris Weitz, los guionistas, incorporan unos cuantos intertítulos innecesarios y pretenciosos, que lo único que aportan a la cinta es una falsa trascendencia, como la de esos conocidos que todos tenemos, que al mínimo descuido terminan hablándote de su viaje de “autodescubrimiento” a la India.

Es una lástima que Edwards se haya decidido por esa velocidad endiablada, porque realmente “Resistencia” tiene muchos hallazgos que hacen interesante y entretenido su visionado: la música y la fotografía son unos, la historia de amor llena de conflictos éticos otro: ¿Qué bando elige en esta guerra un tipo cuyo cuerpo depende de la tecnología para alcanzar todas sus posibilidades?, ¿es posible continuar el amor con un ser al que le han trasplantado la conciencia de la persona que amas e incluso su apariencia?, ¿y si esa conciencia es la de un hijo que no llegó a nacer biológicamente incorporado en un muchachito robot?

Con cada una de esas preguntas se podría hacer algo interesantísimo, pero Edwards le da prioridad a la búsqueda de un arma capaz de destruir Nomad, una estación espacial militar gringa, y al conflicto permanente de Joshua, con la militar a cargo de la búsqueda. Conflicto que a partir de cierto momento, como todos los que se presentan, se resuelve de forma tan fácil y gratuita que la sensación es la de estar en un auto de carreras del que nos quisiéramos bajar en cada curva, en lugar de ir hasta la meta, para disfrutar de la pista: los elementos “laterales” que presenta la historia para construir su mundo (esa fábrica donde se arman los robots con IA, los campos agrícolas sembrados por robots campesinos) Pero no hay tiempo. Esta es una película pensada para la generación Tik-Tok y hay que acabarla rápido. A las patadas, sería la expresión correcta, aunque no tan “profunda” como su director habría querido.

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