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A todos nos hace falta algo. Bastan un par de escenas de “Foxcatcher” para saber que a Mark Schultz, el luchador que haciendo pareja con su hermano David ganó la medalla de oro tanto en el mundial de su especialidad como en los Olímpicos de 1984, además de dinero le falta confianza en sí mismo. Mirarlo en su apartamento, comiendo cualquier cosa, a las carreras, alimentándose en el estricto sentido biológico del término, es la forma que encuentran los guionistas de decirnos que Mark está en la cuerda floja, que necesita de la guía de otro para vivir y que, debido a la ausencia de ese hermano que lo crio casi solo y ahora tiene a su propia familia, es un ser desamparado.
A John du Pont le hace falta un trofeo. Ya tiene muchos, símbolos de todos los honores que el dinero familiar le ha permitido comprar a lo largo de su vida. Pero un campeón mundial se vería bien en su vitrina y todavía más una medalla olímpica que él mismo podría ganar entrenándolo. Con esto en mente, aparece ante Mark y ante nosotros, un hombre triste a una nariz pegado, para ofrecerle el paraíso que todo deportista sueña: un lugar de práctica equipado con los mejores implementos y un salario a la altura de sus logros.
A David le hace falta estabilidad. Por eso aceptará la oferta de ir con su familia a la propiedad de du Pont y encargarse del equipo “Foxcatcher”, incluso después de descubrir que la cercanía del millonario ha quebrado algo dentro de Mike.
Pero él cree, con la confianza inocente del tipo seguro de sí mismo, que a pesar de los patéticos intentos de du Pont por fingir frente a su madre que es él quien inspira a esos atletas a ganar, al final, como ocurre en el deporte, los mejores se llevarán la victoria. Lo que olvida es que en la vida real las reglas de competencia no son iguales para todos.
Bennett Millerse ha vuelto “autor” a la fuerza, pues desde “Capote” sólo le ofrecen “historias de la vida real” gracias a su talento para sacar grandes actuaciones de sus repartos y porque siempre halla el lado sensible de lo que podría ser una simple anécdota.
Aquí además de convertir a Steve Carell en un monstruo probable y darle el tiempo y el espacio suficientes para que Channing Tatum pueda demostrar que sí actúa (la escena en que entrena con Mark Ruffalo, es una muestra de intimidad masculina pocas veces vista) Miller se toma confianza y procura hacer todo lo que esté a su alcance (silencios más que diálogos, planos largos donde no ocurre mucho) para que sintamos la angustia de una tragedia que se cierne sobre sus personajes como una niebla.
Sin embargo, la experiencia de ver “Foxcatcher” no es del todo grata, porque en muchos momentos Miller prefiere alargar a la fuerza situaciones que no ofrecían mucho desde lo narrativo, como aquel que guarda un silencio solemne porque no tiene nada que decir.
A todos nos hace falta algo. A Bennett Miller, como a du Pont al final, le falta piedad. En su caso, piedad con nosotros, testigos de una desgracia que pudo no ser tan agotadora.