El modelo turístico de desplazarse miles de kilómetros para encontrar lo mismo que podríamos ver en la esquina del barrio habitado parece diluirse en América Latina. En su lugar, emergen formas de viajar que favorecen novedosas experiencias de inmersión en los territorios. El continente es líder en propuestas de turismo que escuchan las necesidades de los viajeros contemporáneos y las expresan en espacios que priorizan la arquitectura bioclimática, el uso de materiales naturales y la conexión con el entorno.
Así lo reconoce la Organización Mundial del Turismo y además lo promueve. El turismo inmersivo y sostenible no solo enriquece las experiencias de los viajeros, sino que también, y más importante, protege los territorios, la biodiversidad, el paisaje y la economía local, lo que lo vincula con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Sandra Restrepo, directora de Cotelco Antioquia, explica que el proceso comenzó con la implementación de normas que promovieron la compra local o la transición energética. “Y en el transcurso, muchos hoteles se han dado cuenta de que no solo se reduce su gasto, sino que se ubican en el objetivo de los turistas que buscan conocer los territorios sin afectarlos, a través de experiencias inmersivas”.
En Antioquia, se refleja en el crecimiento de hospedajes que integran el entorno local como parte de su propuesta de valor. Juliana Cardona Quirós, directora del Bureau de Medellín, destaca el auge de ecohoteles, hostales boutique, y estancias rurales en corregimientos como Santa Elena, San Cristóbal o San Sebastián de Palmitas, donde los viajeros se aproximan a la ruralidad, la gastronomía local y las tradiciones campesinas.
Así se consolida una nueva forma de viajar que, arquitectónicamente, se expresa en hoteles de materiales locales, estéticas vernáculas y técnicas de construcción tradicional.
Escalada entre rocas
Hace 13 años, Alexandra Leguizamon viajó como turista al Cañón del Chicamocha a escalar y, tal fue el magnetismo, que decidió quedarse a vivir para crear el Refugio La Roca (@refugiolaroca). “Estaban vendiendo el terreno. Lleno de piedras, ni una planta. ¿Cómo va a ser viable?”. Vivía en Bogotá y, a pesar de las singularidades del terreno, dejó todo para estar entre las montañas donde imaginaba un lugar en el que las personas pudieran escalar entre paisajes rojizos y descansar viendo el Nevado del Cocuy a lo lejos.
La construcción del Refugio empezó cuando descubrieron que tenía tierra naranja. Entonces se aproximaron a las técnicas de construcción ancestral con tierra. “Hicimos pruebas y nos comunicamos con tapieros de la región, muchos ya sin trabajo porque cada vez se usa más el concreto y el ladrillo. Empezamos a explorar con tapia pisada, superadobe y bahareque”.
El resultado fue la creación de ladrillos de adobe que, sin embargo, no era fácil ubicar por la presencia de grandes rocas en el lugar. “No queríamos explanar los terrenos ni romper las piedras que parecían esculturas. ¿Cómo podemos adaptarnos? Si ya hay una piedra, pongamos más piedra y ya me pone un muro, sigamos y ahí montamos el techo. Así empezamos a hacer habitaciones vivas”.
Con los techos, se buscó la ligereza, la frescura y también la sostenibilidad. Sobre estructuras de caña y machimbre se instalaron telas impermeables y encima de ellas se sembraron siempre vivas. Así se elaboraron techos vivos a una sola agua, donde cae la lluvia, alimenta las plantas, se drena y cae al resto de los jardines en la parte baja.
También iniciaron un proceso de reforestación. “Queríamos pájaros y mariposas, y trajimos flores, pero no duraron. Tenemos que hacer una exploración del territorio. Así nos fuimos a conocer los diferentes pisos térmicos de la región e identificamos las especies nativas, trajimos semillas y desarrollamos un bosque nativo”.
Hoy todo está pensado para que los visitantes se vinculen profundamente con este lugar. Además de estar junto a uno de los parques de escalada más grandes del país, el Refugio La Roca cuenta con sala de yoga, biblioteca, gimnasio, muro de escalada indoor, tienda de productos medicinales y diferentes ambientes dispuestos para la contemplación del paisaje exuberante.
Al Vaivén de la hamaca
Sobre la costa atlántica en el Urabá antioqueño se sitúa otra experiencia turística de profunda conexión con el territorio. Ana María Arango, nacida en Medellín, llegó a estas playas hace 21 años y se enamoró de su actual esposo. Construyeron juntos el hospedaje Al Vaivén de Hamacas (@al_vaiven), un espacio íntimo con capacidad para 12 personas, en el que los visitantes pueden disfrutar la vida en el mar en sintonía con su biodiversidad y con los desafíos de protección ambiental que acarrea.
“Desde el principio deseamos un hotel pequeño, donde pudiéramos crear comunidad con los visitantes, tener espacios donde nacieran las conversaciones”. Con esto en mente construyeron tres cabañas de madera, caña flecha y palma iraca, siguiendo las técnicas tradicionales de construcción de la región. La madera no se pule mucho para conservar el acabado rústico y se incrustan algunos detalles artesanales como el mosaico en cerámica. En las paredes, han explotado una técnica de muros hechos a partir de mallas revocadas y botellas de vidrio incrustadas.
La cocina, de palma iraca, es el lugar más fresco de la casa y refleja las tradiciones de construcción del territorio, donde como esta ya solo quedan cinco. En ella, dos veces al día, los viajeros son llamados para probar los sabores de la culinaria local. Después, la jornada se expande entre visitas al mar, a pozos cercanos, avistamiento de aves y tortugas y algunas jornadas de limpieza de playas.