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Personajes del año: Francisco y León XIV, los hombres que sostuvieron la fe del mundo

En 2025, cuando la Tierra atravesó guerras prolongadas, una aceleración tecnológica sin precedentes y una crisis profunda de confianza en las instituciones, dos figuras sostuvieron un mismo hilo moral desde Roma: Francisco, al cerrar un pontificado marcado por la intemperie y la cercanía, y León XIV, al iniciar otro atravesado por la búsqueda de orden, diálogo y paz, encarnando así formas distintas —pero complementarias— de ejercer el liderazgo espiritual en tiempos de fractura.

  • Francisco (izq.) fue el primer Papa latinoamericano y el primero perteneciente a la Compañía de Jesús en la historia de la Iglesia católica. Mientras tanto, León XIV (der.) es el primer Papa nacido en Estados Unidos y nacionalizado peruano, con una trayectoria misionera en América Latina que ha marcado el inicio de su pontificado. FOTOS Getty
    Francisco (izq.) fue el primer Papa latinoamericano y el primero perteneciente a la Compañía de Jesús en la historia de la Iglesia católica. Mientras tanto, León XIV (der.) es el primer Papa nacido en Estados Unidos y nacionalizado peruano, con una trayectoria misionera en América Latina que ha marcado el inicio de su pontificado. FOTOS Getty
hace 4 horas
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Papa Francisco

La noche del 27 de marzo de 2020, cuando el mundo parecía haberse detenido, Francisco cruzó solo la plaza de San Pedro bajo la lluvia. Caminó despacio sobre el empedrado vacío y se detuvo ante el Santísimo Sacramento, expuesto en medio de la plaza, para una oración extraordinaria por el fin de la pandemia. No había fieles ni ceremonias: solo el silencio, el crucifijo de San Marcello al Corso —el mismo que Roma sacó en procesión durante la peste del siglo XVI— y el ícono de la Salus Populi Romani, protector antiguo de la ciudad. Desde allí, fuera del calendario litúrgico y en un gesto inusual, impartió la bendición Urbi et Orbi.

Aquella escena condensó, sin palabras añadidas, la forma en que Jorge Mario Bergoglio entendió el papado durante más de una década: una autoridad despojada de ornamentos, expuesta a la intemperie del tiempo histórico y situada deliberadamente en medio de las crisis humanas. No fue un gesto improvisado. La imagen dialogaba con una idea que había formulado desde el inicio de su pontificado, cuando todavía era leído como una anomalía dentro de la Curia romana.

En 2013, en una entrevista con La Civiltà Cattolica, Francisco trazó una metáfora que marcó su programa pastoral: “Veo claramente que lo que más necesita hoy la Iglesia es la capacidad de curar heridas y de dar calor a los corazones de los fieles; necesita cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla”.

Y esas palabras no fueron una consigna espiritual, fueron la reubicación del centro de gravedad institucional, pues su planteamiento implicaba una revisión interna profunda. En el mismo diálogo, el Papa formuló una crítica directa al modo en que se había ejercido el ministerio eclesial durante décadas: “Los ministros del Evangelio deben ser pastores, no funcionarios”, dijo y le dio pie así a una línea de tensión permanente entre él mismo y los sectores acostumbrados a una Iglesia normada desde el escritorio y no desde el contacto cotidiano con las personas.

Con el paso de los años, Francisco amplió su voz más allá del ámbito estrictamente religioso. En 2014, en una entrevista concedida a La Vanguardia, abordó el orden económico global con un lenguaje poco habitual para un jefe de Estado vaticano: “Este sistema económico ya no se aguanta. Estamos descartando a toda una generación para sostenerlo”, situando así su figura en el debate público internacional como un actor incómodo para los consensos financieros y políticos dominantes.

La crítica no se formuló desde categorías técnicas, sino desde una preocupación ética constante por la exclusión, pues a partir de allí, su papado quedó asociado a una lectura moral de la desigualdad, en la que los efectos sociales del mercado adquirieron mayor relevancia que sus indicadores de crecimiento. Una posición que le valió adhesiones amplias fuera del contexto católico y resistencias visibles dentro de él.

El tema migratorio reforzó esa proyección global. En 2019, durante una entrevista con Televisa, Francisco sintetizó su postura frente a las políticas de cierre de fronteras con una frase de alcance inmediato gracias a las redes sociales: “Quien construye muros termina siendo prisionero de los muros que construye”.

Asimismo, su relación con los conflictos armados ocupó un lugar central en su última etapa. En 2024, en una conversación con el programa 60 Minutes de CBS y en medio de un escenario internacional atravesado por enfrentamientos prolongados y un aumento sostenido del gasto militar, Francisco volvió sobre una idea repetida a lo largo de su pontificado, formulada con contundencia y difundida por Vatican News: “Toda guerra es una derrota. Siempre”.

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Y contrario a lo que se creería, esa mirada se sostuvo en una comprensión específica del poder. En múltiples intervenciones públicas, el pontífice insistió en la necesidad de desligar autoridad y dominación. Durante su pontificado, la noción de servicio fue presentada como criterio rector del liderazgo, tanto en la Iglesia como en la política, una perspectiva que lo llevó a intervenir en debates sobre armamento, comercio internacional y responsabilidad estatal.

Pero el balance de su figura no se agota en reformas administrativas ni en gestos simbólicos. Francisco dejó un magisterio marcado por el lenguaje directo, la exposición deliberada a la controversia y una relación distinta con los medios de comunicación, sobre todo si se tiene en cuenta que las entrevistas se convirtieron para él en un espacio clave para fijar posiciones, sin intermediarios doctrinales ni elaboraciones excesivas.

Quizá por todo esto, cuando el 21 de abril el mundo conoció la noticia de su muerte, también se cerró un ciclo singular en la historia reciente del Vaticano: el de un pontificado que atravesó pandemias, guerras, desplazamientos masivos y una profunda crisis de confianza institucional; y que, igual que en la escena de la plaza de San Pedro vacía, ejerció el poder desde la intemperie y entendió la autoridad como presencia.

Papa León XIV

El primer gesto de León XIV como Papa no fue una fórmula solemne ni una proclamación doctrinal. Desde el balcón central de la basílica de San Pedro, minutos después de ser presentado al mundo, habló en español para saludar a la comunidad de Chiclayo, la diócesis peruana donde había sido obispo durante casi una década. No estaba en el guión, pero en una plaza colmada y bajo la atención global, eligió comenzar por un vínculo concreto, territorial, marcado por la experiencia misionera, y de ese modo, delinear el tono de un pontificado que, aunque reciente, ha mostrado una dirección clara.

Robert Francis Prevost Martínez llegó al trono de Pedro con una biografía poco habitual para un Papa: nacido en Estados Unidos, formado académicamente en matemáticas y derecho canónico, y con una trayectoria pastoral profundamente arraigada en América Latina, su figura apareció desde el primer día como un punto de cruce entre culturas que rara vez dialogan con naturalidad en el Vaticano. En su primera alocución pública, pronunciada el 8 de mayo de 2025, definió ese lugar con una frase que sintetizó su horizonte: “Busco una paz que sea desarmada y desarmante; una paz que no necesite de espadas para sostenerse, sino de corazones abiertos”.

El mensaje no fue leído como una ruptura con Francisco, fue leído como una continuidad modulada por otro temperamento. León XIV asumió una Iglesia marcada por la polarización interna, la desconfianza institucional y un escenario internacional atravesado por guerras prolongadas y tensiones geopolíticas crecientes, como ya se mencionó. Así que su elección, rápida y ampliamente respaldada, respondió a la búsqueda de una figura capaz de articular continuidad pastoral y orden institucional, sin retrocesos simbólicos abruptos.

Semanas después, en su primera entrevista exclusiva con Associated Press, el nuevo Papa delineó con mayor precisión su forma de entender el liderazgo eclesial. “El Evangelio no cambia, aunque nuestra capacidad de escucharlo debe renovarse. No somos gestores de una empresa, somos servidores de una esperanza”, afirmó. En ese punto, sus palabras, además de marcar distancia frente a una visión tecnocrática de la Iglesia, también anticiparon un estilo de gobierno atento a los procesos y no a los gestos espectaculares.

Esa manera de situarse se explica, en parte, por una formación intelectual poco frecuente entre los pontífices recientes. Prevost ha insistido en que su paso por las matemáticas más que ser un desvío, fue la inmersión en una escuela de pensamiento tantas veces incomprendida. En la misma entrevista con AP lo expresó con claridad: “Mi formación matemática me enseñó que el orden es necesario, y mi vida misionera en Perú me enseñó que la realidad es siempre superior a la lógica”, condensando entonces la tensión que atraviesa su pontificado: estructura y escucha, norma y experiencia, sistema y territorio.

Asimismo, la mirada hacia el futuro ha ocupado un lugar central en sus primeras intervenciones. En noviembre de 2025, durante la 104.ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales en Sacrofano, sobre el impacto de la inteligencia artificial, León XIV introdujo un matiz que ha sido recurrente en su discurso: la centralidad de la presencia humana. “La tecnología ayuda a la misión, y aun así no puede sustituir la presencia real. No podemos reemplazar la caricia por una conexión virtual”, advirtió.

La preocupación por la paz ha sido otro eje transversal desde el inicio de su pontificado. Más allá de las declaraciones protocolares, León XIV ha situado el conflicto en un plano moral y político concreto. En el mensaje para la 59.ª Jornada Mundial de la Paz, difundido este 19 de diciembre, retomó el saludo pascual como núcleo de su reflexión: “Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente”. En ese mismo texto, advirtió sobre la naturalización de la violencia en la vida pública y cuestionó la lógica que presenta la guerra como una salida inevitable frente a la incertidumbre contemporánea.

En ese contexto, León XIV fue explícito en que el vínculo entre paz, justicia social y decisiones económicas, alejando el concepto de cualquier abstracción espiritual: “Cuando tratamos la paz como un ideal lejano, terminamos por no considerar escandaloso que se le niegue, e incluso que se haga la guerra para alcanzarla”. Más adelante, señaló que “los repetidos llamamientos a incrementar el gasto militar y las decisiones que esto conlleva” se sostienen en el miedo y no en la confianza, y recordó que “una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, debe apoyarse únicamente en la confianza recíproca”. Esa misma perspectiva atraviesa su elección del nombre pontificio, asociada a la tradición de la doctrina social de la Iglesia y a una lectura contemporánea de sus desafíos.

Y precisamente su origen binacional ha reforzado esa lectura: en Europa, su formación curial y su conocimiento del funcionamiento interno del Vaticano han sido leídos como una garantía de estabilidad. En América Latina, su paso por Perú sigue siendo recordado como una etapa de cercanía pastoral y presencia territorial. En Estados Unidos, su figura ha sido descrita como la de “el menos estadounidense de los estadounidenses”, una caracterización que subraya su distancia de los códigos políticos dominantes allí.

Lo cierto es que, a menos de un año de iniciado su pontificado, el nuevo Santo Padre no ha buscado imponer un relato definitivo sobre sí mismo. Sus primeros gestos, entrevistas y mensajes han delineado una figura que privilegia el método sobre la improvisación y el diálogo sobre la confrontación. Lo cual, en tiempos de expectativas desbordadas, no respondió a una promesa de cambio abrupto, respondió, más bien, a la construcción paciente de puentes.

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