Levantan el teléfono –que por ahora es todavía el celular– encerradas en esa cabina roja que hace pensar en Reino Unido. Alguien las mira, nervioso, mientras el alguien del otro lado responde. Hola, dicen, que los llaman de La Cabina Literaria, porque alguien –ese que espera ahí al lado– le quiere dedicar un poema. Lo leen, por un minuto o dos.
“Ve a donde quieras ir.
Sé lo que quieras ser, porque apenas posees una vida,
y en ella apenas hay un chance de aquello que queremos.
Ten felicidad bastante para hacerla dulce,
dificultades para hacerla fuerte,
tristeza para hacerla humana,
y esperanza suficiente para hacerla feliz”.
Al final hay casi un silencio, emocionado muchas veces –eso depende del poema y del motivo–, y luego cuentan que el poema se llama así, Sueña lo que quieras, en este caso, que lo escribió tal escritor –Clarice Lispector, la autora brasileña–, que recuerde que se lo dedicó ese alguien, y que hasta luego. Así más o menos.
Lo que pasa después no lo saben. Ya es de ellos.
***
María Cecilia Ramírez, administradora de empresas y actriz, y Susana Aristizábal, diseñadora gráfica, leen poemas por teléfono. Ese es su otro oficio, uno que empezó con María Cecilia, porque estaba en un proyecto de lectura y entre unas ideas y otras se dio cuenta de que las llamadas todavía eran importantes.
Entonces se le ocurrió el proyecto de invitar a la gente a llamar a otra gente, los que merecían un poema, y que se lo dedicaran por teléfono. La prueba la hizo en abril en El bazar de artistas y en esa maratón de llamadas entendió que, aunque algunos no lo crean, en esta época –en esta época– todavía muchos quieren llamar a dedicar unas palabras. Además encontró el nombre, La cabina literaria, y luego a una amiga que quiso sumarse, Susana.
El trabajo siguió y se decidieron por hacer una cabina de teléfono como las londinenses famosas –“quizá el ícono universal”– y soñaron todo lo que se les ocurrió –“me imaginé, cuenta María Cecilia, que iba a haber fila, y han habido filas”–, tanto que en un mes la idea se volvió realidad. Empezaron en la Parada Juvenil de Lectura.
Después del aló
La vez que a María Cecilia le pidieron un mensaje que no era de amor se asustó, porque lo que iba a leer era doloroso. Marcó.
Alguien que ha estado tratando de olvidarte,
y a cuya memoria, por eso mismo,
regresabas como la melodía de una canción de moda,
que todos tararean sin querer,
o como la frase de un anuncio o una consigna;
alguien así, ahora,
probablemente
(seguramente) sin saberlo,
ha empezado, al fin, a olvidarte.
Hoy eres menos.
La mujer no contestó, pero ellas esperan para intentar más tarde, como cuando alguien ha dicho que llamen en un rato que están en el banco, pero que llamen. Nadie, precisan, se niega al poema. Así que quedaron en que él se iba y ella llamaba luego a leer los versos de Roberto Fernández Retamar. Antes le preguntó si estaba seguro. El que llamó media hora después fue él, comentando que mejor y cambiaba el poema. Hubo alivio entre los dos lados de la línea. A María Cecilia le parecía muy bello, pero muy doloroso.
“Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado”.
Pablo Neruda esta vez. Difícil igual, pero ella lo sintió menos. La mujer lloró al final, como otros han llorado de alegría.
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No conmoverse es difícil, expresan, porque quedan en la mitad de un sentimiento, casi siempre muy fuerte. Por eso los silencios. La mayoría, no obstante, quieren dedicar poemas de amor, si bien también hay muchos entre padres e hijos.
Ellas, antes de empezar, hicieron un catálogo donde hay varias propuestas de poemas y de fragmentos, de escritores distintos, para que la gente elija. La división pasa por Frenesí de amor –para los enamorados–, Vino para todos –celebración de la vida y la amistad–, Amores negados –para el desamor y los amores imposibles– y Popurrí –están los de cumpleaños, viajes y hasta nacimientos. De todo un poco–.
Ahí es donde entra la otra idea de La cabina literaria, la que ellas ven en ese proyecto que va más allá de leer poemas por teléfono: es, en proporción, promoción de lectura.
Hay una frase, comenta Susana, que ha estado desde el principio, literatura para todos. Porque su propuesta en el catálogo tiene escritores conocidos y otros no tanto, con textos que conmuevan, es la regla, que digan algo. Con pequeñas historias que enseñen de literatura, incluso, en ese corto tiempo entre escoger y dedicar.
Muchos no saben que Frida Kahlo escribía poesía, sigue Susana, y aprenden aquí.
Porque la intención no es que las personas envíen un poema por enviarlo, sino que se sienten a pensar cuál es el indicado, el que mejor les queda, el que se ajusta, y en esas pueden pasar entre 15 o más minutos. Quién sabe. Es un ejercicio de paciencia, comenta la diseñadora gráfica. Hay que tomarse el tiempo de hacerlo bien.
Entonces ellas también aprenden, cuando por ejemplo les preguntan por el poema de un escritor que no conocen y lo apuntan y lo buscan y al final les funciona.
La lectura, por supuesto, depende de dónde estén. Con esa cabina roja se van a ferias, centros comerciales y otros lugares que les parezcan adecuados, donde la gente hace lectura in situ, pero mientras esté guardada –como por estos días que la están mejorando en su estructura–, la propuesta es online. Ese alguien no está al lado, pero las contacta por teléfono o les escribe por redes sociales, para que les envíen el catálogo, hagan la lectura en casa y después la dedicatoria. Todo es posible, cuando de leer poemas por teléfono se trata.
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La pregunta de muchos es que si la gente no se enoja cuando les dicen que les van a leer un poema dedicado. Nunca, y explican que de las 500 llamadas que han hecho hasta ahora, nadie se ha enojado, quizá, teorizan ellas, porque ese alguien es importante para el que envía y para el que recibe.
No saben qué pasa después de que cuelgan, porque ellas entregan el poema, se despiden y el proceso siguen en el otro, en digerir lo escuchado. Aunque debe ser como le pasó a Susana, que una vez le pidió a María Cecilia que llamara a su mamá a hacerle una dedicatoria, ya que andaban enojadas. Al final la mamá, ya conmovida, le marcó a Susana y hasta ahí duró el enojo.
Eso debe pasar, que al alguien que envía le suena el celular al rato, y la conversación sigue privada entre dos.
Mientras tanto, las dos siguen viajeras, marcando números y leyendo poemas, no declamando, como creerían muchos, sino con voz de poema. La actriz la nombra orgánica, con cadencia, ritmo, respetando los signos de puntuación.
Por eso ensayan, para que no se les enrede la lengua en la mitad de la llamada, y entonces quitar la emoción, la fuerza de lo que viaja en las letras.
Suena el teléfono. Que van a dedicar un poema, dicen.
Viajar es marcharse de casa,
es dejar a los amigos
es intentar volar.
Viene el silencio. Los poemas han viajado.