La historia parecía sacada de una página de La mala hora, la novela de Gabriel García Márquez. Era, más o menos, así: una oleada de rumores difundida por Whatsapp había hecho trizas la paz de un pueblo paradisíaco. Por los chismes -que involucraban a dos mil personas- el hermano se había levantado contra el hermano y la esposa había roto el matrimonio con el marido. Vista así, se trataba de una historia macondiana. Un relato que enlazaba las nuevas tecnologías con la costumbre de hablar mal del prójimo.
Como suele ocurrir con las historias, la de los chismes en Carolina del Principe, tiene otras aristas, unas que dejan en evidencia la torpeza de la prensa y las costumbres de las audiencias por simplificar la realidad. Fuimos por una historia y volvimos con otra.
“¿En serio ustedes vinieron a eso?”, dice doña N. desde la sombra del alero de su casa, al frente del cementerio de Carolina del Príncipe. Y luego suelta la risa.
Ni por un instante disimula el asombro que le causa que unos periodistas hayan viajado casi dos horas desde Medellín para averiguar por unas cadenas de WhatsApp en las que se ventilan las vidas privadas —santas y no tanto— de los habitantes del municipio.
“Yo he leído los pasquines. Son bobadas”, dice mientras se recuesta en el marco de la puerta, escapando del sol, que es un puño, una segunda piel. Levanta la mirada y ve a diez metros a un hombre de mediana edad que viene por la calle. Le dice: “Vea, en Carolina nos volvimos los chismosos del país”. El hombre sonríe. Sigue de largo.
Y, ¿por qué no nos deja leer algunos pasquines?, le pido. “No, no, yo borré eso. Ya no tengo ninguno”. Para la nota que hacemos es necesario que él lea algunos, tercia Esneyder Gutiérrez, el fotógrafo. Doña N. no se conmueve, se va por las ramas de las carcajadas. “Los chismosos terminaron siendo ustedes”, explota en risas. Acá todos han leído las cadenas, y muchos han sido blancos de ellas, pero muy pocos —al menos eso dicen— las conservan en sus celulares. “Chismes hay en todos lados”, dice doña N. antes de darnos las indicaciones de un vecino que quizá, a lo mejor, tal vez, tenga algunos pasquines y los deje leer.
2.
El chisme es una bola de nieve: su éxito depende de la complicidad de muchos. Supongamos que alguien escribe en una red social que fulanito y fulanita sostienen un romance clandestino, un amorío a espaldas de sus respectivas parejas.
¿La prueba del delito? Los han visto en cafés del pueblo vecino, muy sonrientes y orondos: la mano de él cerca a la de ella. Si quien recibió el mensaje no lo reproduce, no lo envía a sus contactos, el asunto llega hasta ahí. El chisme muere. Sin embargo, si el receptor inicial lo pasa a otro y este a otro y este a otro, la bola de nieve deja de ser un puñado para convertirse en una avalancha que puede llevarse consigo la fama, el matrimonio y muchas cosas más de los implicados. En ese sentido, también, el chisme tiene un comportamiento similar al de una epidemia.
Así parezca baladí o motivo de memes, el chisme es un tema serio, más de lo que a simple vista se cree. Una y otra vez ha sido materia de estudio de psicólogos y analistas de la comunicación. La bibliografía académica respecto a él es abundante y revela que se trata de un fenómeno inherente a las relaciones humanas. Un artículo científico de Eric K. Foster lo define de un plumazo: se trata del intercambio de información sobre terceros ausentes. En la mayoría de los casos, consiste en datos evaluativos, en juicios del comportamiento, las prácticas y los vestuarios de los demás.
Siendo así las cosas, en algún momento todos hemos sido motivo y fuentes de chismes. No es un fenómeno exclusivo de pueblos pequeños. La gente es —somos— chismosa en Nueva York, Medellín, París, Armenia, Capurganá y Carolina del Príncipe. Entonces, si es normal ¿por qué esta noticia saltó de los medios de comunicación a la viralidad de las redes sociales?
3.
“Ustedes solo vienen por el morbo, vienen a mostrarnos como el pueblo de los chismosos”, dice el mecánico de motos. Se limpia las manos en un trapo oscuro y destapa un recipiente de plástico. El olor del almuerzo se expande.
No, nos interesa la historia, le digo en un vano intento de ganar su complicidad para que me permita leer las cadenas de los chismes o, al menos, me dé el nombre de una de las víctimas del escarnio.
“Si es así, ¿por qué no vinieron el domingo que el pueblo estuvo lleno de deportistas? ¿Por qué pregunta por chismes y no por la fábrica de chorizos de mi mamá o por las cascadas que tiene el municipio?”. Me ahorro la respuesta: es muy larga y no deja bien parados a los periodistas. Recuerdo el pensamiento de manual: “noticia no es que un perro muerda a un hombre. Es que uno hombre muerda a un perro”. Los reporteros cazamos excentricidades.
En fin. Le estrecho la mano y salgo del taller. No es la única puerta que se cierra en esta reportería: otra fuente respondió así el pedido de información que le hice por WhatsApp: “Con mucho cariño te informo que no daré ningún tipo de información con respecto a ello. Si deseas realmente conocer nuestra historia, nuestro gentilicio, nuestras costumbres y nuestra identidad, eres bienvenido”.
Hay fastidio en Carolina del Príncipe por el tema de los chismes. El fastidio se dibuja en las caras de los habitantes y hace la lista de las cosas por las que sí debería el municipio salir en la prensa. ¿Cuáles? En 2022 y lo que va de 2023 no ha reportado casos de asesinatos. Es el único poblado de Antioquia que fue incluido en la categoría de Pueblos que enamoran, elaborada por Fontur. En su territorio hay dos espejos de agua y, también, una reserva de pumas, monitoreada por Corantioquia. El cementerio municipal es una réplica de la Plaza de San Pedro, del Vaticano. Además, es la aldea natal de Juanes, de quien hay una estatua en la plaza principal, ubicada a pocos pasos del busto de Simón Bolívar. Aprendí rápido la lista por la cantidad de veces que los carolinitas la trajeron a cuento.
4.
El despacho del alcalde Carlos Pérez está lleno de santos de yeso. Hay imágenes de la Virgen María, del Niño Dios. De uñas manicuradas, el mandatario local habla con la cadencia y el léxico de los sacerdotes. Lleva un suéter verde oscuro sobre una camisa verde chillón de la que apenas se ve el cuello.
Dice que ayer alguien le hizo pensar en el impacto de los chismes. “Me dijeron: alcalde, ¿qué vamos hacer cuándo alguien se quite la vida por los rumores? Y me hizo reflexionar”.
Hasta el momento nadie ha acudido a tan extrema solución. No obstante, todo es posible. El alcalde tiene dos respuestas cuando van a su despacho para contarle que ha salido en una cadena de chismes. Si es un funcionario, le resta importancia al asunto y dice que quien trabaja en la burocracia del Estado debe acostumbrarse a estar bajo el escrutinio público. Si es un parroquiano le aconseja poner la denuncia en la Fiscalía y cuidar mejor ante quien expone sus secretos.
Y mientras nos dice esto pone cara de estoico, de hombre que conoce las flaquezas de la humanidad. “Le digo a mi equipo: mijitos, no contesten nada, no difundan nada de esas cosas y verán que eso se acaba”.
Por supuesto, enumera las cosas por las que se debería conocer a Carolina del Príncipe. Además, enfila baterías contra la noticia y los periodistas que vamos a los pueblos tras la pista de historias pintorescas o macabras.
Habla del cubrimiento mediático que ha recibido Carolina del Príncipe: “Era una noticia que tenía la intención de mostrar un problema para buscar una solución, pero se volvió amarillista. ¿Por qué? Porque empezaron a encasillarme en el pueblo como no es. Empezaron a mostrarme en el pueblo como no es”. Muy pocas veces los políticos quedan conformes con los relatos que la prensa hace de sus territorios.
De nuevo, lo normal. El alcalde sale a preparar los altares de la procesión del Corpus Cristi, va a dar indicaciones a los operarios logísticos. “Vayan, conozcan el pueblo. Se darán cuenta que la gente del pueblo es muy amable. Carolina es muy amañador”.
5.
La noticia en televisión dura poco menos de dos minutos y en una semana ha tenido casi quince mil reproducciones. De entrada, el contenido de la nota remite al universo de García Márquez, a la vida hiperbólica en Macondo. La periodista dice que de los cuatro mil habitantes de Carolina del Príncipe la mitad ha caído en los tentáculos de los rumores. Y señala a la alcaldía como la fuente del dato.
En la nota se entrevistan a cinco personas, entre ellas al alcalde y a Natalia Osorio, una de las precandidatas para la alcaldía en las próximas elecciones. Se incluyen la opinión de un abogado y tomas de calles del municipio. Los flancos débiles aparecen al poner la lupa en las frases de la periodista.
Primero, la cifra de dos mil afectados por el chisme resulta exagerada, al menos para el alcalde. Y para demostrarlo acude al sentido común. Dice que más o menos dos mil personas viven en el casco urbano del municipio. De ser cierta esa parte de la noticia eso significaría que los habitantes de Carolina del Príncipe viven en una suerte de maraña de versiones cruzadas, de dimes y diretes.
Aunque no niega los pasquines, el alcalde saca de la manga otra cifra para apoyar su tesis. En la base de la pirámide poblacional de Carolina del Príncipe están los ancianos, luego vienen los adultos, los jóvenes y arriba, muy pocos, los niños. Y los ancianos campesinos —dice el alcalde— son poco dados a meterse en las vidas ajenas. Incluso, manejan con dificultad los códigos de las redes sociales.
6.
Una mujer al borde de los treinta recuerda que en su infancia encontraba en el corredor de la casa pasquines que alguien por la noche había deslizado por debajo de la puerta. Casi todos estaban escritos con la picardía de las trovas paisas y se solazaban en los defectos físicos de la gente. Los chistes sobre los gordos, los flacos, los calvos o los peludos eran las notas predominantes en textos casi siempre de caligrafía torpe y dudosa ortografía.
No había regularidad en las entregas: a veces aparecían tres o cuatro en una misma semana, pero en ocasiones durante meses el silencio relajaba las tensiones del pueblo. Todo estalló con las redes sociales, en especial con la popularidad de los sistemas de mensajería instantánea. El WhatsApp fue la delicia de los chismosos.
La compañera de oficina —también treintona— no duda en afirmar que el material de la nota televisiva le fue proporcionado a la periodista por una persona de los grupos que aspiran a quedarse con la alcaldía en el próximo periodo. Dicho testimonio le da la historia un cariz político.
Durante toda la jornada busco a la candidata señalada: le escribo y le llamo. Contesta. Me dice que viaja a Medellín a una cita médica para su hija. Acordamos una hora para la llamada, pero en el momento indicado desiste de dar declaraciones. Acudo a alguien cercano a la aspirante, que también esquiva la entrevista. Dice: “Estuvimos revisando el tema y no vamos a dar declaración al respecto. Creo que eso es un tema que se salió de control porque todo el mundo está demasiado ofendido con el tema y eso generaría más rechazo en la comunidad”. Y sí: por estos días en Carolina del Príncipe aplican a rajatabla el dicho “la ropa sucia se lava en casa”.
7.
“Si esta historia hubiese pasado en otro sitio no habría tenido relevancia. Acá fue importante por la cantidad de gente del municipio, que es inferior al de una unidad cerrada grande de Medellín”, dice Jorge Enrique Trujillo, el comisario de familia del pueblo. Su oficina y la del inspector de policía y la del equipo de asesoramiento psicológico de la alcaldía están en un edificio recién estrenado.
En la pared del acceso cuelga la famosa foto del momento en que Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri se dirigen al encuentro de sus cruentos destinos. En esa misma oficina el comisario dice que a él, hasta el momento, no lo han metido en chismes, quizá porque no nació en Carolina del Príncipe. “Este pueblo es una familia grande, con los problemas normales de toda familia”.
Y si todo esto es normal, ¿por qué salió en distintos medios de comunicación? Esta pregunta truena en mi cabeza en el camino de regreso a Medellín, antes de que la camioneta deje atrás los riscos y los verdes y se hunda en los atascos vehiculares de la hora pico.