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De vender seguros de vida en Bogotá a vender obleas en Medellín. Así giró la vida de Juan Arciniegas, después de experimentar un largo proceso de reflexión y de encuentro consigo mismo. Hoy se dedica a vivir de estos postres, de la forma menos convencional posible.
Montado en lo que él llama un PT (Personal Transport) o transporte personal, Juan recorre las calles de Medellín conquistando clientes, como aprendió en su juventud. Solo que esta vez lo hace con obleas, para vivir.
Por su cabeza no pasa la idea de que el 44 % de Medellín trabaja en la informalidad, según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane). Él engrosa esa cifra de los que buscan el sustento sin ingresos fijos, aunque se mueva todo el día en dos ruedas.
Nacido en Caracas, Venezuela, pero criado en Colombia, Arciniegas llegó a la ciudad en el 2010 con 10.000 pesos en el bolsillo y la ropa que tenía puesta, después de viajar cuatro años por India y China, buscando alejarse de su vida pasada.
Vino sin rumbo fijo y encontró un local en abandono del barrio El Poblado en el que pasó su primera noche y así, seís meses más.
Tras un día en Medellín, alguien le ofreció limpiar una casa por 20.000 pesos y lo aceptó sin pensarlo. Ese dinero, ese “plante”, sería el origen de su negocio.
Obleas con Amor
“Si del cielo te caen obleas, ponles arequipe”, dice entre risas. Con el dinero que recibió por concepto de limpieza, compró dos paquetes de obleas y arequipe, “no alcanzaba para el queso”. Así nació su idea, Obleas con Amor, que luego sería registrada como empresa en Cámara de Comercio y lista para iniciar modelos de franquicia. Pero no todo cayó del cielo.
Juan salía todos los días en la mañana, desde las 7 a.m., a vender su manjar, con el ánimo de hacer el día a día. Por otro lado, escapaba a esa hora, también, para que el dueño del local no sospechara que un extraño dormía en las instalaciones.
Diariamente recorría a pie entre seis y ocho kilómetros, el equivalente a ir por la autopista Regional, en linea recta, desde la calle 10 hasta la Universidad de Antioquia. Un trayecto bastante largo si se tiene en cuenta que Juan cargaba una bandeja adaptada a sus hombros con un peso de 6 kilos.
“Hágale, hágale... ¡pa’ adelante! La gente te dice que vuelva y pase y nunca te dicen que no, eso tiene esta región y sus habitantes, siempre te está diciendo que se puede”, cuenta Arciniegas, agradecido. Dice que su iniciativa no habría llegado a donde está si no hubiese sido por el “empuje” de los paisas.
¿Y cómo me muevo?
La espalda le dolía. A punta de obleas, Juan logró comprar una moto para moverse por varios puntos de la ciudad, pero el cansancio de cargar sus dulces por años lo desgastaba.
“Me puse a pensar en mis necesidades y en la movilidad de la ciudad”, explica. La idea era moverse de la forma más económica y sin hacer ruido.
“Necesito algo en lo que pueda emplazar la bandeja con obleas y, al mismo tiempo, pueda tener contacto con la gente”, pensaba Juan.
Se basó en las dos ruedas de su moto, la energía alternativa y en la posibilidad de moverse para alcanzar objetos.
El resultado: un vehículo insonoro, eléctrico, con posibilidad de giro en 360 grados en su propio eje y velocidades de hasta 60 kilómetros por hora.
Empresario nómada
Juan ha estado literalmente “rodando” por toda la ciudad, pues no tiene una casa propia. Ha vivido en El Poblado, Envigado, Itagüí y todos los sectores cercanos donde Obleas con Amor, su primer empresa, tiene fuerza.
Toy Electrics, su segundo emprendimiento, se ha forjado por los cientos de caminatas y obleas vendidas.
En eso ha basado su vida desde que llegó a Medellín: caminar y, ahora, rodar. Nunca tiene un lugar fijo.
Su visión empresarial ha sido motivo de discusión. Participó en convocatorias, realizó créditos para diseñar sus modelos de transporte y a cambio recibía un: “a este man qué le pasa”. Nunca desistió.
Toy Electrics
Quiere cambiar la imagen de la ciudad. En Medellín, actualmente, el crecimiento del parque automotor es del 5 % anual, mientras que la malla vial crece al 1 %. Más autos, menos calles.
Como muchos otros habitantes, Juan no conoce estas cifras, pero las constata a medida que rueda por las vías.
“Cuando voy por la Aguacatala un viernes a las cinco de la tarde en un trancón y veo todos los carros soltando humo, me doy cuenta de que estamos volviendo esto nada”, opina.
Esa es su apuesta: construir vehículos que le puedan mejorar la cara a la ciudad, más económicos y con diferentes funciones. Tan versátiles que puedan ser un puesto errante de obleas.
Dos ideas, al mismo tiempo revolucionarias, una por Amor y otra por Medellín y el planeta