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Así vive Juliana López en la cárcel de China, según su padre

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28 de julio de 2016
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Han pasado 380 días desde que Juliana López, la modelo y futbolista antioqueña condenada en China por tráfico de estupefacientes, vio a su padre por última vez. Fue el 12 de julio de 2015 a eso de las 4 de la tarde.

Lea aquí: La carta que la modelo Juliana López condenada en China envió a familiares y amigos

“Ese día fue la última vez que yo la vi a ella aquí en Medellín. Como yo soy operado de la columna, ella se mostró muy interesada en mi dolencia. Me preguntó que cómo estaba, que cómo me había ido”, recuerda Carlos Mario López.

Después, el 16 de julio -día de la Virgen del Carmen-, Juliana llamó cinco veces a su padre, pero Mario no pudo contestar porque su teléfono estaba bloqueado.

Lea aquí: 15 años de prisión a Juliana en China, una pena que consuela

“Yo iba de Maicao a Santa Marta por un asunto de trabajo, pero cuando arreglé el teléfono fue ella la que no contestó. Ya estaba viajando. Esas cinco llamadas me dicen que Juliana quería despedirse. Que llamaba pa’ decirme, así como es ella, melosita, “papá, ¿cómo siguió del dolor de la columna?””. Porque yo le digo una cosa: Juliana tuvo que haberse ido amenazada”.

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Ese, precisamente, fue el argumento de la defensa ante el tribunal de Guangzhou, que la condenó este lunes a 15 años de prisión después de que la paisa aceptara ser culpable de los cargos que le imputaban: 610 gramos de cocaína ocultos en un computador portátil.

“Si hay alguien feliz en este mundo soy yo”, dice Mario sobre la condena, que tomó a la familia por sorpresa tras los pronósticos desalentadores de una posible pena de muerte. “No he parado de llorar, pero de alegría”.

Según las cuentas de Mario, a su hija podrían rebajarle la condena a la mitad si sigue estudiando inglés y mandarín y tiene buena conducta. Sin embargo, la noticia del tribunal llegó después de un año de angustia que les cambió la vida por completo a él y a Nubia Sarrazola, la madre de Juliana, quien vive en China desde diciembre del año pasado.

“Cuando recién llegó a Guangzhou -una provincia al sur del gigante asiático- Nubia se iba dos veces por semana para la cárcel”, cuenta Mario. Pero como no la dejaban entrar, la madre de la modelo se arrodillaba en la acera del frente a rezar un rosario y a gritar con todas su fuerzas “¡Julianaaa! ¡Te amooo!”. Y si alguien salía de la cárcel, Nubia se acercaba con una fotografía de su hija a preguntar, a punta de señas, si la habían visto allá adentro.

Por la cónsul, Nubia supo que su hija estaba bien, que había engordado un par de kilos, que le habían cortado el cabello hasta la nuca, que dormía nueve horas diarias y que trabajaba y estudiaba idiomas el resto del tiempo. Además, gracias a la funcionaria de la Embajada de Colombia en China, Juliana pudo mandarles cartas a sus padres y amigos.

“¡Estás viejito! Otro año más de vida, papito, y le pido a Dios, le ruego, que sean muchos años más, que te regale mucha salud, te proteja muchísimo y me permita volver a verte. Parecen más deseos para mí, jaja, pero te quiero súper bien así estés viejito y arrugado para cuando yo regrese”, le escribió Juliana para su cumpleaños número 56, el 4 de enero de este año.

En la carta, Juliana también le pide perdón a su padre por no acompañarlo en su cumpleaños y le da las gracias “por todo lo que haces por mí. Aunque las circunstancias no lo parezcan (sic), creaste una excelente mujer”.

Finalmente, Nubia pudo ver a Juliana en marzo a través del vidrio de la sala de visitas de la cárcel de mujeres de Guangzhou. Cuando la hija vio a la madre estalló en lágrimas, y cuando la madre vio a la hija sintió como si se la entregaran por primera vez en los brazos después del parto, recién nacida. “No llores, que estoy contigo hasta la muerte”, le dijo la madre a la hija por la bocina del teléfono de la prisión.

Mario, en cambio, no oye la voz de Juliana desde ese 12 de julio de 2015, pero piensa en ella todos los días, a todas horas.

“Yo estoy acostumbrado a levantarme a las 4:00 de la mañana y desde ese momento hasta que me acuesto pienso en Juliana. Si ya comió, cómo le fue en la dormida, qué me le están haciendo, si me la están atormentando. Y a veces pienso: “¿por qué Juliana nos hizo esto a la mamá y a mí? ¿Por qué se tiró ella en su futuro?”. Por eso digo que ella tuvo que irse engañada, muy engañada”.

Y es que si algo tenía Juliana era “futuro”. Estaba estudiando, era joven y bonita. “Yo le decía que cuando yo estuviera bien viejito ella era la que me iba a dar un cafecito con leche y un buñuelito remojado en el parque de Bello. Y ella se reía cuando yo le decía eso”, recuerda Mario.

La hija siempre ha sido el orgullo del papá. “Juliana es tierna, amorosa, cariñosa. Llora por todo, es muy sentimental. Ella no es una modelo famosa, sino que hacía pinitos; la volvió famosa fue todo esto. Yo ‘chicaneaba’ con la hija mía y me mantenía enamorado de la risa de ella”.

“Cuando la cogieron la gente me decía: “hágale el duelo a Juliana porque usted no la vuelve a ver. Esos chinos no tienen corazón””. Desde el pasado lunes, sin embargo, Mario tiene la esperanza de volver a escuchar algún día la risa de su única hija.

“El hermano mío, el tío de Juliana, siempre me dice: “Vea Mario, si Dios puso a Juliana allá fue por algo. Gracias a ella van a traer presos de China, porque aquí no se hablaba de repatriación, ni de nada. Nos dimos cuenta fue por Juliana””.

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