Al Centro de Atención, Valoración y Rehabilitación de fauna silvestre (CAVR) del Área Metropolitana del Valle de Aburrá llegó esta semana un caso que dejó en evidencia nuevamente el grado de salvajismo e insensatez de la que es capaz un ser humano. El equipo veterinario recibió una iguana infantil malherida por heridas de un proyecto de perdigón.
De manera inmediata, los profesionales del CAVR desplegaron todos sus esfuerzos para intentar salvar al pequeño reptil que se presentaba en la zona lumbosacra, deformaciones irreversibles y Daños internos en órganos vitales como el estómago y el hígado.
Desafortunadamente, por el grave estado en el que llegó, no fue posible salvar su vida.
No es la primera vez que un caso así ocurre en el Valle de Aburrá. En octubre de 2024 ingresó al CAVR un águila negra, conocida como águila iguana (Spizaetus tirano), un bello individuo que presentaba una excelente condición corporal y plumaje, que sugiere que habría sido un ave con una alta longevidad de no haber topado de frente con otro miserable que decidió propinarle un disparo de perdigón en el pecho que acabó con su vida.
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Un ciudadano la encontró luchando por su vida en zona rural de Barbosa y alcanzó a trasladarla al CAVR, pero llegó ya sin signos vitales. Esta es la sexta águila negra que atienden en el CAVR desde su fundación hace una década, y es la segunda que reciben víctimas de disparos.
Antioquia, lamentablemente, es un lugar peligroso para especies como las águilas cuaresmeras, que cada año brindan un hermoso espectáculo en su etapa migratoria y aterrizan en varias zonas del departamento para descansar y seguir su largo tránsito desde Estados Unidos hasta Argentina y de regreso. Sin embargo, personas inescrupulosas, muchos de ellos cazadores entrenados, encandilan las águilas con linternas y les disparan mientras estas se encuentran descansando en las copas de los árboles recuperando fuerzas para proseguir su viaje.
Colombia, vergonzosamente, es una zona de alto riesgo para estas aves. Su aparición en tiempo de Cuaresma las expone a los riesgos en los que quedan envueltas decenas de especies por creencias absurdas mezcladas con religión y paganismo. A las cuaresmeras les disparan para consumirlas después al atribuirles falsas cualidades afrodisiacas. También les disparan por el perverso deseo de cortarles las patas y ofrecerlas en rituales ridículos para atraer riqueza y seres amados y hasta para “manipular” el clima al invocar el cese de las lluvias.