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La mañana en la que William García Freides salió de Cuba, se paró frente a la fortaleza San Carlos de la Cabaña, donde cada noche a las 9 retumban los cañones que recuerdan la tradición de encerrar a los cubanos tras las murallas de La Habana para protegerlos de corsarios y piratas en el siglo XVII, y lloró nuevamente. Entre ese día y el anterior había llorado cinco veces, y esta era la sexta que derramaba lágrimas frente a la inmensidad del mar cubano.
Las otras cinco ocasiones en las que lloró fueron por las despedidas: se despidió de Migue, el amigo con el que tocaba las congas en su grupo musical Aires Cubanos; de Jacinta, la mujer que con libreta en mano le entregaba a diario una ración de pan, como manda el Gobierno cubano; de Alexa,...
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