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Una aglomeración ruidosa y desordenada pasa desapercibida por el parque de Sopetrán. Es la única reunión a la que nadie mira de soslayo o juzga con desdén. Con su estruendo se mueve a un lado de la ceiba bonga que, imponente, se erige como un vigilante insomne. Mientras esa aglomeración se pasea sin restricciones, los habitantes del pueblo se mantienen en sus casas. Y esa es solo una de las contradicciones que vive hoy Sopetrán: sus pobladores no pueden salir a las calles, mientras el parque fue invadido de palomas y perros que, indiferentes al virus, se adueñaron del espacio.
Al tiempo que la aglomeración de palomas se muda de un lugar a otro, buscando maíz o picando migas sobre el suelo, el pueblo vive el momento más difícil desde que comenzó la pandemia.
Desde el pasado 25 de abril, el alcalde Diego Villa decretó un endurecimiento de las medidas restrictivas. La razón: siete personas murieron de covid en lo que va de abril. Ninguna de ellas en las calles como se corrió el rumor en un video que circuló por redes, según lo confirmó la gerencia del Hospital local y el mismo mandatario.
Hasta hoy, según cifras de la administración, en el pueblo del Occidente han muerto 21 personas por la enfermedad, lo que quiere decir que la tercera parte de ellas ocurrieron en el presente mes.
La noticia del cierre fue registrada por los medios de comunicación el pasado 25 de abril. Los titulares de prensa dijeron que el pueblo “cerraba sus fronteras” o que entraba en una “cuarentena total”. El mandatario aclara que eso nunca se pretendió y que se trató de un “malentendido”. Lo explica: “Nosotros no tenemos la facultad para cerrar. No podemos poner un muro para que la gente no entre. Lo que hicimos, en realidad, fue pedirle al Ministerio del Interior y a la Gobernación de Antioquia que nos permitieran endurecer el pico y cédula, cerrar negocios no esenciales y cerrar el comercio a las 5 de la tarde”.
Y las medidas se notan. Los negocios de las cuadras adyacentes al parque, principalmente de ropa o accesorios, están cerrados. Las fachadas se ven solas; por las chambranas no se asoma nadie. En el parque, ante la estruendosa presencia de palomas, Luis Gerardo Cortés se come un salchichón frito y se toma un café con leche. Ante la mirada insistente de un perro que le vela, dice que las restricciones se sienten. “Esto está muy solo, ya no es como antes. Los que más han sufrido son los que viven del día a día. La gente bajaba todos los días del campo a vender yuca, plátano o frutas. Ahora no vienen porque no les paga”.
Luis Gerardo agrega que tiene permiso para transitar por el municipio, pues es el “correísta”, el que lleva cartas y hace diligencias.
El alcalde Villa, por su parte, dice que las medidas han ayudado a reducir la cantidad de personas en las calles. Aunque, como es lógico, no es total. “El pico y cédula rige para la movilización y es solo de dos dígitos. Para el cumplimiento de ello tenemos a la fuerza pública, que constantemente les exige el documento a los ciudadanos”, cuenta.
También en el parque, dos pensionados conversan bajo la sombra de un árbol. Dicen que tienen pico y cédula y se quejan de la irresponsabilidad de los jóvenes que, según ellos, fue la que puso en aprietos al municipio. “El problema es que vienen a las fincas y toman trago, hacen fiestas clandestinas y contagian a las personas que trabajan en esas fincas. Luego, esas personas vienen al pueblo y contagian a los demás”, dice uno de ellos. El otro asiente mientras la bandada de palomas pica el piso sin compasión.
Villa confirma este fenómeno. De hecho, esa fue una de las razones que motivó el endurecimiento de las medidas. “En las fincas de recreo se nos están concentrando personas que vienen a tomar alcohol. El turismo es importante para nuestro municipio, pero en este momento tenemos prohibidos los eventos públicos o privados. No estamos para eso”, precisa.
Pero las medidas no han caído bien entre todos. Juan Diego Franco, dueño de la heladería La alegría del sabor, ubicada a un costado del parque, se queja porque, a su parecer, el alcalde vendió una “situación que no es”. Y el sentimiento no es solo suyo: en el pueblo hay un sentir de que la situación se sobredimensionó.
“Dijeron que el hospital estaba colapsado y que la gente se estaba muriendo a la entrada. Nada más alejado de la realidad. Nosotros no podemos sacar las mesas al espacio público, como hacíamos, lo que nos ha perjudicado más. Voy a tener que salir de uno de mis dos empleados porque estamos vendiendo el 20 % de lo que hacíamos antes”, relata el comerciante.
Con el anuncio de las medidas restrictivas corrió un video en redes sociales de un hombre al que, yerto sobre el suelo, lo tratan de reanimar. A pesar de la atención, murió. Luego se conoció que el fallecido sufrió un desvanecimiento y no pudo ser socorrido con éxito. En internet y algunos medios de comunicación rodó la versión de que el hombre había acudido al hospital y no había recibido atención.
Paula Andrea Ángel, gerente del Hospital Horacio Muñoz Suescún, confirma que la prueba de covid, practicada al occiso, arrojó positivo para covid. Sin embargo, desmiente que el hombre hubiera requerido atención y se le hubiera negado. “Revisamos la historia clínica y encontramos que no venía desde comienzos de marzo. No es cierto que haya venido a pedir atención. El hospital, si bien ha tenido una fuerte presión, no se ha visto desbordado”, comenta Ángel.
Este último mensaje es una respuesta a rumores que han aparecido: que las personas morían, sin atención, en la entrada del hospital; que la gente, en las calles, aparecía muerta. “La semana entre el 17 y el 24 tuvimos siete muertos en el municipio, tres de ellos acá en el Hospital. De hecho, fueron nuestros primeros muertos por covid y eso nos tiene muy tristes a todos. Pero confirmamos que en ningún momento hemos colapsado ni hemos tenido falta de oxígeno. Estamos bien surtidos”, complementa la gerente.
En la tienda MerkaZapata, sobre el costado derecho del parque, dos hombres discuten la situación. Dicen que el fallecido venía enfermo de días atrás y que sufrió un infarto, según contó un testigo de vista. “Lo que no entendemos es de dónde sacaron que la gente se está muriendo de covid en las calles”, dice uno de los contertulios. El otro responde que no murió de coronavirus, sino de “un susto”.
Lo cierto, dice la gerente del hospital, es que los casos han bajado desde que se implementaron las medidas más estrictas: “Sentimos un alivio muy grande. La gente parece estar tomando conciencia y ahora avisan de manera más oportuna cuando tienen síntomas. Estamos reportando entre 15 y 20 casos al día, eso es bastante si tenemos en cuenta que somos un municipio de 15.000 habitantes. Sin embargo, las medidas nos han tranquilizado”.
En la tarde, cuando el calor tropical se reduce, el comercio cierra. A las 5:00 deben estar todos en sus casas. Y, a esa hora, hasta la aglomeración de palomas deja que el pueblo descanse en soledad