17 años, de André Téchiné

Adolescencia, amor y odio

Oswaldo Osorio

17anos

Uno de los más reconocidos directores franceses, con casi una treintena de películas en sus créditos, vuelve a sus 73 años con una película que está en las antípodas de su edad. Justamente el título del filme hace referencia a los años que tienen sus protagonistas, y esta edad ya lo determina todo, porque el relato es una mirada a todas esas angustias, inseguridades, deseos y pulsiones que experimentan los adolescentes en esta etapa de su vida.

Damien y Thomas estudian juntos y comparten lo que parece ser un odio mutuo. La película no se afana en explicar las razones de su animadversión, por eso en su primera hora es como si tuviera las mismas características de sus adolescentes: impredecible e irregular, explosiva y aletargada, sin explicaciones concretas ni intenciones de definir sus objetivos.

Por eso es una obra con la que hay que tener disposición y paciencia, las cuales luego se verán recompensadas con el paulatino crecimiento de una historia llena de facetas y de gran diversidad de registros, desde la fuerza de un drama con hondos conflictos internos y de relaciones personales, pasando por desenfadados momentos alentados por el humor y la alegría de vivir, hasta emotivas situaciones y sentimientos que es hacia donde finalmente se dirige todo el relato y la construcción de sus personajes.

La película sabiamente crea entre sus dos protagonistas una antítesis que termina siendo complementaria: uno vive en la ciudad, es sociable y le va bien en el colegio, mientras el otro vive en contacto con la naturaleza, no se relaciona con nadie y parece tener problemas de aprendizaje. En medio de esto está la madre de uno de ellos, que funciona como el tercer protagonista y es quien cataliza la relación entre estos dos jóvenes.

De manera que la trama hace un movimiento pendular entre las personalidades, problemas y deseos de estos dos jóvenes, así como entre su relación de amor y odio, que se va transformando poco a poco con unos matices que el director sabe ir introduciendo con sutileza y que le van dando sentido a toda la historia. Y en cierta forma, como motor de ese péndulo, está la calidez y buen criterio de la madre, lo que la convierte en un personaje entrañable y de gran significado para ideas que rondan el contexto del filme, como la familia, la comprensión y la generosidad en las emociones y los sentimientos.

Se trata de una película que parece imperfecta en ciertos sentidos, especialmente en su cohesión narrativa durante la primera parte del relato, pero poco a poco va adquiriendo una fuerza y solidez que evidencian la madurez de un director que conoce muy bien las posibilidades expresivas del cine y todas las ideas que puede poner en juego sin caer en obviedades ni seguir fielmente las reglas impuestas por la narrativa convencional.

Reseña sobre La estrategia del caracol, de Sergio Cabrera

Con la casa a cuestas o sin ella

Carlos González

Escuela de Comunicación Social

Universidad del Valle

La estrategia del caracol (Colombia, 1993) es una de las películas más importantes para la historia del cine colombiano y, más aun, para la cultura colombiana. La vigencia de sus lecciones no se reduce a lo cinematográfico, pues es al tiempo una herramienta pedagógica extraordinaria. Emblemática desde su guión hasta sus interpretaciones, la huella que dejó puede leerse hoy en clave de pistas para fortalecer la ciudadanía, democracia y participación de los colombianos.

La historia empieza con un periodista que realiza un reportaje en una zona de Bogotá que está siendo desalojada. Allí encuentra al paisa, un hombre que tiempo atrás hizo parte de una maravillosa estrategia dentro de condiciones similares a las que se encuentra. El periodista le permite continuar y allí nos adentramos en la historia central: empezamos en el desalojo de La pajarera, una antigua casa en el centro de Bogotá, a cargo de un tinterillo que responde a un empresario que ha decidido recuperar lo que por escrituras otrora fue el patrimonio de su familia. El trámite deviene en una riña a muerte entre sus inquilinos y la policía, dejando un niño muerto y a varias familias en la calle. Ante la inminencia de ser los siguientes en la lista del tinterillo, los inquilinos de la casa Uribe resuelven desmontar por completo el inmueble y llevárselo lejos del centro de la ciudad. Tras debatirlo y decidirlo -sorteando trampas legales, milagros inesperados y hasta sentencias de muerte- todos y cada uno de los inquilinos participan en intensas pero coordinadas jornadas de trabajo. Cerca al final, cuando la casa no conserva más que la fachada y es entregada legalmente a la justicia, la fachada se desploma ante un estallido y aparece una imagen que perdurará en el tiempo:

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Pero ¿es un trasteo el de la casa Uribe?¿se rearmarán paredes, ventanas y habitaciones, tal cual, en la colina donde terminan todos reunidos, marcando así el final de la película? No, lo que se salva no es la estructura física de una casa, es el mensaje de una historia. Para ser más concretos: dentro de la trama es el momento en el que la dignidad, aunque etérea, aparece como el valor que motivó toda la estrategia: El periodista le pregunta al paisa que todo el esfuerzo realizado “¿para qué”, a lo que el paisa responde bastante enojado: “¿Cómo que para qué?, ¿a usted para qué le sirve la dignidad?”. Pues bien, esa pregunta se le está haciendo en realidad al público. Ahí reposa la vigencia de este film como lección de ciudadanía, legándonos más que una respuesta satisfactoria, una pregunta incómoda: ¿estamos ejerciendo nuestra dignidad? Porque si algo queda claro es que si los actos de los inquilinos de la casa Uribe constituyen un acto de dignidad, ah trabajo y osadía la que requirió. La dignidad y la participación aparecen en esta película como valores sobre los cuales se tiene que hacer un ejercicio en comunidad arduo y sin desfallecimiento, o como lo mencionaba Estanislao Zuleta (1992): “Para que el pueblo sea creador de la cultura, es necesario que tenga una vida en común. Cuando se dispersa, se atomiza, cuando cada uno vive su miseria en su propio rincón, sin colaboración, sin una empresa y un trabajo comunes, entonces pierde la posibilidad de crear cultura” (pág. 47).

El punto es entonces que esta cultura de la que habla Zuleta no corresponde, en buena medida, a los muros y ventanas en común, en el caso de la película, o en nuestro contexto político actual -que es precisamente a donde apunto- a las leyes que se nos imponen. Esta cultura excede los contratos, arreglos, referendos, etc. Implica, más bien, observar “las relaciones sociales, […] la manera como vive la gente” (pág. 46).

Desde hacía un mes largo, el debate de cara al plebiscito que refrendaría los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP se venía dando con aparente intensidad. Pero ya hace pocos días este país demostró estar más dividido que nunca en su panorama político: la mitad de los votantes se inclinó por el SI a los acuerdos de paz con las FARC, mientras la otra mitad, aunque mayoría en este caso, lo hizo por el NO. Y en este escenario, a este estudiante de Comunicación Social se le encargó la tarea de revisar si en ciertos textos de Estanislao Zuleta habían claves para leer analíticamente la película La estrategia del caracol. Y, por supuesto, las hay. Pero siempre pensé en esta reseña como una oportunidad para cruzar los maravillosos trabajos del director de la película, Sergio Cabrera, y de Estanislao Zuleta con una situación que nos interpelara como ciudadanos que habitamos el presente de nuestro país. Hoy, para concluir, escribo con suma tristeza que encontré una lección que parece atravesar esos tres escenarios: No hay más citas que valgan, pues Zuleta señala en el texto El respeto en la comunicación (1992) lo que diferencia a una cultura de la violencia de una cultura del respeto, pero ambas se sustentan en operaciones concretas y entre ellas no aparece la que sentenció el plebiscito del pasado domingo: el silencio como muestra de indiferencia.

El 62% del electorado colombiano (porcentaje que corresponde al abstencionismo) calló y otorgó. Y no otorgó el triunfo a los del NO, por más vencedores que ahora sean. Otorgó a la cultura de la violencia una forma contundente y clara de expresarse: el silencio.

La película tiene ciertamente un final feliz, por decirlo de alguna forma; o dignificante, si se quiere: los inquilinos de la casa Uribe padecen, resisten y al final ven su dignidad intacta cuando logran zafarse de las artimañas de la ley, llevando la casa Uribe a pedazos y a cuestas hacia donde no se jodan sino entre ellos mismos. Pero a nosotros los colombianos, los que permanecemos por fuera de las imágenes de La estrategia del caracol, ya vinieron los tinterillos a tocarnos la puerta, ya nos la están tumbando y, mientras tanto, adentro, tranquilos, pasmosos, menos de la mitad se revuelcan en el silencio y la comodidad de sus camas. A este paso, los de la casa pintada seremos otros. Si no despertamos nos quedamos sin casa, si no despertamos nos quedamos sin cultura, y solo a través de ella encontraremos algo de dignidad… o es que ¿a nosotros para qué nos está sirviendo eso?

Pariente, de Iván D. Gaona

El desamor y un régimen oculto

Oswaldo Osorio

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Esta película presenta una región casi inédita en el cine colombiano. Salvo por algunos cortometrajes que se hayan podido ver en festivales (varios hechos por el mismo director) y por el reduccionismo a los arquetipos que siempre muestra la televisión, poco se sabe de Santander, su color local y su gente. De eso es lo primero que se ocupa este filme, de recrear con soltura y autenticidad un cuadro de aquella región, el cual es animado por un doble conflicto que contribuye a entender mejor la naturaleza esa cultura.

El doble conflicto es, de un lado, uno íntimo, una historia de desamor, y del otro, un conflicto de contexto, la velada presencia de la violencia y de los paramilitares en pleno proceso de desmovilización de estos. Dicho de otra forma, a Willington se le casa la mujer de su vida con su propio primo, mientras que en la zona persiste el miedo y la incertidumbre, porque todavía hay indicios de violencia y no se sabe si los paracos todavía están o no.

Pero estos dos conflictos y las tramas que los desarrollan, aunque aparecen desde el principio, no lo hacen con toda claridad en el relato, como lo dictan las reglas de la narrativa clásica, pues al director le interesa primero dar cuenta de la esencia de sus personajes, la idiosincrasia de la región y la atmósfera visual y vivencial de aquel paisaje. Eso mismo que ya había hecho con tanta sutileza y elocuencia en cortos como Los retratos, El tiple, Naranjas y Completo.

Todos estos son trabajos donde la construcción de unos personajes y sus interrelaciones sociales, así como con el ambiente rural, se imponen sobre una trama que no necesariamente está definida por giros y estructuras. Por eso en sus películas especialmente sobresale el trabajo con actores naturales, de quienes sabe sacar la naturalidad y autenticidad que acerca al espectador mucho más a ese universo campesino de Santander, así como a una poética de la cotidianidad que lleva este acercamiento mucho más allá del simple cuadro de costumbres.

De la misma forma, en su ópera prima poco a poco va construyendo ese color local y la red de relaciones entre los personajes, con unos matices que solo da una narrativa que le podría parecer dispersa a quienes se aferran a las convenciones de la escritura cinematográfica. También paulatinamente, va subiendo la intensidad de los dos conflictos. El desamor de Willington aumenta ante la inminencia del matrimonio y por las confrontaciones con el prometido de su amada; y de otro lado, cada vez se conocen más los alcances de la presencia del paramilitarismo en la región y de su régimen oculto, un régimen que se impone con su violencia, con sus obligados tributos y hasta como ley, determinando normas y castigos.

De otro lado, hay un significativo elemento que lo cruza todo en esta película: la música. Y no solo tiene que ver con los temas compuestos por Edson Velandia, los cuales contribuyen con la misma expresividad a dar cuenta de una región que este músico conoce muy bien, sino sobre todo como tema y como sentimiento. La música siempre está presente: como leitmotiv de situaciones y diálogos, como ese vínculo que refuerza el frustrado amor entre Willington y Mariana, y como el mejor distintivo del protagonista, a quien le confiere una especial aura que lo diferencia de los demás en medio de toda esa rudeza y violencia (Habría que destacar también al personaje de Completo, un secundario entrañable y bonachón que ya había hecho parte de dos de los cortos de Gaona).

Se trata realmente de una singular pieza en el contexto del cine nacional, tanto por ser el primer largometraje santandereano como por el ya reconocible estilo de un director que logró lo que pocos: tener un prestigio como cineasta con un puñado de cortometrajes. También es singular porque es de las pocas películas que cuestiona con fuerza y habla abiertamente sobre el paramilitarismo, y aun así, no solo es una historia sobre el conflicto en el país, es también un lamento al desamor y un potente fresco sobre una región.

Miss Peregrine y los niños peculiares, de Tim Burton

Mutantes para la familia

Oswaldo Osorio

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Esta película es como una versión seudo gótica y familiar de los X-Men. Más que decirlo con ánimo despectivo, es para identificar con rapidez un esquema que a muchos se les hará conocido y que aquí se repite apenas intercambiando unas variables, o mejor dicho, adaptando algunos aspectos al ya reconocible universo de Tim Burton, el cual casi siempre está cruzado por la fantasía, la aventura y esa singular mezcla entre la inocencia, la ternura y lo tétrico.

Sin embargo, ese universo reconocible que uno agradece y aplaude cada que aparece en una película de un autor, en este caso tal vez haya que lamentarlo, pues si bien es un filme que tiene muchos de los elementos que han definido el atractivo estilo de Burton, aquí están presentes al servicio de una historia que repite todas las convenciones del cine (y la literatura) juvenil de estos tiempos, y lo que queda es solo una película de gente rara y monstruos pero edulcorada y con el filo de sus aristas limado.

Y no quiere decir esto que se trate de una película fallida, al contrario, entre tanta película de fantasía dirigida al público familiar que puebla las carteleras en esta época, esta resulta ciertamente entretenida y, a pesar de sus frecuentes visitas a lugares comunes, muchas veces logra sorprender y fascinar.

Su mayor problema es cuando se le mira desde la óptica del cine de autor, porque así no se está juzgando solo una película sino toda una obra, y en ese sentido, sometida a la comparación con lo que antes ha hecho este director, y que es justamente por lo que logró destacarse y ser reconocido, esta pieza resulta una suerte de concesión a las formas y esquemas del cine más convencional y de consumo. No hay en ella asomo de esas trasgresiones morales o estéticas ni tampoco la crítica de fondo a la normatividad social que definen muchas de sus mejores películas.

Basada en la novela del mismo nombre escrita por  Ransom Riggs, el relato nos introduce en una doble realidad donde un mundo fantástico y uno real, así como el pasado y el presente, se entrecruzan en una trama donde unos personajes con una peculiaridades (o léase también mutantes) están divididos en dos bandos, que bien podrían definirse como los “monstruos tiernos” y los “monstruos malos”.

Nuevamente puede sonar despectivo, pero solo es un recurso para evidenciar el esquematismo de una historia que bien pudo hacer cualquier director de Hollywood y no el autor de magníficas y originales obras como El joven manos de tijera, Beetlejuice, Sleepy Hollow, Ed Wood, Marcianos al ataque o El gran pez.

Abiertas inscripciones Escuela de crítica de cine

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La crítica de cine no tiene, al menos en Colombia, la posibilidad de algún tipo de formación más o menos formal que vaya más allá de algún curso o seminario dictado por entidades culturales de forma esporádica y sin continuidad. Los críticos de cine normalmente son autodidactas o, cuando más, derivan este oficio de su formación como escritores, comunicadores o periodistas. De hecho, la crítica de cine ni siquiera está contemplada en alguno de los contenidos de las materias teóricas en los programas de cine o audiovisuales.

Por eso esta iniciativa de una Escuela de crítica de cine parte de un crítico autodidacta con formación de periodista, Oswaldo Osorio,  y con el respaldo de una revista de cine, Kinetoscopio, quienes han visto la necesidad de crear un espacio y unos procesos que proporcionen una formación más sistematizada y desarrollada a largo plazo, y así incentivar tanto la cualificación de este oficio en la ciudad de Medellín como la gestación de actividades en torno al cine a y la crítica.

Objetivo general

Desarrollar un proceso a partir de diversas actividades y metodologías que posibilite la formación de críticos de cine con un conocimiento consistente y estructurado de este oficio, su historia, fundamentos y técnicas.

Objetivos específicos

– Contribuir a configurar una metodología de trabajo que sirva de precedente y guía para desarrollar el mismo proceso formativo con nuevas cohortes de aspirantes.

–  Desarrollar actividades y traer invitados en función del proceso de formación de la Escuela pero que tengan también una proyección con un público más amplio.

– Elaborar textos producto del proceso de formación para ser publicados en diferentes medios, especialmente en el blog Cinéfagos de El Colombiano y en la revista Kinetoscopio, y eventualmente sacar adelante proyectos editoriales.

Metodología

La idea es trabajar con el método del seminario alemán, donde un grupo reducido de personas (alrededor de diez), y guiadas por un coordinador, aborden la investigación y formación en un área específica distribuyéndose funciones (relator, correlator, discursante y protocolante).

Se realizarán reuniones quincenales o veintenales (decisión que se tomará luego de conformado el grupo) en sesiones de tres horas y se darán asignaciones de los roles y tareas con miras a la siguiente reunión.

Cuando esté avanzado el proceso de formación en sus fundamentos históricos, la escritura de textos será de asignación constante y serán leídos por el grupo para su discusión y retroalimentación, de allí saldrán los textos para publicar en los distintos medios.

Requisitos de inscripción

– Estar cursando o tener un título de pregrado, preferiblemente pero no como condición, en el área de las ciencias humanas y sociales. Adjuntar soporte.

– Tener o ser menor de 30 años, preferiblemente. Pero este no es requisito excluyente para postularse. Se considerarán también aspirantes que superen esta edad y cumplan con los demás requisitos.

– Adjuntar hoja de vida y fotocopia de la cédula.

– Adjuntar dos críticas antiguas o recientes de al menos 400 palabras de extensión. No es condición para postularse cumplir con este requisito.

– Adjuntar una argumentación de mínimo un párrafo sobre las razones para querer hacer parte de la Escuela de Crítica de cine.

– Enviar la documentación a cinefagos@cinefagos.net hasta el 21 de octubre.

– Publicación de resultados: 1 de noviembre de 2016.

– Inicio de actividades: 5 de noviembre de 2016.

Datos adicionales

  • Intensidad y horario: Sesiones quincenales de 3 horas los sábados de 9 am. a 12. m.
  • Lugar: Centro Colombo Americano (U de A).
  • Duración: Dos semestres (Inicialmente).
  • Costo: $100.000 semestral.

Oscuro animal, de Felipe Guerrero

Las mujeres, el miedo y la fuga

Oswaldo Osorio

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El conflicto y la violencia están siempre en fuera de campo en esta película. El relato se concentra solo en los feroces y dolorosos indicios que deja esa realidad, así como en tres mujeres que han tenido que padecer esa guerra, ya como víctimas o victimarias. Tres mujeres que deciden sobrevivir y tratar de recuperar su autonomía y tal vez de nuevo la dignidad, aunque esto vaya a ser difícil ante la marginalidad que les espera en los destinos del desplazamiento citadino.

La primera película de ficción de Felipe Guerrero está precedida por dos documentales, Paraíso (2006) y Corta (2012), en los cuales este cineasta da cuenta de una vocación narrativa poco convencional. Hay en su estilo una suerte de cerebralidad que en el fondo conduce a la reflexión y la emoción. Eso ocurre en este nuevo filme, donde a partir de una cuidada concepción de la fotografía y las atmósferas sonoras entrelaza estas tres historias definidas por el miedo, el dolor y el silencio.

Una mujer lo pierde todo y en su fuga termina “adoptando” a una niña en sus mismas condiciones; la otra escapa luego de que violentamente se libera de quien la tenía esclavizada como botín de guerra; mientras la tercera hacía parte de un grupo armado y también se cansa de ser victimaria, aunque seguramente lo era porque nunca tuvo opción de ser otra cosa, una situación que también la convierte en víctima.

Tres mujeres en fuga que representan el mayor despojo del conflicto, esto es, la desarticulación de los hogares, la pérdida de seres queridos, las vejaciones físicas y sicológicas, la destrucción de su entorno social y el desplazamiento forzado. Aun así, el director decide no hacer explícita la violencia y la crueldad de la guerra como suele verse en el cine nacional. La violencia y la guerra están concentradas en ellas mismas, en su onerosa huida, en su mirada expectante y vacía, en sus gestos temerosos y, sobre todo, en su silencio.

Justamente lo más polémico de la propuesta de esta película puede ser ese eterno silencio que cubre a las tres protagonistas, algo que sin duda es un artificio, el cual puede conllevar a lecturas opuestas: de un lado, puede parecer poco verosímil que este tipo de mujeres, nacidas en este país tropical y ante su situación ni siquiera musiten, lo que además hace que el ritmo del relato sea de una menor intensidad de lo que ya es; de otro lado, puede también verse como un dispositivo emocional y narrativo que decidió utilizar el director para dar cuenta tanto de ese horror que llevan por dentro como de que ante su condición y lo que les ha pasado las palabras sobran.

El caso es que no es una película fácil para el público general, porque no le interesa la discursividad convencional, ni con las imágenes ni con los casi ausentes diálogos, tampoco lo es en el tempo que decide para su relato, algo más cercano a la contemplación que a la acción. Por eso se trata de un filme que obliga a la concentración, a completar las historias con todo ese fuera de campo y a reflexionar sobre la condición de las víctimas y en especial sobre la situación de las mujeres en la guerra.

Presentación de la Escuela de crítica de cine

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El próximo 5 de octubre, a las 6:30 pm. En el Centro Colombo Americano de Medellín, se presentará la Escuela de crítica de cine, un proyecto de formación de Cinéfagos.net y la Revista Kinetoscopio, y con el respaldo de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. La presentación se realizará en el marco del lanzamiento de la edición 115 de Kinetoscopio, la cual está dedicada al cineasta británico Ken Loach.

La crítica de cine no tiene, al menos en Colombia, la posibilidad de algún tipo de formación que vaya más allá de algún curso o seminario dictado por entidades culturales de forma esporádica y sin continuidad. Los críticos de cine normalmente son autodidactas o, cuando más, derivan este oficio de su formación como escritores, comunicadores o periodistas. De hecho, la crítica de cine ni siquiera está contemplada en alguno de los contenidos de las materias teóricas en los programas de cine o audiovisuales.

Por eso esta iniciativa de una Escuela de crítica de cine parte de un crítico autodidacta con formación de historiador y periodista, Oswaldo Osorio,  y con el respaldo de Kinetoscopio, quienes han visto la necesidad de crear un espacio y unos procesos que proporcionen una formación más sistematizada y desarrollada a largo plazo, y así incentivar tanto la cualificación de este oficio en la ciudad de Medellín como la gestación de actividades en torno al cine a y la crítica. Para lograr esto, el proyecto también cuenta con el apoyo como aliado académico de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.

El objetivo de la Escuela, entonces, es desarrollar un proceso a partir de diversas actividades y metodologías (especialmente el método del seminario alemán) que posibilite la formación de críticos de cine con un conocimiento consistente y estructurado de este oficio, su historia, fundamentos y técnicas. Igualmente desarrollará actividades con críticos y especialistas invitados en función del proceso de formación, pero que tengan también una proyección con un público más amplio. Y por supuesto, el propósito de fondo es la elaboración constante de textos para ser publicados en diferentes medios, especialmente en el blog Cinéfagos del portal virtual del periódico El Colombiano y en la revista Kinetoscopio, así como sacar adelante proyectos editoriales.

 

Los nadie, de Juan Sebastián Mesa

Una ciudad para irse y volver

Oswaldo Osorio

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El punk no ha muerto, se ha transformado, como la materia. En esta impetuosa y a la vez sensible película se puede ver esa transformación, la cual está reflejada en los desplazamientos que este movimiento musical ha hecho por otros espacios de la ciudad y en unas nuevas generaciones que igualmente están inconformes, pero con un espíritu libertario que cambia su actitud, especialmente ante la vida, sus congéneres y el futuro.

Con un relato rebosante de espíritu juvenil, los protagonistas viven y respiran la ciudad. No obstante, están hartos de ella, por eso quieren renovar sus horizontes y experiencias. De esta situación se desprende su argumento, por demás muy simple aunque de probada eficacia: un grupo de jóvenes preparan un viaje y en medio de esto crean y fortalecen sus relaciones sociales y personales. Es cierto que se trata de una situación recurrente en el cine generacional, pero lo que siempre hace la diferencia es la mirada y el universo propios que crea cada película, y esta definitivamente los tiene.

En este sentido, es inevitable relacionar una película de Medellín que tiene alma de punk con la emblemática Rodrigo D: No futuro, de Víctor Gaviria. Pero más que establecer innecesarias comparaciones entre ellas, porque hablan de dos ciudades diferentes y con treinta años de distancia (la de Gaviria se rodó en 1986), dicha conexión resulta más elocuente si se reflexiona acerca de sus protagonistas, la relación que tienen con la ciudad, con la música y su actitud frente a la vida.

Los jóvenes de Los nadie tienen más oportunidades y el mundo se les ha abierto. Ya las montañas circundantes y mucho menos las fronteras de un barrio son límites infranqueables. Necesariamente hay una sombra de frustración, frente al sistema del mundo adulto y a la ciudad misma, pero esto convive con un optimismo hasta empalagoso que se manifiesta principalmente en la conexión entre estos jóvenes y desde el cual hasta el propio punk ya está revestido de otras connotaciones. Porque si bien el punk continúa siendo un potente vehículo de rebeldía e inconformismo, también es un medio de camaradería y socialización.

Narrativamente la película ofrece una sólida estructura que sabe distribuir sus distintas líneas dramáticas, mediante las cuales los protagonistas preparan el viaje y construyen sus relaciones. Hay también una equilibrada eficacia narrativa entre el ritmo propio de la variedad de personajes (adosado con la música) y la naturalidad e intimismo que logra en las escenas de corte cotidiano. Y todo esto en ese gran marco de la ciudad de Medellín como protagonista, con su paisaje empinado y abigarrado, su dinamismo replicado por  la energía de estos jóvenes y hasta su look en blanco y negro, que no permite distraerse de lo importante: lo que estos muchachos sienten y buscan, así como sus  ganas de partir hacia la aventura.

Es una ciudad que, al final, solo les ofrece dos opciones: abandonarla para recargar fuerzas y volver o sucumbir a esa violencia que sigue allí, más soterrada, pero no menos amenazante. Un final y una ciudad que resultan contundentes, así como lo es toda la película, una pieza inteligente, entrañable y llena de fuerza expresiva, tanto en sus personajes como en sus imágenes.

Música en mi cabeza

Oswaldo Osorio

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El gran acierto de esta película es no caer en la tentación de burlarse de su protagonista, como lo hizo la mayoría de sus contemporáneos, sino entenderla como personaje y dimensionar la relación que tuvo ella con la música y con la sociedad neoyorkina en plena Segunda Guerra Mundial. Por eso se trata de una entretenida historia llena de momentos divertidos, pero también muy emotivos y, sobretodo, capaz de hablar con honestidad sobre la complejidad de los sentimientos y las relaciones humanas.

Florence Foster Jenkins fue una heredera a quien su gran amor por la música la llevó a tener la fijación de convertirse en una gran cantante lírica y presentarse en el mítico Carnegie Hall. Con la complicidad de su devoto esposo y un apocado pianista, se entrega a la tarea de hacerlo. Solo hay un problema, que canta muy mal, tanto que podría ser la peor cantante del mundo, y además, hay una contrariedad mayor: ella ni se entera de eso.

Es portal razón que el relato siempre está jugando a dos bandas, entre lo cómico de la situación, si se mira desde afuera, y la sutileza de las emociones que se desarrollan entre estos tres personajes. De manera que la historia se va alternando entre el patetismo y lo entrañable, porque si bien su protagonista puede comportarse por momentos de forma ridícula por prácticamente crear un sentido propio del mundo en su cabeza, también es cierto que su amor por la música, su generosidad como mecenas y el honesto aprecio y amor que le prodigaban sus allegados, la convierten en una mujer digna de toda empatía.

Detrás de este acertado equilibrio se encuentra un experimentado y talentoso director británico que se dio a conocer con en 1988 con la película Relaciones peligrosas y que en adelante ha demostrado su buen pulso para contar historias donde las mujeres y la sutileza de los sentimientos son protagonistas: Mary Reilly, Mrs. Henderson presenta, La reina, Chéri, Philomena. Además, su labor aquí se ve complementada por la infalible Meryl Streep, para quien este personaje parece haber sido expresamente escrito, a pesar de tratarse de una mujer que realmente existió y dio mucho de qué hablar en sus últimos años de vida.

Es muy particular cómo en esta historia, si se mira por separado a cada personaje, desde Florence hasta su esposo, pasando por la amante de este y el tímido pianista, todos ellos resultan un poco patéticos y poco atractivos en su personalidad, sin embargo, es en la interacción entre ellos durante la puesta en escena y los complejos matices de la naturaleza de sus relaciones y sentimientos, donde se opera una suerte de magia emocional que los potencia como personas y le da validez a su carácter. Esto ya nos habla de una pieza bien construida y eso se nota de principio a fin.

Destinos, de Alexander Giraldo

Con el sol en la cara

Oswaldo Osorio

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Cinco personajes que no tienen relación entre sí protagonizan historias de lucha cotidiana o adversidad, historias que se cruzan en una gran ciudad y que tienen como denominador común una suerte de añoranza o nostalgia por un pasado o un futuro mejor. Sin ahondar mucho en su vida anterior, el relato se concentra en unos episodios que los define como personas que lidian con la vida y fija su mirada atenta y paciente poniendo al espectador como testigo de si lo consiguen o no.

Un hombre que recién sale de la cárcel, un boxeador sin dinero, un barrendero que empieza a formar una familia, un albañil con su madre enferma y una mujer que acaba de perder a su hija son esas cinco historias de vida que el relato desarrolla alternadamente. Hay una sexta menor, la de una joven que hace sudokus y conoce al boxeador.

Todos ellos tienen algo qué resolver en sus vidas o alguna cosa les hace falta. El único que no tiene ese apesadumbramiento que le opaca el gesto es el barrendero, quien espera un hijo y, junto a su mujer y a su madre, mira con entusiasmo su futuro. Aun así, su vida no es fácil, la diferencia es ese optimismo con que encara su existencia y la promesa de futuro que viene con su hijo.

Los demás van de la tristeza al patetismo, sin tratarse tampoco de una de esas propuestas que se ensaña en sus personajes y que solo le interesa la oscuridad de estados de ánimo y los atropellos de las adversidades. En cada historia hay siempre un contrapeso que aliviana esos amargos episodios, que deja entrever posibles salidas, o al menos esperanza. Por esa razón, terminan dimensionándose las historias y sus protagonistas, porque en ese claro oscuro de los retratos que plantea hay siempre matices.

Sorprende un poco el tipo de película definido por el caleño Alexander Giraldo, quien había debutado con 180 segundos (2012), un thiller de acción sobre un planificado robo que es contado mediante la fragmentación y la discontinuidad temporal. Entre las dos películas solo coincide la presencia de tres actores (Angélica Blandón, Manuel Sarmiento, Alejandro Aguilar) y esa fragmentación, la cual es usada por razones diferentes: en la primera, para contribuir a la tensión y el suspenso propios del thriller, mientras que en esta segunda para dar cuenta de un similar estado emocional presente en seis personajes.

En el aspecto formal sobresalen el montaje y la fotografía, el uno porque sabe manejar los ritmos, así como los cambios de escenarios y personajes en medio de tantas posibilidades; la otra porque demuestra una sensibilidad para con la imagen, en especial en la composición de los encuadres y en la concepción de la luz, que tienen la versatilidad de responder al esteticismo o al realismo de cada situación.

En una cinematografía muy afanada por contar historias y muchas veces determinada por los grandes temas del país o los personajes definidos por su protagonismo en el contexto social, resulta refrescante y grata una propuesta que quiera pensar más en los personajes que en la trama, en la cotidianidad que en los acontecimientos extraordinarios, en el intimismo de las emociones que en la sucesión de acciones para construir una historia.