Lo azul del cielo, de Juan Alfredo Uribe

Un perdedor busca el amor

Por: Oswaldo Osorio

El amor y la muerte siguen siendo dos de las grandes narrativas del cine nacional, aunque suele imponerse la ciega violencia sobre el elusivo amor. Esto parece más recurrente con películas de Medellín o Cali, como esta, donde se desarrolla una trama con ese doble componente teniendo como escenario la capital antioqueña, una trama tejida con altibajos que no permite, para bien o para mal, hacer juicios extremos sobre el filme.

Su historia está planteada en dos actos bien diferenciados. En el primero, vemos a Camilo, un joven bueno para nada que termina enredado con traquetos y cuidando a un secuestrado; mientras en el segundo, se desarrolla una historia de amor que tal vez le salve la vida este perdedor. Además, en el primer momento, tenemos una situación más o menos típica de marginalidad y falta de oportunidades, muy frecuente en las dos mencionadas ciudades; y en el otro, un leitmotiv del cine nacional, el “colombian dream”, esto es, el dinero fácil, por medio del cual el protagonista quiere volverse normal con su riqueza repentina y obtener a la chica.

Dicho así suena un tanto esquemático, incluso poco original (solo bastaría mencionar, entre otras, la película En coma para identificar los mismos elementos), y hasta cierto punto lo es, aunque hay que recordar que la diferencia la hace es la forma en que se cuenta la historia. Esta cinta trata de hacer la diferencia, en especial con su desarrollo en dos actos, lo cual en cierta medida funciona, aunque el brusco cambio de tono narrativo entre el primero y el segundo acto termina siendo contraproducente.

El problema es que uno espera pacientemente a que se desarrolle el primer acto, porque supone que es la preparación para el intenso drama que será el segundo, pero en este último el relato tiene un bajón que termina decepcionando. De hecho, la primera parte resulta mucho más sólida e interesante con la construcción del personaje central y una cierta atmósfera de tensión y zozobra que crea en torno a su destino, mientras que la segunda, se anega en una sosa y predecible historia de amor.

No obstante, su protagonista es un personaje que seduce y repele al mismo tiempo, porque parece a la vez un hombre bien intencionado que es víctima de las circunstancias, pero también un pelele que no se decide a nada, sin pasión ni intensidad, que termina escogiendo el camino fácil. Por eso, resulta difícil saber si se trata de una contradicción que dimensiona al personaje o un tratamiento ambiguo de éste, donde no hay reflexión social en el caso de que se trate de un asunto de falta de oportunidades, ni tampoco una mejor exposición de sus motivaciones, en cuanto a su construcción como personaje.

Independientemente de que sea lo uno o lo otro, hay que destacar que el actor Aldemar Correa alcanza a sostener un relato que está materializado con buen nivel y profesionalismo en el aspecto técnico y visual (aunque también es un problema las grandes coincidencias con su personaje de Paraíso travel). Sin embargo, asuntos esenciales como la solidez de la historia o la naturalidad en los diálogos, no terminan por convencer y dejan dudas sobre el resultado global del filme, sin tratarse tampoco de una propuesta del todo desafortunada.

Lincoln, de Steven Spielberg

O la idealización de la historia

Por: Oswaldo Osorio


En principio, Steven Spielberg se destacó por ser un gran contador de historias y hacer un cine centrado en el espectáculo y el entretenimiento. Pero después de reventar la taquilla una y otra vez, al parecer tuvo la necesidad de hacer un cine más adulto y, a partir de El color púrpura (1985), se vio obligado a sacar el niño que había dentro de sí, al menos de tanto en cuanto, para realizar filmes con conciencia, ya sea humanista o política. De esta vena “comprometida” salieron películas significativas y de peso como La lista de Schindler (1993), pero también otras simplemente panfletarias como Amistad (1997).

Lincoln precisamente conecta con Amistad, porque esta nueva película no es sobre la vida del personaje histórico más admirado de Estados Unidos, sino sobre su proceder en el momento histórico y específico del debate político y bélico sobre la abolición de la esclavitud en los Estados de la Unión. Con esto el director evidencia su mayor interés en la idea del abolicionismo antes que en la vida y la personalidad mismas de Abraham Lincoln. Para esto último, resultaría más revelador ver El joven Lincoln (1939), la entrañable versión que hace John Ford de este personaje, porque el director de E.T lo esquematizó simplemente como un hombre al parecer sabio en asuntos de política y lleno de anécdotas.

No es gratuito que Spielberg se hubiera inclinado por una idea antes que por el personaje, porque esta mencionada línea humanista -y hasta aleccionadora- cada vez es más frecuente en su cine. El problema es que ese concepto central que desarrolla el argumento, el de la lucha por el abolicionismo basada en el precepto de la igualdad de los hombres, es una idealización histórica de los principios democráticos que tanto cacarean y enorgullecen a los estadounidenses.

La razón de fondo de este debate, que es ignorada por completo por la cinta, es la misma razón de todas las guerras: un asunto económico. Es ingenuo pensar que a finales del siglo XIX esa nación estuviera moralmente dividida de un tajo, donde los del norte eran humanistas abolicionistas y los del sur crueles esclavistas. La cuestión es más simple: el norte industrial necesitaba asalariados y el sur agrario requería de esclavos. Sus economías funcionaban mejor de una y otra manera. Pero ponerlo en estos términos en el debate político, y mucho menos en la construcción dramática de la película, sería cambiar una idea de gran valor emotivo y altruista por el descarnado cinismo propio del capitalismo.

A pesar de este cuestionable punto de vista, se trata de una película de Steven Spielberg, con todo lo que esto representa: una historia bien contada, muchos emotivos momentos e imágenes de gran poder y hasta sobrecogedoras. Especialmente es admirable la forma en que, durante dos horas y media, el relato resulta cada vez más intenso y envolvente, a pesar de tratarse de una intriga política cargada de interminables diálogos y referentes históricos.

Y esto último es importante para el espectador desprevenido, pues no verá una épica película sobre la Guerra Civil estadounidense, ni el efectismo o las conmovedoras historias y personajes a los que este director nos tiene acostumbrados, sino que verá un cuento moral disfrazado de idealismo patriótico legitimado por la mitología histórica.

Declaración de guerra, de Valérie Donzelli

Las batallas por la vida

Por: Oswaldo Osorio


Una película más sobre el cáncer como resorte de un drama familiar. Pero esta es muy diferente, que es lo importante. El posible melodrama lacrimoso que le resulta tan afín a esta situación, es trocado aquí por un sutil y emotivo relato en el que, incluso desde la primera escena, adelantan algo sobre el desenlace, para que el espectador no se preocupe tanto de las consecuencias de la enfermedad, sino más bien de la forma como es afrontada, de la guerra que se libra contra ella.

Todo el filme respira claridad y honestidad en el drama íntimo que nos cuenta, esto a razón de la cercanía de los realizadores con la historia narrada. La directora y su coguionista, Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm (quienes también la protagonizan), escribieron esta historia de una pareja, Romeo y Julieta, que tienen un bebé al que se le diagnostica un tumor cerebral. El talante autobiográfico y su presencia en la dirección, guion y actuación es, sin duda, la clave de la fuerza y espontaneidad que definen a esta película.

Declaración de guerra (La guerre est déclarée) esencialmente es un relato sobre la familia y la esperanza. También sobre el amor, como lo sugiere el nombre de los protagonistas, pero un amor que trasciende el simple plano conyugal y funge como la estructura de un sentimiento aun más importante, como el medio para un fin mayor, que bien podría ser la felicidad y la vida misma.

Es por eso que más que un drama médico en sí, el relato se centra en la pareja de jóvenes esposos y su relación en medio del duro trance: su desesperación y al mismo tiempo la esperanza mutua, el amor, la solidaridad con los sentimientos del otro en sus momentos de vulnerabilidad, su compromiso de ser un recíproco soporte para evitar quebrarse, incluso el sentido del humor, todas esas son las armas que emplean Romeo y Julieta batalla tras batalla.

En torno a ellos hay todo un aparataje institucional y afectivo que les hace más llevadera esta guerra, desde los médicos y el sistema de salud, hasta los amigos y la familia, todo ello se dispone para la nueva condición de esta pareja y su hijo. El turno de ir al trabajo se confunde con el turno de ir al hospital, pues asumen como cotidiana la situación, esa es su lucha, no abandonarse al abatimiento y sostener la vida hasta que triunfe la vida.

Y todo esto está desarrollado a partir de un relato sencillo y una trama simple pero contundente, que sabe dosificar el drama y la tensión, sin amarillismos ni golpes de efecto, como suele suceder con el tratamiento de este tema. Así mismo, la espontaneidad en la puesta en escena nos recuerda los mejores momentos del cine galo, como en la Nueva Ola Francesa, donde historias simples eran contadas con emotividad, y esa combinación sigue siendo la mejor forma de llegarle al espectador de forma directa y honesta.

Las mejores películas de 2012

Por: Oswaldo Osorio

De nuevo una lista con las salvedades de siempre: es personal y solo le sirve a quienes tengan afinidades con el criterio de quien las hace, es de las películas estrenadas en Colombia durante este año y por eso faltan algunas cintas que no alcanzaron a llegar o nunca vendrán, así como hay otras que el mundo ya las vio hace un año o más.

Más de la mitad es cine europeo, a pesar de que es lo más escaso en la pálida cartelera nacional (¡Así de deplorable está la cosa en Hollywood!), un par de independientes, una latinoamericana y una iraní completan la lista. En esta ocasión no hay cuota colombiana, lo cual es paradójico, porque es el año con mayor producción en toda la historia de nuestro cine: se estrenaron 20 películas y aunque algunos títulos alcanzaron una calidad importante (Chocó, Sofía y el terco, La sirga, La Playa D.C), tampoco hay alguna que sea especialmente significativa.

  1. 1. Le Havre, el puerto de la esperanza (Aki Kaurismakï)

El universo lacónico y poético de este director finlandés siempre está hablando de humanismo. En esta cinta, nuevamente, las imágenes perfectas, los personajes entrañables, las nostalgias de la música y un relato escueto pero contundente son la marca que define a este cineasta único.

  1. 2. El niño de la bicicleta (hermanos Dardene)

Una historia de tristeza y desamparo contada con la frescura y naturalidad de esa puesta en escena siempre espontánea que caracteriza a esta dupla de directores belgas. La vulnerabilidad de este niño, la cruel indiferencia de su padre y la calidez de la mujer que lo acoge calan hondamente en las emociones de cualquier espectador.

  1. 3. El árbol de la vida (Terrence Malick)

Tal vez sea una película pretensiosa y con delirios místicos, pero solo así fue posible lograr crear un universo y personajes con los que la audiencia se vea en la obligación de trascender sus bellas imágenes y el conflicto inmediato que propone su argumento. Porque se trata de un filme que incita a la reflexión y a reconocer en el cine un medio propicio para la revelación.

  1. 4. Looper, asesinos del futuro (Rian Johnson)

La única película de Hollywood de la lista. Cine de ciencia ficción original y bien contado, en el que las secuencias de acción y las rizadas tramas que siempre resultan en las cintas sobre viajes en el tiempo son solo el vehículo para contar una historia con unas implicaciones humanistas y hasta filosóficas.

  1. 5. Melancolía (Lars Von Trier)

Si fuera por este director danés el mundo se hubiera acabado hace tiempo. El cine de Von Trier siempre nos está retando y poniendo a prueba, siempre está queriendo sacar lo peor de sus personajes, y en este caso crea una historia extrema de tristeza y desesperanza que le sirve, como siempre, para hablar de los miedos y las miserias de la condición humana.

  1. 6. Una separación (Asghar Farhadi)

A través de una puesta en escena directa y realista esta cinta consigue dibujar la cultura iraní con muchos de sus matices, una cultura donde la cotidianidad y las relaciones sociales pasan por una ética siempre condicionada por el componente religioso. Un inédito thriller que sorprende tanto por los giros de su trama como por las implicaciones morales de todo lo que en él sucede.

  1. 7. Año bisiesto (Michael Rowe)

Un filme que se entromete en la cotidianidad e intimidad de una mujer, revelando la amargura de su soledad y las pulsiones de sexo y muerte con que quiere salvar su vida. Cine mexicano visceral y de vanguardia que propone una turbadora historia y, de paso, reflexiona sobre las relaciones en un mundo donde los referentes morales han cambiado.

  1. 8. Declaración de guerra (Valérie Donzelli)

El amor y la familia son las armas que propone esta historia para darle la batalla a la muerte. Una cinta honesta y emotiva que reivindica el amor y la vida, sin ser cursi ni sensiblera. Un relato en extremo simple pero sostenido por la intensidad del mayor conflicto que pueda existir en la vida para quienes tienen hijos.

  1. 9. Shame, extraños placeres (Steve McQueen)

Dos vidas vacías llenadas con el vacío del sexo y las perversiones. El amor no tiene cabida en un mundo superfluo y material, y las batallas se libran es contra los demonios internos. Es la historia de dos hermanos y su desorientación afectiva y emocional, la cual los conduce a un estado de angustia y desesperación que buscan ignorar a cualquier costo.

10. Skyfall (Sam Mendes)

En sus cincuenta años la saga de James Bond supo que era necesario reflexionar sobre sí misma, por eso es una película compleja e inteligente, sin dejar de lado el talante del cine de espionaje. La sofisticación del personaje y las continuas secuencias de acción en esta nueva entrega le dan su lugar a un personaje más ambiguo y elaborado, así como a una trama con mayor peso en sus implicaciones.

Una aventura extraordinaria, de Ang Lee

Buscando a Dios en altamar

Por: Oswaldo Osorio


De todas las combinaciones para crear una historia, la de un tigre, un bote y un muchacho difícilmente estaba en el presupuesto de alguien, salvo en el de Yann Martel, autor de la novela, y del director Ang Lee, quien la pudo visualizar para el cine. Porque de esto se trata esta película, de una gran historia contada con muchas artistas, que van desde el relato de aventuras hasta la fábula espiritual.

De hecho, el principal problema de esta cinta se da por vía de todas esas aristas, pues por momentos se torna excesiva, pretenciosa y dispersa, en especial cuando quiere hablar de  espiritualidad o describir la presencia de Dios con unos tibios resultados. Pero cuando se dedica al conflicto simple y directo, el del naufragio, entonces el relato cobra mayor intensidad e instala al espectador en la vertiginosidad y atractivo de una historia de aventuras como las buenas: lugares exóticos, historias extraordinarias y giros inesperados.

Pero lo esencial de esta aventura no son los acontecimientos fabulosos que vive Pi, sino la forma en que enfrenta su odisea, así como su transformación de un noble y soñador muchacho en un hombre con una sabia y sosegada visión del mundo. Su familia, la milenaria cultura india de la que provenía y su particular interés por las religiones fueron los que guiaron esta transformación, porque lo que aquí se hace evidente es que no son los sucesos extraordinarios lo que cambia a las personas, sino que estos solo sirven para sacar aquello que cada quien tiene en su interior, que es lo que mueve esa transformación.

Esta película también hace un especial énfasis en el arte de contar historias. No es gratuito que esa gran aventura se la estén contando a un escritor para que haga uso de ella. Tampoco que lo funcionarios japonenses no sean capaces de encajar esos sucesos extraordinarios en las casillas de sus informes. Y si bien el planteamiento del tigre, el bote y el muchacho ya parece lo suficientemente impactante, es la forma en que está construido el relato lo que le da la fuerza y esa verosimilitud que lo valida y que nos obliga a preferirlo antes que la escueta descripción de los hechos.

Y bueno, para una película de aventuras con una historia extraordinaria, solo había lugar para imágenes extraordinarias. Incluso su concepción visual se pasa de preciosista y efectista, aunque sin duda es con la magnificencia de sus imágenes con lo que le están vendiendo esta cinta al gran público, por eso el formato 3D, que tampoco le agrega gran cosa, y el 4DX (olores, estímulos físicos, etc.), para crear una mayor sensación de inmersión en ese espacio grandilocuente.

No se puede negar que Una aventura extraordinaria (Life of Pi) puede ser una estimulante experiencia cinematográfica, sin embargo, se trata también de un filme irregular en varios sentidos, desde sus fallidas pretensiones espirituales, pasando por chistes fáciles para agradar al público, hasta lo que parece una mayor preocupación por construir las imágenes antes que su relato. Aun así, sigue siendo una gran historia: original, atractiva y muy entretenida.

Submarino, de Thomas Vinterberg

La desolación de dos hermanos

Por: Oswaldo Osorio


Cuando surge en Dinamarca el movimiento Dogma 95, del que hacía parte el director de esta película, Thomas Vinterberg, su principal propuesta era despojar al cine de los artificios y efectismos con que cada vez lo cargaba más la industria. No obstante, podría decirse que lo que no tenían de efectistas en luces, maquillaje o banda sonora, lo tenían en la construcción de sus dramas, por eso las películas del movimiento siempre tenían en sus tramas y personajes una carga dramática que rayaba con el exceso y hasta con la truculencia.

Vinterberg es el que primero hace una película Dogma (Celebración, 1998), aunque no la firma, como lo pedía uno de los puntos del decálogo del que partió el movimiento. Y si bien luego hizo otras películas que nada tuvieron que ver con este cine, con Submarino vuelve a los terrenos de la puesta en escena sin afeites ni artificios, confiando solo en el gran trabajo de sus actores y, por supuesto, en la acumulación de drama.

Y es que la vida de dos hermanos, condicionada por una dura infancia y un suceso trágico, no podía dar otra cosa que un drama de grandes proporciones, el cual se acrecienta en cada escena con una acumulación de situaciones adversas, ya marcadas por la marginalidad o por lo que parece ser un ineluctable destino siempre en picada. La conexión entre esos dos desamparados niños con su madre alcohólica y los dos hombres en que se convierten, desorientados y sin ninguna oportunidad, es una relación tan obvia como inevitable y es la que termina dándole sentido a toda la historia.

Es cierto que, como con las películas de Dogma 95, molesta un poco ese “efectismo dramático” y esa acumulación de tragedias, todo tal vez muy enfático en su interés por provocar sensaciones fuertes en el espectador. Sin embargo, el efecto que consigue realmente puede hablar de sentimientos y emociones, que es para lo que resulta siendo más propicio y eficaz el cine. Es con películas como esta que buena parte de la audiencia puede acercarse a esos sentimientos y emociones que en su vida cotidiana tal vez nunca experimentará.

En este caso se trata de una desolación existencial, porque no se conoce otra cosa, porque las marcas de una infancia difícil nunca se borraron. Es el día a día movido únicamente por la obligación de una atenuada supervivencia. Aunque esto solo aplica al hermano mayor, porque cuando conocemos la vida del menor, cuando creíamos que el relato no se podía tornar en el algo peor, pues resulta que lo es, pero con el agravante de que su historia cierra un círculo vicioso que no por evidente es menos contundente.

Submarino es una película dura y desoladora, lo cual consigue en parte debido a unos artificios dramáticos, que no por eso son menos válidos y eficaces dentro de la lógica de construcción de una ficción, porque, como decía otra película danesa, aunque sea ficción, igualmente duele.

El exótico Hotel Marigold, de John Madden

La vida al final de la vida

Por: Oswaldo Osorio


Las historias crepusculares pueden ser un arma de doble filo, pues se suelen hacer con ellas blandos y sensibleros relatos sobre la vejez, pero también pueden ser el vehículo para hondas reflexiones sobre la vida y su paso por ella. Esta cinta inglesa tiene un poco de ambas cosas, sin excederse en los extremos, para bien y para mal, sobre todo porque decide apelar a un tono de fábula desenfadada que quiere ofrecer un relato agradable y entretenido.

Un grupo de hombres y mujeres, ya en el final de sus vidas, deciden viajar a la India, a un lugar donde se les promete confort en medio de una tierra exótica. Parece una decisión extrema, pero cada uno de ellos tiene sus motivos para dejar la rancia Inglaterra y buscar nuevos y coloridos aires. Unos van para reparar cosas, otros para darse una última oportunidad y alguno simplemente porque ya no tienen nada qué perder.

Como apenas es natural, lo que mueve la historia son las diferentes personalidades de los nuevos huéspedes del Marigold y la forma como asumen su estadía allí. Es por eso que el énfasis de la producción está en ese reparto de primera que lo soporta y sus actuaciones. Tom Wilkinson, Maggie Smith, Judi Dench, Bill Nighy, entre otros, le dan la variedad y el brillo que busca la película para mantener enganchado al espectador.

Los dramas propios de esta edad son expuestos con habilidad y en esa justa medida en que no se asumen densas reflexiones sobre esos tópicos ni tampoco los banaliza. La cercanía de la muerte, la necesidad de ser útiles, la disfunción sexual, el anhelo de todavía desear y ser deseados, las cuentas por saldar con la propia existencia, en fin, esos temas que no solo aplican para quienes están en el otoño de su vidas, sino que pueden ser reveladores para cualquier espectador si les da la importancia que la historia sugiere.

La aventura de crear una nueva vida al final de la vida es lo que le otorga a este filme la emoción y el carisma que tiene, un carisma determinado por sus actores y esos personajes que logran construir. Aunque no está exento de maniqueísmos y trucos fáciles para que el público capte de inmediato las ideas, como la presencia de una de las mujeres que desde el principio repele todo cuanto tenga que ver con ese lugar barbárico y que, por consiguiente, sirve de contraste obvio para simpatizar con los demás personajes y el sitio donde se encuentran.

Por otra parte, es una historia de ingleses en la India, pues del país, salvo por el exotismo, la muchedumbre y el colorido, poco se dice o reflexiona. Tal vez una alusión a un remoto y dorado pasado, pero el fin último del filme es contar una historia agradable y emotiva, con un coro de personajes que ofrecen distintas y aleccionadoras visiones sobre la vida.

El doble del diablo, de Lee Tmahori

Propaganda contra el mal

Por: Oswaldo Osorio


Cuando Estados Unidos y sus compinches invadieron a Irak en 2002, hablaban del “Eje del Mal” para referirse a este país junto todos los que estaban en contra de su imperio. Que una película sobre Uday Hussein, el hijo mayor de Sadam Hussein, se titule El doble del diablo (The Devil’s Double), es señal inevitable de que se trata de una visión del personaje y su historia cruzada por la mirada del vencedor que aún hace propaganda de guerra.

Aunque la producción es inglesa, toda está hecha con la lógica y parte del personal de Hollywood. Incluso su director, el Neozelandés Lee Tmahori, quien tanto nos entusiasmó con su ópera prima (Somos guerreros, 1994), luego devino en un común realizador de thrillers o de películas de acción, incluso dirigió una de las entregas de James Bond (Otro día para morir, 2002).

No obstante, con estos datos no estoy argumentando la idea de que esta nueva película se trata de otra cinta más de Hollywood, que esquematiza y mira de forma maniquea un tema que tiene su carga política. Eso solo es cierto parcialmente, porque también se puede ver en ella un intenso thriller, creado con precisión y en el que se ponen en juego otras consideraciones, sobre todo en relación con la corrupción del poder.

Y es que la película se articula sobre el contante contrapunto entre las dos caras de una moneda que tiene la misma imagen. De un lado, Uday Hussein, un hombre cruel, vicioso y sicópata que toma todo lo que quiere, sin ningún escrúpulo ni consideración. De otro lado,  Latif Yahia, quien fuera obligado a ser su doble (cosa que siempre se ha puesto en duda), y que es dibujados como el iraquí patriota y con un claro sentido moral de lo que es correcto y lo que no.

Independientemente de este maniqueísmo, donde el malo es más que malo y con él todo lo que representa (el régimen terrorista derrocado por las potencias de Occidente), es un relato que sostiene una tensión creciente a partir del referido contrapunto. A pesar de los trazos obvios, también es posible reflexionar acerca de esos tiranillos, sobre los que no hay ley ni justicia, que toman y tiran lo que quieren amparados en un poder que ni siquiera es suyo.

Es inevitable preguntarse constantemente durante la película qué tanto de eso fue verdad. Porque en estas reconstrucciones biográficas, en las que la realidad puede estar condicionada por imperativos dramáticos o ideológicos, se trata de una pregunta no solo válida sino necesaria, pues con este tipo de películas, aunque estén empacadas para ser entretenimiento por vía del cine de género, es recomendable hacer una lectura atenta de sus elementos y no caer en la trampa de ser instruidos por un discurso que termina siendo pura propaganda.

Sin palabras, de Ana Sofía Osorio y Diego Fernando Bustamante

Solo con gestos, señas y dibujos

Por: Oswaldo Osorio


Las historias sencillas no son muy habituales en el cine colombiano, sino que ésta es una cinematografía que si bien está poblada por personajes ordinarios, suele sucederles cosas extraordinarias, la guerra, por ejemplo, que por más común que sea para este país, es necesario negarse a aceptarla como algo normal. Y cuando no pasan cosas extraordinarias, es que pasan muchas cosas, pues los guiones están llenos de acciones y giros, así como los personajes cargados de drama o de singulares personalidades.

Con esta película ocurre lo contrario, su historia es de una simpleza que solo da lugar a concentrarse en lo esencial, esto es, la relación entre dos personas y los nuevos sentimientos que surgen del mutuo contacto o los viejos que despierta la presencia del otro. Raúl trabaja en una ferretería y Lian llegó como “carga” de China y se quedó varada en la fría Bogotá camino al sueño americano.

Estos dos personajes tienen en común que están físicamente en el mismo lugar peros sus expectativas se encuentran en otra parte. Para Lian se encuentran en Estados Unidos, donde será “Happy” vestida sofisticadamente y llamando por celular con los rascacielos de fondo; mientras Raúl tiene la cabeza en Alemania, donde se encuentra su ex novia viviendo con quién sabe quién. Pero es justamente el encuentro con el otro lo que los confronta, al tiempo que se empieza a esbozar una tierna historia de amor.

El título de la película ya sugiere lo que será la obligada dinámica de esta relación. La comunicación se hace con gestos, señas y dibujos. Con eso es suficiente para transmitir, con torpeza pero finalmente con claridad, unos imperativos emocionales y de supervivencia. A Raúl lo alcanzamos a conocer más y por eso su conflicto es más complejo, un conflicto que no se limita a la pérdida de su novia, sino que esto solo pone de manifiesto sus dudas vocacionales y existenciales.

Al final ambos tendrán que tomar decisiones definitivas para el rumbo que deben seguir sus vidas. En principio, piensan esas vidas por separado, pero sin duda esas decisiones fueron determinadas por el contacto con el otro y por esa jornada que vivieron juntos y en la que se inspiraron mutuamente. Si bien ya eran unos personajes optimistas y bienintencionados, la relación con el otro les reforzó esa actitud frente al mundo.

Se trata, pues, de una historia sencilla y emotiva, donde no se tratan los grandes temas que suelen poblar el cine nacional, pero que plantea unas ideas que tienen importancia y validez universales. Es una historia que en toda su sencillez depende en buena medida del completo y convincente trabajo que hace el actor Javier Ortiz, de quien depende casi toda la fuerza dramática y comunicativa de una cinta en la que se habla poco pero se puede entender mucho.

Amor y erotismo en el cine colombiano

Del intento de sonrisa que termina en mueca

Por: Oswaldo Osorio

Mientras una mujer se cepilla los dientes y se aplica crema en la cara frente al espejo, desde atrás la penetra un hombre. La rutina mañanera de la mujer y el diálogo entre ambos sobre temas domésticos, además de hacer del acto sexual un mero trámite mañanero, lo convierte en una acción casi grotesca. Esta descripción corresponde a la escena inicial de La gente de La Universal (Felipe Aljure, 1993), la primera película que da cuenta, de manera concreta, de un cambio de actitud del cine colombiano en la representación del amor y el erotismo, un cambio del que si bien ya se habían visto indicios en la década anterior, es a partir de este momento cuando, en la cinematografía nacional, se tuerce la senda para estos dos temas capitales del cine y el arte en general.

Al comienzo todo era inocente e idílico. Nuestro cine silente, realizado en la década del veinte, estaba definido por las historias de amor, pero un amor cándido e idealizado por el melodrama y el romanticismo de las novelas decimonónicas, como María (Jorge Isaacs) o Aura y las violetas (José María Vargas Villa). Naturalmente, era un cine sin contaminación erótica en absoluto, como correspondía para la época. Y no importa lo impolutas que fueran estas historias, casi todas eran protagonizadas por actrices italianas (que algo de pierna mostraban), porque el del cine era un oficio de dudosa reputación.

Saltando el desierto cinematográfico de los años treinta, la década siguiente, correspondiente a un retrasado inicio del cine sonoro (pues fue inventado en 1927), tuvo unas características similares: poco cine, muchos cándidos romances y nada de aquello. Así mismo, de un plumazo, se pueden despachar los dos decenios siguientes, el primero muy escaso de cine y en los sesenta nuestro cine está pensando, por primera vez en su historia,  en la realidad del país, una realidad que no daba cabida a las historias de amor, y aunque en Europa y luego en Hollywood ya se estaban entregando al “destape” producto de las revolución sexual, en Colombia todavía no estaban para esos calores.

El amor fue escaso como centro de los relatos en los setentas y tan solo algunos atisbos de escotes y carne, muy poco de esto tratado con el énfasis del erotismo. Habría que esperar a la década siguiente para que se contaran más historias de amor y se diera el verdadero destape en el cine nacional. Gustavo Nieto Roa, además de sus populares comedias, también contó algunos romances de cine. Ya había empezado con una nueva versión de Aura o las violetas (1974) y también dirige, entre otras, Tiempo apara amar (1981), con Claudia  de Colombia haciendo de una monja que se enamora y renuncia a su vocación.

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